Seleccionar página

La nostalgia de Emilie

por | 0 Comentarios

Emilie Fähndrich inhaló y sintió que su tierra natal volvía a ella, la frescura, las flores del jardín, las especias y cítricos, todos esos aromas unidos en una sola inhalación. Se transportó al lugar que había dejado hace un par de años, cuando junto a su esposo, sus hijos y una hija viajó hacia el sur, al sur del mundo. Bebió un largo trago que mantuvo en su boca, refrescante, ligero, amargo. En sus labios sentía la cosquilla de la espuma. Allí estaba, otra vez, toda su Alemania en un sorbo.

Karl la observaba inquieto; Emilie era una conocedora del líquido dorado. Y aunque él sabía de alquimias, solo ella tenía la última palabra.

-Ahhhhhhhhhh, está perfecta- dijo Emilie.

Karl suspiró mientras observaba el río desde el ventanal de la casa que junto a sus hijos había construido un año antes. Era 1851 y por primera vez elaboraba cerveza en casa. Lo seguiría haciendo por dos años más hasta que Emilie murió.

Quizás la añoranza de su compañera, o tal vez la perspicacia de este hombre que se convertiría en el principal representante de la naciente colonia, le permitieron ver que ese gesto podría transformarse en algo más. Pronto sus otros compañeros colonos comenzaron a pedirle cervezas, así que con sus hijos, arriba de una carreta, repartía casa por casa 21 botellas.

Karl no era un hombre joven cuando cruzó el atlántico hacia este territorio húmedo. En 1825 había egresado como farmacéutico en la Universidad de Berlín y al llegar a Corral, en 1850, tenía casi 50 años y traía consigo la experiencia de una diputación y una alcaldía en Calau, como también su activismo revolucionario contra la opresión prusiana en la Revolución de 1848. En casi dos décadas, abrazó la actividad pública que le dio reconocimiento, pero también lo puso en la mira de las autoridades prusianas. Emigrar de Alemania comenzó a estar dentro de sus planes.

¿Y a Chile? ¿Valdivia? ¿Por qué?

Las casi dos décadas de trabajo público de Anwandter quedaron en la historia de Calau. ¿Será que conoció a Vicente Pérez Rosales en alguna calle de París, donde éste cursó sus estudios entre 1825 y 1829? Tal vez… Pero si fue así, Rosales aún no visualizaba en su horizonte ser agente de la Colonización de Valdivia y Llanquihue. Entonces, ¿cómo supo del aviso de Bernardo Philippi para reclutar inmigrantes dispuestos a trasladarse hacia el desconocido Chile? ¿Lo vio en alguna pared, de algún mes entre 1847 y 1849? ¡Qué duda cabe! Siempre hay años en la vida de toda persona que quedan sumidos en la niebla. Como también algunos hechos históricos.

Lo cierto es que Karl y Emilie, sus hijos e hija se subieron al bergantín Hermann un día de agosto de 1850, junto a otros 72 pasajeros, para viajar durante 120 días hacia Corral, donde fueron recibidos por Vicente Pérez Rosales, el agente colonizador. La experiencia pública de Anwandter lo convirtió, rápidamente, en vocero de los colonos recién llegados.

No fueron los primeros: desde 1846, nueve familias alemanas ya estaban viviendo en Corral.

***

¿Cuánto tiempo pasó entre la instalación de la familia Anwandter y su primera cerveza elaborada? Según los relatos, las cuentas dan un año. Karl August Wilhelm Pachen Anwandter Fick tenía 50 años cuando comenzó a repartir botellas de su lager dorada en una carreta y a reunirse con sus vecinos a brindar por la vaterland (la patria).

A cargo de la naciente cervecería estuvo siete años, y en los últimos cuatro junto a su segunda compañera, Emmy Muhm. Luego delegó las funciones a dos de sus hijos varones, Germán y Ricardo, quienes ya contaban con la patente de maestros cerveceros de Baviera. Ya estaban en 1858.

