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El último suspiro será eterno

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Son los días previos a la Navidad del año 2020 y la comuna de Valdivia acaba de avanzar a la fase 2 del Plan Paso a Paso. Decenas de personas llegan espontáneamente hasta el frontis de la Veterinaria Caupolicán a dejar flores y tarjetas para despedir al dueño de esa clínica y farmacia, que desde hace 30 años funciona en la esquina de las céntricas calles Caupolicán y Carampangue.

Ante la imposibilidad de asistir a su funeral por los estrictos protocolos sanitarios, los clientes y amigos de Jorge Lizandro Ruiz Ruiz encontraron esa forma de decirle adiós a este conocido veterinario valdiviano que falleció el 22 de diciembre de 2020, a los 64 años de edad.

Un mes antes, un día de fines de noviembre al mediodía, Jorge Ruiz llamó a su esposa, Carmen Aguilar, para contarle que le habían diagnosticado COVID-19 y que se sentía muy mal, cansado. Él estaba en Valdivia y ella en Futrono, en la casa que la familia construyó. Carmen les dio la preocupante noticia a sus hijos, Marcela y Jorge.

En la tarde de ese día, Jorge padre se sintió tan mal que tuvo que ser trasladado a una residencia sanitaria.

“Aquí empieza el calvario”, cuenta su hija Marcela un día de invierno de 2021, al recordar los acontecimientos ocurridos nueve meses antes.

Jorge Ruiz estuvo en la residencia sanitaria apenas un par de horas y luego debió ser llevado de urgencia al hospital de Valdivia. Estuvo en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) una semana, luego diez días en una sala común, y luego nuevamente fue trasladado a la UCI para ser intubado. A esas alturas sabía que su situación era en extremo delicada.

Desde que lo hospitalizaron, a Jorge Ruiz no lo pudo visitar nadie, por la prohibición de estar en contacto con personas enfermas de coronavirus. Su esposa y su hijo estaban en cuarentena en Futrono, encerrados en la casa. Con Marcela, que estaba en Valdivia, hablaban a diario por teléfono: “Mi papá sabía que estaba mal. Saber que te vas a morir y no poder ver a nadie es muy triste. Esta enfermedad es muy desgraciada, muy triste, muy solitaria. Muy fría. Ni siquiera te puedes despedir”.

Jorge le contaba a Marcela que el hospital estaba colapsado y le pidió que llevara útiles de aseo a granel para los enfermos. Ella lo hizo. Estaba conmovido con la situación de los demás hospitalizados. Un día se sintió un poco mejor, se levantó y fue a hablar con los pacientes para hacerlos reír un rato.

Marcela cuenta que cuando a su papá lo intubaron y lo trasladaron a la UCI, ya no pudieron hablar más con él ni despedirse. Su papá les envió un mensaje a través de una sobrina enfermera que trabaja en la UCI: “Nos mandó a decir con mi prima que no nos preocupáramos, que estuviéramos tranquilos, que todo iba a salir bien. Pero creo que no se refería a que iba a salir del hospital, sino a que nosotros íbamos a estar bien”.

Jorge Ruiz murió el martes 22 de diciembre, poco después de las 15:00 horas. Su cuerpo fue trasladado al cementerio Parque del Recuerdo. Su familia y amigos no pudieron estar presentes durante el entierro, porque no lo permite el protocolo sanitario de inhumaciones en casos de muerte por COVID-19. “Con mi familia, mis primos, mis tíos, nos tuvimos que quedar afuera de la reja del cementerio. No nos pudimos ni abrazar”, cuenta Marcela.

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En este contexto la incertidumbre nos abraza y nos recuerda el dolor de enfrentar el fallecimiento de amigos, conocidos o nuestros seres queridos, incluso de aquellos que fallecieron por distintas causas en medio de una Pandemia y bajo una serie de restricciones.

Todos los días la prensa nos transmite en directo el reporte de las autoridades sobre los nuevos contagiados y las personas fallecidas, pero ignoramos el dolor de las familias de las víctimas y la historia de las personas que están incluidas en las cifras.

En la Región de Los Ríos, desde que comenzó la Pandemia y hasta el último día de agosto de 2021 habían fallecido 670 personas de COVID-19; 37 mil en todo Chile.

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Jorge Ruiz nació el 25 de septiembre de 1956. Fue el menor de 5 hermanos. Sus padres se llamaban Lizandro Ruiz Illanes y Elena Ruiz Meza. Su familia es conocida en Valdivia, porque la mayoría de sus integrantes se dedican al comercio. Siempre tuvo una sensibilidad especial con los animales. Cuando era pequeño tenía 12 gatos que se acostaban en su cama para dormir con él.

Jorge conoció a su esposa, Carmen Aguilar Cabezas, cuando ambos tenían unos ocho años. Uno de los hermanos de Carmen era compañero de Jorge en la enseñanza básica y vivían relativamente cerca. Siempre estuvieron conectados y tenían amigos en común. Empezaron a pololear cuando tenían 18 años.

