–¡El agua y el viento azotaban la casa! ¡No paraba de llover! Era cosa de todo el día y cada noche —recuerda Nancy Vivanco, sentada en la cocina de su casa.
La lluvia en este sector de la región de Los Ríos supera los 5 mil milímetros anuales, algo único frente a las condiciones del cambio climático que enfrenta Chile. Nancy la observa con pausas, silencios y una mirada profunda.
A inicios del siglo XX, su madre Rufina Vivanco Rubilar y su padre Aníbal Henríquez San Martín llegaron a vivir en medio de un bosque nativo que estaba camino a Hueicolla —a 52 kilómetros de la comuna de La Unión— y se asentaron ahí, quizás enamorados de los alerces, coihues, canelos, tepas y ulmos, sobre cuyas copas se puede observar el horizonte en días de sol.
Hoy esa zona se conoce como Los Alerzales o El Mirador y es parte del Parque Nacional Alerce Costero. En ese lugar, machete en mano, la familia Henríquez Vivanco abrió camino entre los matorrales y las tímidas huellas de las pocas personas que compartían el lugar con los animales.
—Antes de ser parque, solo el bosque se movía a ritmo del viento, ni hablar de la llegada de turistas a la zona —dice Nancy.
Con los dedos de las manos se podían contar a las personas que transitaban por el lugar, por eso cualquier rostro foráneo era rápidamente identificado, como les pasó a los padres de Nancy, que se hicieron conocidos como los guardianes del bosque.
Abuelos, hijos y nietos de la familia Henríquez llevan hoy más de 80 años cuidando a los árboles, actividad que está a punto de desaparecer debido al interés particular de una sociedad agrícola que dice ser propietaria de esa tierra.
—A finales de 2020, la Corte Suprema en Santiago me ordenó abandonar la propiedad que lleva albergando a tres generaciones de mi familia, todos defensores y cuidadores del bosque nativo— cuenta Nancy y se entristece con los recuerdos que están a punto de ser sepultados, junto con su hogar, por una orden judicial.
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En 1940, cuando Rufina y Aníbal se instalaron en el bosque, Chile estaba habitado por poco más de 5 millones de habitantes. La población rural alcanzaba al 40 por ciento y entre los campesinos se comenzó a masificar el floreo, una actividad que consistía en talar los árboles más rectos —con dirección al cielo— a punta de corvinas y hachas.
La deforestación se convirtió en la principal causa de la erosión de suelos y el bosque nativo fue reemplazado por cultivos agrícolas, causando la degradación irreversible de los recursos naturales.
En Los Alerzales, el bosque se protegió y la actividad humana se desarrolló al alero de la sombra de centenarios árboles que con ahínco cuidaba el padre de Nancy.
—Se criaban animales, se apilaban piedras a modo de pequeñas barreras, con abundante creatividad y pocas herramientas disponibles —relata Nancy—.
En ese lugar, en el año 2010, se creó el Parque Nacional Alerce Costero —A través del Decreto 9 y cuya publicación se realizó el 6 de noviembre 2010— que tiene casi 25 mil hectáreas que recorren la cordillera de la costa entre las comunas de La Unión y Corral. Forma parte de lo que se conoce como Selva Valdiviana y bosque templado lluvioso, donde las precipitaciones varían desde los 2.500 milímetros hasta superar los 5 mil milímetros anuales en las partes más altas, con un clima frío y una alta humedad.
Su flora nativa ha estado presente desde antes de la llegada de los seres humanos y alberga especies animales como el chucao (Scelorchilus rubecula) o el hued hued (Pteroptochos tarnii), pumas (Puma concolor), pudúes (Pudu puda) y zorros de Darwin (Lycalopex fulvipes), entre muchas otras.
Existía entre los lugareños la costumbre de decir que los alerces eran una mina de oro, porque su madera era muy apetecida. Con ella fabricaban tejas y en poco tiempo los bosques de alerce fueron fuertemente explotados y quemados.
En 1976, el Decreto Supremo 490 declaró a los alerces Monumento Natural y eso motivó una fuerte ofensiva contra la tala ilegal y los incendios intencionales, provocados para convertir los bosques en suelo de uso agrario. La única madera que se puede utilizar, según el reglamento, es la de los árboles muertos.
En la actualidad hay 265 mil hectáreas de bosques de alerces, distribuidos principalmente en las regiones de Los Ríos y Los Lagos, y en menor cantidad en Argentina.