Los hermanos Anwandter pusieron en marcha el plan de expansión. Es probable que aquella lager fresca, amarga y especiada (que su madre Emilie degustaba en casa) fuera la primera en elaborarse. Le siguieron otras recetas como bock, pilsner; todas fermentaciones frías en cuyos ingredientes estaban los lúpulos, la cebada y el agua con pocos minerales. Esta última brotaba en Valdivia, para las otras materias primas tuvieron que despejar campos y comenzar a producir. Cultivaron lúpulos, pero las cosechas no fueron muy eficientes. Hacia fines del siglo 19 lo importaban directo desde Alemania.

La cebada prosperó más y construyeron bodegas para almacenarlas. Importaron equipos desde Alemania y comenzaron a instalar las dependencias frente al río. La nostalgia de Emilie comenzaba a convertirse en un negocio.

¿Sería en aquellas amplias, oscuras y profundas bodegas donde los Anwandter crearon su etiqueta? ¿Por qué colocar un diablo sentado sobre un barril? Muchos en la ciudad pensaban que Karl había hecho un pacto con Satanás, un acuerdo misterioso y oculto para hacer crecer su cervecería.

Es probable que sus colegas de Santiago y Valparaíso observaran con incredulidad este rápido crecimiento. Quizás se preguntaban cómo los hermanos Anwandter lograron expandir su mercado fuera de Valdivia en solo cuatro años. Hacia 1862 ya contaban con una línea de maquinaria a vapor. El intercambio de productos entre los puertos de Corral y Valparaíso facilitaba el envío de cerveza que viajaba hacia el centro y norte del país durante varias semanas. Lo increíble es que la cerveza soportaba el viaje y las temperaturas. ¿Cómo? El líquido de los hermanos Anwandter era fabricado con lúpulos y cebada, como en la tradición alemana, más amarga y bien conservada; con tecnología de la época traída desde Baviera lograban un producto resistente, que comenzó a ser admirado en la República y en las salitreras del norte. El relato cuenta que exportaban incluso a Perú y Bolivia.

¿Cómo esa cerveza podía resistir el viaje? ¿Podía ser ese diablo negro de la etiqueta quien la conservara? (Pero, ¡por qué un diablo!) Hasta 1856 aún no existía certeza de cómo un líquido dulce podía transformarse en un brebaje con alcohol. ¿Ayudaba Dios? ¿Ayudaba Satanás? Largos debates que fueron despejados por Louis Pasteur en 1857, cuando descubrió el proceso de la fermentación. La etiqueta de Anwandter, ¿podría tener un pacto con el diablo? Nunca lo sabremos, aún así el rumor fascinante se esparció desde la húmeda Valdivia hacia otras ciudades. Hay quienes han intentado despejar esta leyenda, al proponer que esas etiquetas recordaban la estética germana, con letras góticas y un Satanás, que por aquella época estaban presentes en algunas botellas del norte de Europa.

La cervecería era imparable. Con su elixir dorado abrían depósitos y oficinas en el centro y norte del país. Reclutaban agentes, estimulaban la producción de cebada y lúpulo en otras ciudades. Para 1873 la empresa se convierte en una Sociedad Anónima Familiar que continuó creciendo con dos nuevas ampliaciones. Máquinas a vapor, cámaras de frío, bombas de aire y filtros para 1890.

El brebaje de Emilie crece y crece. De 700 mil litros (1871) a un millón y medio (1879) y luego a 2 millones y medio en 1882. Treinta mil kilos de lúpulos se usaban en 1889 y su demanda por cebada absorbía el 40 por ciento de la producción nacional. ¿Habrá visualizado Karl este auge en medio de la niebla que cada mañana cubría el río? Para la segunda década del siglo 20 (1914), la familia Anwandter elaboraba 25 millones de litros, entre todas sus variedades.