“Mi papá estudió Medicina Veterinaria en la UACh y fue un muy buen alumno. Podría haber estudiado medicina humana, pero escogió esta carrera porque tenía un amor infinito hacia los animales”, cuenta Marcela Ruiz Aguilar, la hija mayor del matrimonio, quien al igual que su padre siguió el camino de la ciencia y se transformó en una destacada bióloga marina.

El hijo menor, Jorge, se tituló de abogado en octubre de 2020 y heredó de su padre una pasión incontrolable por los automóviles. Ambos compraban autos para desarmarlos, arreglarlos, volverlos a armar, y competían juntos en carreras de autos.

Carmen Aguilar estudió la carrera de Técnico en Enfermería. Durante los primeros años de matrimonio, ella y su marido trabajaron en Valdivia y en 1985 decidieron irse a vivir a la ciudad de General Roca, al norte de la Patagonia de Argentina, cuando Marcela tenía seis meses de edad. Un matrimonio amigo se había establecido allá un tiempo antes y los acogió a su llegada.

Aunque su pasión fueron siempre los animales menores, Jorge trabajó en Argentina en clínica de animales mayores, aprovechando su gusto por el campo y la conexión con la naturaleza. Además, se dedicó a la inseminación artificial en ovinos. Fue uno de los pioneros en trabajar en el desarrollo en este tema en la Patagonia de Chile y Argentina.

“A mi papá le gustaban mucho las ovejas. Tenía una colección de ovejas de peluche, figuritas, de todo lo que te puedas imaginar”, señala Marcela.

La familia Ruiz Aguilar vivió cuatro años en Argentina. En 1989 regresaron a Valdivia, porque extrañaban su tierra. Al regresar, Jorge trabajó en Cooprinsem y en paralelo realizaba visitas a los campos para atender los animales mayores de pequeños agricultores.

“Mi papá siempre estuvo muy ligado a la gente de menos recursos. Le gustaba mucho ayudar. Era un veterinario que aceptaba que le pagaran con trueques cuando las personas no tenían dinero. Siempre llegaba a la casa con quesos, con carne. No le importaba mucho lo material”, relata Marcela.

A principios de la década de los 90, Jorge Ruiz se independizó y creó la Clínica y Farmacia Veterinaria Caupolicán, que en la actualidad es la más antigua de Valdivia. Trabajó allí con ayudantes y siempre recibía alumnos y alumnas en práctica de la UACh, porque le gustaba colaborar en la formación de las nuevas generaciones de veterinarios.

Gracias a esa clínica se hizo conocido en Valdivia y se ganó el respeto y el cariño de los clientes que asistían al local y también el de los clientes de los sectores rurales de la región a quienes visitaba.

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A medida que transcurrían las semanas desde el inicio de la pandemia, el COVID-19 no daba tregua. Los medios informaban sobre el fallecimiento de personas conocidas y desconocidas.

En octubre de 2020, la noticia fue el fallecimiento de la poeta y actriz Maha Vial, que no falleció de Coronavirus, pero dejó paralizada a la región ante su ausencia. Era una mujer talentosa, querida y admirada, una poeta que no debemos olvidar.

En mayo de 2021, a los 69 años de edad, falleció Augusto Enrique Olave Pavez, el director de la radio Austral, “una emisora bien valdiviana”, como reza su eslogan.

Hijo del destacado periodista y diputado Hernán Olave Verdugo, Augusto Enrique trabajó desde su juventud en la radio que su padre fundó el año 1972, transformándose en uno de los comunicadores más respetados y queridos en la región. Su voz se apagó como consecuencia del COVID-19 a las 12:47 horas del 14 de mayo de 2021.

La región sufrió otro golpe duro un mes después con la muerte de Hernán Miranda, director del Museo de Arte Contemporáneo (MAC) de Valdivia, un hombre siempre lleno de proyectos y energía. Su fallecimiento se produjo a los 72 años de edad, mientras se encontraba hospitalizado por COVID-19.

Hernán Miranda fue una persona a la que se podía acceder con facilidad para sostener una charla y hablar de proyectos o de la vida en medio de la lluvia valdiviana. Sin duda deja un vacío extraño el saber que ya no está.

Augusto Olave, Hernán Miranda, Maha Vial y el veterinario Jorge Ruiz son algunas de las personas conocidas en la Región de Los Ríos que fallecieron durante la Pandemia. Para recordar a otras personas anónimas que murieron debido al COVID-19, el gobierno habilitó el sitio web www.memorialcovidchile.cl, que tiene testimonios de familiares de personas fallecidas por Covid.

En el memorial destaca un homenaje a Teresa del Carmen Matamala Ortega, escrito por Romina Estrada, su nieta, residente en la comuna de Valdivia: “Nací en Osorno y hoy radicada en Valdivia junto a mi esposo e hijas. El cambio no solo significó la adaptación a una nueva ciudad; sino también, buscar la manera de visitar a la mujer que dedicó su vida al cuidado de hijos y nietos: mi abuelita, mi amada Teresita. Mismo año en que no sólo la distancia física nos afectó, ya que con el tiempo llegó el miedo e incertidumbre ante la enfermedad causada por COVID-19. Así llegaron las barreras sanitarias, los controles exhaustivos, las ciudades en cuarentena; y así, pasé un año llevándole flores sólo a su puerta, enviando regalitos, uno que otro chocolatito a la distancia, o un simple “Te amo” en una notita cuando le llegaban las compras. Hasta que, en marzo de este año, pasó a ser parte de las cifras. Unos días con síntomas de decaimiento, un desalentador resultado positivo y una familia en cuarentena. Tan sólo dos semanas de hospital bastaron para que esta pandemia nos arrebatara el brillo de esos ojos que con tanto amor nos vieron crecer; el sonido de esa voz que nos aconsejó; la fuerza y calidez de esos brazos que nos albergó, contuvo e impulsó tantas veces; su amor interminable, sus risas, su llanto, su alegría…”

Teresa Matamala falleció el 29 de marzo de 2021 a la edad de 74 años. Fue madre de 5 hijos, abuela de 11 nietos, bisabuela de 6 bisnietos.

“Nos faltará vida para agradecer su incomparable esfuerzo y amor”, termina el relato de su nieta Romina.

Otro homenaje para los fallecidos por Coronavirus en nuestro país llegó a través de la dictación del decreto 2.527, emitido por el Ministerio del Interior y Seguridad Pública, que declaró duelo nacional para los días 9 y 10 de agosto de 2021, debiendo izarse el pabellón nacional a media asta en todas las oficinas de los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial del país, reparticiones públicas y Fuerzas Armadas, Carabineros y PDI, facultándose además a izar la bandera en cualquier recinto particular que requiera sumarse a esta acción.

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Jorge Ruiz era, según su familia, un hombre trabajador, estricto y lúdico. Tenía un sentido del humor “un poco negro. Tiraba unas tallas medias fomes, pero que finalmente todos se reían. Era el rey de la fiesta. Siempre era el que estaba haciendo el salud. Le gustaba echarle tallas a la gente”, cuenta su hija Marcela.

En un responso realizado al aire libre en el cementerio Parque del Recuerdo de Valdivia al día siguiente de su muerte, al que por protocolo sanitario solo pudieron asistir 15 personas, sus sobrinos dijeron que iban a extrañar sus chistes fomes.

A sus hijos, Jorge Ruiz los impulsó siempre a ser los mejores en los estudios y en el mundo laboral, y a cultivar una sensibilidad con la naturaleza y con la gente humilde.

Así como la familia y amigos de Jorge Ruiz no lo olvidarán nunca, nuestra sociedad tampoco debe olvidar a quienes fallecieron en medio de la pandemia, dejando su legado, aportes y lo que construyeron desde distintos frentes sociales, culturales y familiares, nuestro futuro en medio de las crisis sociales.

Hoy tenemos la oportunidad de aprender y seguir creciendo, recordando y jamás olvidando. El olvido y el silencio son una amenaza silenciosa que puede fracturar nuestro futuro.

Y si bien quedará en sus familias la nota amarga de no haber podido despedirlos como merecían, al menos les queda el consuelo de que con el último suspiro queda atrás el sufrimiento y llega el descanso eterno.

LOS AUTORES

Claudia Latorre Zepeda

Claudia Latorre Zepeda

Claudia Latorre Zepeda, nació en Copiapó. Es Periodista, Licenciada en Comunicación Social de la Universidad Bolivariana, Santiago de Chile. Sus intereses literarios la sumergieron en talleres con las y los escritores Pía Barros, Mauricio Redolés, Pedro Lemebel. Posteriormente, estudió literatura y guión cinematográfico en la Universidad Complutense de Madrid, España, para luego retornar a la región de Atacama donde comenzó su experiencia laboral en comunicación institucional por más de seis años. Su pasión por el cine la llevó al curso de Desarrollo de Guión para cine fantástico y de terror Cinema Santastic- Santiago- Chile, desarrollando una exitosa carrera que la convirtió en la actual directora del Festival Internacional de Cine, Las Artes y Los Miedos de Atacama-FICTA. Desde hace 6 años vive en Valdivia, tiempo en cual obtuvo el Magíster en Literatura Hispanoamericana Contemporánea de la Universidad Austral de Chile (UACh), y en forma paralela el diplomado en Literatura en la Universidad Católica de Valparaíso. En el ámbito laboral, se ha desempeñado en programas del Ministerio de Cultura, las Artes y el Patrimonio, y programas vinculados al Alta UACh. Actualmente, tiene un emprendimiento que profundiza sobre la cocina vegana, espacio en el que relaciona las etiquetas de los alimentos con fragmentos literarios. Es autora de diversas publicaciones en poesía, narrativa de ficción, crónica y en cine de trailer y cortometrajes.

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