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Justo frente a la marca que indica el acceso al parque está la casa de la familia Henríquez Vivanco, donde hoy siguen compartiendo techo tres hijos del matrimonio.
La pendiente sobre la que está levantada la casa es un tanto pronunciada y cuando llueve hay que bajar con cuidado. Nancy recuerda que antiguamente la nieve cubría todo durante el invierno, pero hoy su nivel es mucho menor.
—Todos en la casa se turnaban para sacar la nieve y prevenir que el techo se viniera abajo; ahora el hielo solo enfría el ambiente y se derrite a los pocos días.
Frente a la casa, una tranquera de dos tablones horizontales separa el acceso del ripio que hay en la calle. El sitio no está cercado por completo y Nancy cree que aquello originó el conflicto que hoy la mantiene en pie de lucha.
En el interior del sitio, al lado de una piedra, hay un mástil de madera donde está izada la bandera de Chile. El paño flamea frente a la casa de madera de un solo piso, que está al inicio de un terreno de 90 hectáreas en el que no hay cercos.
—¿De quién me voy a proteger, de los animales? —se pregunta Nancy, mirando la madera blanquecina de la tranquera.
A la derecha, mirando de frente a la casa, un techo de zinc con un par de pilares protege la camioneta roja en la que se moviliza la familia. El vehículo es un elemento clave en esta zona rural, que está a 45 kilómetros -en un camino estrecho y con sinuosas curvas y bajadas- de La Unión, la ciudad más cercana.
A la izquierda del acceso principal hay un carrito rojo metálico o food truck, que tiene la inscripción “Flora & Fauna”… Ad hoc para el lugar y el espíritu de su propietaria. El carro es una herramienta y espacio de trabajo, donde Nancy ofrece una variedad de productos: sopaipillas, pan amasado, empanadas de changle (Ramaria flava), gargal (Grifola gargal) y otros hongos, codiciados por los que llegan al sector.
Antes de que tuviera el food truck, orientados únicamente por datos de oídas, los clientes llegaban tímidamente a golpear su puerta. Previo a la pandemia se llenaba de visitantes, entre ellos naturalistas que llegaban de distintas partes del mundo a pedir, además de comida, su conocimiento sobre los alerzales.
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Frente a la cerca de madera que separa la casa de los Henríquez Vivanco del ripio del camino, dos alerces emplazados en el mismo camino se alzan majestuosos. Quedaron fuera de la propiedad y llevan 200 o 300 años resistiendo el ímpetu de los madereros. Son los primeros alerces con los que Aníbal se cruzaba antes de internarse en el bosque. Él y su familia recorrían el bosque como si fuera un gran patio de juegos, de alimentos, de descanso, de inspiración, de tranquilidad y de descubrimientos constantes.
En uno de sus muchos recorridos se topó un día de frente con una maravilla que, según cuenta su hija, despertó su espíritu protector. Era un alerce milenario al que bautizó como el Gran abuelo. Este árbol de edad desconocida hasta ahora, pero que debe tener al menos 4 mil años de antigüedad, con el tiempo se supo que era el segundo más viejo del planeta —el primero es un pino longevo (Pinus longaeva), que creció en California, Estados Unidos—.
Los troncos de los alerces, también conocidos como lahuán -su nombre en mapudungun- o Fitzroya cupressoides —nombre científico— crecen en promedio un centímetro de grosor cada 15 o 20 años. Se dan en suelos con bastante humedad y son árboles sin duda no renovables que logran alturas superiores a 45 metros. Son tan valiosos que integran la lista de especies a proteger internacionalmente.
Cuando Aníbal descubrió al Gran abuelo, Nancy tenía 15 años de edad y recorría junto a su padre la Selva Valdiviana, aprendiendo a reconocer las distintas especies de árboles y plantas que crecen en el bosque templado lluvioso.
—Mi padre no quería que se supiera sobre su hallazgo, por temor de que lo cortaran y demoró más o menos tres años en dar detalles de la ubicación.
Como aún no había sendero, Aníbal recorría el bosque por caminos que solo él conocía. Por todos lados abrió pequeños senderos. Un árbol, un arbusto, una roca, eran sus puntos de referencia para no perderse. Ningún árbol era igual a otro y Aníbal sabía muy bien reconocer las sutiles diferencias, que le permitían adentrarse y regresar sin inconvenientes.
—El Gran abuelo está a 2.5 kilómetros de nuestra casa. Antes, tenía la corteza bien sanita, estaba lleno de musgos, pero la visita de los turistas que pisan las raíces y pasan por alto los cerquitos para sacarse fotos, lo tiene dañado.