El diablo sobre el barril observaba cómo el 50 por ciento del consumo nacional de cerveza era suyo, cómo sus alas volaban hacia Bolivia, Perú, Panamá y la costa occidental de Sudáfrica y cómo era odiado o admirado en exposiciones nacionales e internacionales: primer lugar en la Exposición de Agricultura (1869), primer lugar en la Exposición Internacional de Santiago (1875), medallas en Lima, en la Universidad de París (1889), Buenos Aires (1892), Centroamérica (1897) y Buffalo (1901). Cada nueva medalla era añadida en la etiqueta y el diablo brillaba sobre ellas.

Karl alcanzó a ver algunas de esas medallas antes de su muerte en 1889. Trescientos operarios lo despidieron. Sus cervezas ya habían traspasado las fronteras del río y miles de hombres y mujeres las disfrutaban.

La expansión continuó. En 1898 la familia Anwandter compra un fundo de 4 mil 500 hectáreas entre Estancilla y Cutipay, colindando con el río Cruces, territorios de bosque nativos y agua, que era acumulada en un embalse sobre el cerro y transportada por tuberías metálicas y subterráneas desde el lecho del río hacia la fábrica en la Isla Teja.

***

En cinco décadas, la cervecería se convirtió en una leyenda. Curiosa coincidencia que fueran 50 años, los mismos que tenía Karl cuando entregó su primer vaso a Emilie. Y ella ¿habrá probado alguna vez el viscoso y dulce líquido fermentado de manzana, aquel que era habitual en las tierras sureñas antes de que ellos llegaran? ¿Aquel que quizás bebían los hombres y mujeres que luego se convertirían en sus operarios, algunos de ellos construyendo ladrillo por ladrillo la planta que miraba al río? ¿O aquellos que cortaban la leña para usarla en las diferentes fases de elaboración, antes de incorporar la electricidad al proceso?

La fiebre de la cerveza no sólo provenía de los Anwandter. Finalizando el siglo 19 otras fábricas existían en la ciudad, como las de Teodoro Eimbecke, Conrado Hafner, Gustavo Roepke y Federico Hettich, a quienes la historia pocas veces los menciona. Frente al gigante del río, ellos eran pequeños y poco resistentes al efecto centrífugo de las calderas Anwandter. Fueron absorbidos por la empresa y convertidos en Cervecerías Valdivia para 1905.

La ciudad bullía con su energía industrial. ¿Sentirían el aroma a cebada y lúpulo los transeúntes de la ciudad? ¿Mirarían el movimiento de los barriles saliendo por el muelle hacia Corral? Ojos visionarios lograron capturar algunas imágenes de ese torbellino de movimiento fluvial, antes de que furiosas llamas destruyeran parte de sus instalaciones en 1912, en el gran incendio que consumió a Valdivia.

La fábrica se detuvo por un tiempo hasta ser reconstruida con majestuosidad: tres pisos y nueve bodegas subterráneas donde volverían a almacenar seis millones de litros, junto a una maltería. Ahora la postal desde la ciudad era aún más impactante, el lente podría capturar este gran castillo con las torres y soportes de hierro que sostenían las maderas empapadas de resina que alumbraban el lugar. ¿Cómo se verían de noche, iluminando el escudo del diablo en medio de las banderas de Chile y Alemania? La chimenea de la antigua planta ya no saldría más en la postal.

El legado de Emilie seguía siendo imparable. La fábrica era tan próspera que tenía una propia moneda para pagar a sus trabajadores; billetes que incluso eran equivalentes a la moneda nacional. Se construyeron casas aledañas a la planta y una creciente población obrera habitaba en la isla.

La familia Anwandter ya se acercaba a las seis décadas en Valdivia, con su descendencia liderando el negocio. Viajaban por Chile y hacia Europa, manteniendo sus vínculos comerciales con empresarios alemanes. La historia narra cómo, estando a miles de kilómetros de distancia, la nube tóxica de la Primera Guerra Mundial llega hasta la fábrica para atraparlos. Sus nexos con comerciantes alemanes los ponen en la lista negra, complicando las importaciones y exportaciones.