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Aníbal Henríquez fue nombrado el 14 de octubre de 1971, como vigilante del Parque Nacional Los Alerzales, y luego fue el primer guardaparque del Alerce Costero en contribución a su trabajo como protector del alerce milenario. Él y su familia ganaron fama en la zona no solo por cuidar el bosque, sino también por ayudar a las personas que quedaban atrapadas en las tormentas o en panne de vehículos. Por uno u otro motivo, siempre había alguien que llegaba a pedir ayuda a la puerta de los Henríquez Vivanco. Ahí surgió la idea de “Flora & Fauna”.
En el año 1993, Nancy y su familia conocieron al doctor en geografía y académico e investigador de la UACh Antonio Lara Aguilar, con quien comenzaron una relación de colaboración y amistad cuando Lara, junto a un grupo de colegas y estudiantes, llegó hasta el parque para investigar los bosques de alerces.
La presencia de los científicos en el bosque enamoró a Jonathan Barichivich, el hijo de Nancy, quien se convirtió en ingeniero forestal y doctor en ciencias ambientales en el Climatic Research Unit de la Universidad de Anglia del Este, en Norwich, Inglaterra. Jonathan se transformó en un aporte fundamental para realizar una investigación que concluyó que los bosques de alerce son sumideros de carbono, es decir, están contribuyendo a la mitigación del cambio climático.
—Pero esta condición está amenazada por el aumento de las temperaturas y disminución de las precipitaciones y la proyección de estas tendencias a futuro, lo que podría convertirlos en fuentes de carbono —explica Jonathan.
Tras 28 años de investigaciones, el doctor Antonio Lara y su equipo han logrado construir una torre de flujo de 36 metros con equipamiento muy sofisticado y alto costo, donde se ha estudiado un alerzal que tiene 300 años de antigüedad.
—Descubrimos que, en su crecimiento en madera, el alerzal captura tres toneladas de carbono y devuelve a la atmósfera —por transpiración y evaporación— solo 500 milímetros de agua por metro cuadrado al año. El resto de los 5 mil milímetros de lluvia se va como escorrentía a los ríos, los cuales son la última reserva de agua para las comunidades del secano interior de La Unión, como la localidad de Mashue -señala Jonathan.
También explica que la capacidad de capturar carbono ha disminuido fuertemente por la sequía y el calor en verano y otoño. A modo de referencia, las tres toneladas de carbono que el bosque secuestra por hectárea anualmente equivalen a 4 mil 200 litros de gasolina (un litro de gasolina contiene aproximadamente 720 gramos de carbono).
El aporte de Jonathan Barichivich y su familia a las investigaciones ha sido fundamental, explica Antonio Lara, no solo por el conocimiento científico, sino también por la información que han recopilado tras 80 años de observación con tres generaciones en el mismo lugar.
Para el año 2022, Jonathan prepara el lanzamiento de un libro que abordará la sobrevivencia del alerce y su cultura, donde dará a conocer las historias de los alerzales de la Cordillera Pelada.
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En un estudio sobre los efectos que tiene el cambio de uso de suelos de monocultivos forestales a bosques nativos, se demostró que el reemplazo de plantaciones de eucaliptus por bosque nativo aumenta los caudales y la provisión de agua. Es una investigación que se llevó a cabo dentro de la Reserva Costera Valdiviana, localizada en las comunas de Corral y La Unión, y estuvo a cargo del doctor Antonio Lara.
El trabajo acaba de ser publicado en una revista científica internacional y su autor principal afirma que en estos últimos años se ha profundizado el entendimiento del cambio climático, el aumento de la ocurrencia de grandes incendios y la vulnerabilidad de los bosques nativos ante dichos cambios, además de la formación e incorporación de un grupo importante de jóvenes científicas y científicos que están aportando nuevas perspectivas.
—He de decir que el aporte de recursos ha venido de fuentes nacionales e internacionales y no de la nueva región —de Los Ríos—, aspecto que esperamos se modifique.
El sector que hoy pertenece a la Reserva Costera Valdiviana colinda con el Parque Alerce Costero. La Reserva cuenta con más de 50 mil hectáreas en un sector que en el pasado fue conocido como el fundo Chaihuín-Venecia. Durante los años 1994 y 1997 se realizó allí una sustitución de bosque nativo por plantaciones de eucalipto, la cual causó daños significativos en la estructura, composición y procesos de su ecosistema, afectando la capacidad de resiliencia de los bosques naturales.
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Desde 1940 a 2016 la familia Henríquez no tuvo inconvenientes viviendo pacíficamente entre los alerces. A no ser por la soledad, las inclemencias climáticas o las distancias del pueblo más cercano. Pero todo cambió debido a la llegada de sus nuevos vecinos. La calma del bosque es hoy casi un recuerdo que se ha transformado en una pesadilla ante la posibilidad de perderlo todo.
En 2016, los Henríquez comenzaron los trámites en el Ministerio de Bienes Nacionales para regularizar la situación del terreno que ocupaban, pero se encontraron con que la sociedad agrícola Pichipehuén reclamaba ese predio como parte de las dos mil hectáreas que adquirió en un remate el Banco Santander contra el propietario anterior en el año 2012 y que fueron registradas en el Conservador de Bienes Raíces de La Unión en 2013.
La sociedad en cuestión pertenece a una familia de notarios que destinaron esas tierras a la creación de una reserva natural privada bautizada como fundo Raulintal, que se ubica en las cercanías del Parque Nacional Alerce Costero. La reclamación de Pichipehuén dio inicio a un tortuoso y largo camino legal que ha tenido que recorrer la familia Henríquez Vivanco para que su derecho y aportes sean reconocidos.
El sendero nada grato del mundo legal comenzó en el Juzgado de Letras y Garantía de La Unión y siguió en la Corte de Apelaciones de Valdivia. En ambos tribunales los resultados fueron favorables para la familia Henríquez. Pero los notarios y abogados de Pichipehuén llevaron el caso a la Corte Suprema, en Santiago, que el 10 de febrero de 2020 ordenó el desalojo inmediato de Nancy, de su casa y su historia familiar en el lugar.
La inseguridad que le causa el saber que en cualquier momento puede entrar una máquina a destruir su casa, en plena pandemia, tiene mal a Nancy. Ella defiende que la propiedad está fuera de los límites que reclaman los notarios, temiendo que su intención sea quitarles su terreno, ubicado justo frente al Parque Nacional, con fines comerciales.
—No pienso abandonar mi hogar. Hemos sido los guardianes de los alerces, incluso del alerce milenario, que trae visitantes de todo el mundo. Con tres generaciones es tiempo más que suficiente para regularizar un terreno. Esto es una injusticia y voy a seguir acá.
Raulintal, por su parte, ha realizado dos propuestas a la familia, que rechazó ambas. La última consideró el ofrecimiento de dos hectáreas y constituir un derecho real de usufructo vitalicio y gratuito para Nancy en el lugar donde hoy habitan, para evitar el desalojo del lugar. Esto implica la cesión de cerca de 5 mil metros cuadrados, media hectárea aproximadamente, donde actualmente se encuentra su casa, la bodega y el corral.
—Nosotros respondemos señalando que lo primero es hacer un peritaje técnico acordado por ambas partes y con una mesa de diálogo como garante. Además, las dos hectáreas ofrecidas están en un terreno que pertenece a otra familia que sí cuenta con escrituras.
La contribución de Nancy y su familia ha sido muy importante para la conservación de los bosques de alerce de la Región de Los Ríos y para entender su importancia ecológica, pues como conocedores del bosque han aportado a la exploración científica con datos como el registro de crecimiento de los alerces y el monitoreo de precipitaciones, que su hijo Jonathan interpreta con herramientas computacionales en Francia.
Esto inspiró el lunes 12 de mayo de 2021 que 132 personas a firmaran una carta de apoyo a la familia Henríquez, expresando su respaldo frente a la demanda por el reconocimiento de derechos adquiridos. Pero el tiempo se acaba y el desalojo sigue autorizado. En la sentencia se expresa que Nancy Patricia Henríquez Vivanco debe restituir, libre de todo ocupante, el inmueble objeto de juicio dentro del décimo (día 10 de febrero de 2020) , bajo apercibimiento de ser lanzada con el auxilio de la fuerza pública.
Su hijo menor, Diego Oyarzún, presentó en el Juzgado de Letras de Puerto Montt un recurso de nulidad que ha dado un respiro momentáneo a la familia.
La lucha emocional ha sido inmensa para Nancy y los suyos, pero su determinación la acompaña.
—Ni muerta me sacarán de mi tierra y del bosque, seguiré tan firme como el alerce milenario, ícono de nuestra región y de nuestros bosques ancestrales del sur de Chile.
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