No fue la única circunstancia que comenzó a debilitarlos. La mejora en las redes de transportes nacionales hacen que la producción se concentre en empresas con mayor capacidad de distribución y menores costos. El elixir dorado fue considerado un nuevo oro y algunos inversionistas provenientes de la fiebre del salitre entraron al negocio líquido, concentrando la propiedad en la Fábrica Nacional de Cerveza y la Compañía de Cervecerías Unidas (CCU).

El movimiento en el río disminuye, ya no salen tantos barriles y sobre el horizonte se asoma una competencia: CCU aparece para comprar algunas acciones que les permiten continuar hasta 1916 sin apagar las luces. El diablo hace su último vuelo para salir de la etiqueta y las gráficas son cambiadas por retratos de alemanes estereotipados a la tirolesa.

La nostalgia de Emilie empieza a desvanecerse y la niebla vuelve a cubrir las cuatro décadas posteriores a esta historia. Hasta que una tarde de 1960 la fábrica ruge. Esta vez no son sus calderas ni el sonido de los barriles subiendo a los botes. Durante 14 minutos el sismo destruye la ciudad y la fábrica. Esta última no volvería a ser reconstruida. Ya no había torres ni escudo. Las ruinas quedaron allí, guardando los recuerdos.

La leyenda del pacto de Satanás se fue disipando para hacer surgir otra historia: la de unos pasos caminando por la Casa Anwandter, en ciertas noches donde algún farol se enciende. Quizás sea Emilie recordando aquel vaso de líquido dorado en sus labios. Tal vez todavía transite entre los pasillos de la casona, inhalando los aromas, entre el silencio y la oscuridad.

Fuentes consultadas para esta crónica:

Blog Familia Anwandter:

http://anwandter.cl/1801/04/01/fechas-de-interes/#more-41

Blog Historia de Valdivia:

https://historiadevaldivia-chile.blogspot.com/2010/07/carlos-anwandter.html

Sitio Ecured: Karl Anwandter:

https://www.ecured.cu/Carlos_Anwandter

Sitio Cervezas de Los Ríos:

http://www.cervezasdelosrios.cl/?seccion=historia

Sitio Biografía de Chile:

http://www.biografiadechile.cl/detalle.php?IdContenido=149&IdCategoria=8&IdArea=30&status=&TituloPagina=Historia%20de%20Chile&pos=1  

Sitio The Beer Times:

https://www.thebeertimes.com/historia-de-la-cerveza-en-chile-cerveceria-anwandter-de-valdivia/

Sitio Memoria Chilena:http://www.memoriachilena.gob.cl/602/w3-article-676.html

LOS AUTORES

Cecilia López Maltrain

Cecilia López Maltrain

Estudió periodismo y trabajó como redactora en diferentes medios nacionales. Hace 13 años decidió emigrar al sur y aterrizó en Valdivia, cuando la recién creada región iniciaba su camino. Trabajó como encargada de comunicaciones en Corfo y en el entonces Consejo Nacional de la Cultura y las Artes. Integró varias organizaciones y fue integrante fundadora del gremio de Industrias Creativas, donde participó activamente. También integró la directiva del Colegio de Periodistas de la Región de Los Ríos. En el año 2015 hace un giro absoluto para dedicarse a una de sus pasiones: la cervecería artesanal, fundando Beerstore Valdivia, donde se dedica a formar, asesorar, investigar y prototipar productos, apoyando el trabajo de elaboradores/as en el sur del país. Es socia de la Comunidad de Mujeres Cerveceras de Chile, integrante fundadora de Birreras Sureñas y socia de ChileBruers. Entre sus estudios están Beer Sommelier Doemens, Diplomada en Microcervecería PUCV y, actualmente, candidata al General Certificated del IBD de Londres.

0 comentarios

Enviar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *