Conocí a Grace Arango Chavarría un día sábado juniano. La ciudad de Valdivia abrazaba el frío y la noche se perdía entre la densidad de la niebla y el fango impreciso. La remodelación de la vía principal, la calle Donald Canter, había modificado la lógica y estética de la villa Las Américas. El impacto era evidente. Los carriles de circulación estaban sitiados por el barro y las retroexcavadoras, colmadas de trabajo, habían cumplido la misión de dejar al pavimento como un recuerdo. A un lado de la calzada, paredes de madera cubrían la berma formando un túnel interminable en la cuadra, con árboles que perdían su sombra y viviendas iluminando sus hileras.
Llegué hasta Grace, estaba afuera del número 3314. Vestía un poncho de lana grisáceo, usaba la máscara social y en sus manos se perdía un manojo de llaves. El abrazo distante de la pandemia nos acercó más de lo esperado: en unos minutos estábamos hablando del ayer, de la vida, los sueños. Pasaron diez minutos y el momento fue interrumpido por la llegada de Ana Iturra, una fiel amiga de Grace, oriunda de la comuna de Los Lagos, que había coordinado aquel horario para retirar vestuario, alimentos y ropa de cama para llevar a las familias migrantes de ese territorio.
A partir de su llegada, la conversación se volvió táctica, pues debíamos cargar una camioneta que había ingresado diestramente al antejardín del domicilio. En un pasillo, al lado derecho de la vivienda principal, dormían cajas y bolsas de donaciones formando una pared indecisa. Cargamos el vehículo con rauda prolijidad, no para cautelar el bendito horario de toque de queda, sino porque la generosidad buscaba un destino. Luis Riffo, esposo de Ana, puso la cubierta de cama para proteger la carga y nos despedimos con miradas interminables bajo la lluvia.
Fue el principio. Entendí entonces cómo era la vida de Grace: intensa, solidaria e inspiradora. Gran parte de su tiempo lo destina a mejorar la vida de otros.
Grace Arango es colombiana, llegó a Chile en febrero del 2012. Es una mujer de carácter, actitud planetaria y palabras decisivas. Sus ojos color castaña expresan la bondad de la tierra y su forma de hablar tiene el sabor de la salsa y del cadencioso vallenato.
Cuando aterrizó en Valdivia, inmediatamente se enamoró de su personalidad robusta de agua y bosques inquietos. Decidió quedarse, y tuvo suerte, ya que una oferta laboral le permitió obtener la visa de residencia temporaria, la que renovó por dos años, hasta que el 22 de agosto del 2015 logró su permanencia definitiva.
Grace estuvo seis años a cargo del Parque Urbano El Bosque en Valdivia. “Llegué haciendo un reemplazo de aseo por un mes”, dice. Luego, explica que este se fue prolongando y como esas cosas de la vida “inesperadas”, se abrió el concurso para administrar el lugar.
“La oportunidad llegó y gané el puesto”, añade sirviéndome un café, por supuesto, colombiano.
Ese mismo año Grace se integró al colectivo Colombianos residentes en Valdivia. “Este grupo empezó a sufrir una inminente transformación. No éramos solamente colombianos los que nos reuníamos, sino que empezamos a incluir a otras nacionalidades», cuenta.
En este momento, se da media vuelta para ir a buscar un té y cuando llega a la mesa, un pomposo tono de llamada interrumpe la escena. Me mira asombrada y dice: “¡Esto no puede ser! ¡Me está llamando Erika Ceballos de Argentina! Con ella creamos la ONG”.
– ¿Aló? ¡Madre mía! Estaba acordándome de ti, justamente, contando cómo nace la ONG Migrantes.
– Mi amor, yo también estaba pensando en ti – comenta Erika.
– Te pondré en altavoz para que te escuche una periodista – dice Grace.
– Bueno, bueno… Hola, mucho gusto. Es muy simple, yo estando en Valdivia, de pronto, nace en mí la independencia colombiana, y surge la idea un poco ́ el tema de la ayuda humanitaria pa’ la gente que estamos afuera, que no conocemos, que no tenemos recursos, que no sabemos los procesos y vuelan por ahí, a sufrir un poco todo – responde Erika.
– ¡Y en eso estábamos hasta que te invocamos! – interviene Grace.
– ¡La suprema casualidad! Ajá – afirma Erika.
– Bueno, si me vas a decir algo, dígamelo ya, pa ́ seguir con ella – asevera Grace.
– Te lo digo ahorita. Me llamó el “Chori”, hay una chica venezolana llamada Yuli que está rechazada, llegó a Chile por un paso no habilitado en el norte. Allá la dejaron en cuarentena, de ahí le dieron un pasaporte sanitario para que se moviera por todo Chile hasta llegar donde su hermana que vive allá, en Valdivia – señala Erika.
– Ya tengo el expediente de ella. Me lo mandó Oralba, la abogada que se pone con ayuda. Conversemos mañana porque la ley en Chile ha cambiado mucho, ¿te parece? – finaliza Grace.
Luego de cortar la llamada, ella inclina su cuerpo hacia mí, susurrándome “Ya tengo ayuda para este caso” y comienza a comer una naranja con sal.
-¿Una naranja con sal? – digo, sorprendida.
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“Ahorita me voy a conectar a la reunión de la Red Nacional de Organizaciones Migrantes y Pro Migrantes en Chile”, me dice Grace. Yo me quedo en silencio y escucho.
– ¡Yo pido la palabra…! ¡Aquí, reportando desde Valdivia las novedades…! ¡Comienzo ya! ¿Recuerdan el caso de la venezolana expulsada? Bueno, este lunes que acaba de pasar, se fue la apelación y recibimos correo donde nos dicen que tiene audiencia en la Corte Suprema el 19 de julio a las 11:00 horas… Sí, sí, el caso lo tomó un abogado que la representará …Dale, dale, que ya me apuro…”
Yuli Rojas Díaz tiene 39 años y emigró de Venezuela por la “inseguridad, falta de empleo y porque la cosa está mala”, dejando a su hija y madre. Caminó dos días por un paso no habilitado en la frontera con Perú hasta que el 31 de agosto de 2020 llegó a la ciudad de Arica, autodenunciándose en la Policía de Investigaciones (PDI). Estuvo quince días en cuarentena preventiva y luego viajó a Valdivia, donde su hermana Rosa. Desde entonces, Yuli vive con ella y firma quincenalmente ante la PDI de Valdivia. Rosa tiene 35 años y trabaja como cajera en una estación de servicios con contrato de trabajo indefinido: “Voy a cumplir casi tres años en Valdivia. Me vine con mi marido para sacar mis hijos adelante, ya que la situación económica social de mi país no está en buenas condiciones. Es un tema que ya se ha vuelto universal”. Sus hijos de 10 y 11 años asisten a clases en una escuela municipal de Valdivia, reciben “beneficios y están felices”.
En Chile, todos los niños y jóvenes, independientemente de su origen y cualquiera sea la situación migratoria de sus padres o de los adultos que los tengan a su cuidado, tienen garantizada la educación. Rosa es quien apoya económica y habitacionalmente a Yuli desde su llegada. “Estoy contenta de estar con mi hermana, pero a la vez estoy sufriendo por su situación”, me cuenta un poco apenada. Sucedió que, en pleno otoño, el 23 de mayo del 2021, Yuli recibió la resolución dictada por la Intendencia de Arica y Parinacota que ordenaba su expulsión del país por ingreso clandestino.
Un domingo juliano visité a Yuli. La máscara tan común en estos días, no pudo ocultar su voz temblorosa y sus ojos cubiertos de lluvia. “Me coloca muy nerviosa pensar que me fueran a expulsar, nosotros venimos en búsqueda de buena calidad de vida”, dice Yuli con una melancolía desgarradora. “Sólo quiero una pequeña oportunidad, quiero quedarme aquí”, añade.
Es la realidad y se aleja del verso “Y verás cómo quieren en Chile, al amigo cuando es forastero…” y más con la nueva Ley de Migraciones, la cual condiciona el ingreso y permanencia de la situación migratoria, facilitando la expulsión administrativa y masiva de extranjeros irregulares.
La ONG Migrantes asumió la representación de Yuli para ingresar su apelación. “Logré el apoyo de un buen abogado que representará a Yuli en la corte. Ella tiene una propuesta de trabajo para cuidar una persona que tiene Alzheimer”, comenta Grace mostrándome algunos documentos.
Y llegaron buenas noticias para Yuli. El 20 de julio del 2021, la Corte Suprema revocó la orden de expulsión, teniendo como argumento la reunificación familiar.
Ella representa a cientos de migrantes que ingresan ilegalmente a Chile por pasos no habilitados. Si bien las fronteras fueron cerradas para evitar los contagios de COVID-19, la migración, el movimiento inevitable, continúa.
“Los migrantes están en movimiento. En la zona norte, en pleno altiplano y en la mitad de la nieve, cruzan personas con niños y muy poca ropa, con zapatos que apenas protegen los pies. Muchos de ellos llegan a los poblados con hipotermia… Y si muere alguien y nadie lo reclama, el Estado no se hace cargo. Entonces intervienen las organizaciones como nosotros. Se junta el dinero para enviar las cenizas”, dice Grace.
La realidad parece ficción. Hay sufrimiento y un duelo migratorio que parece invisible y carente de derechos. “Esto no para. Ocurrió que una colombiana con visa de residencia definitiva murió de COVID en Valdivia. Estaba sola y sin trabajo. Tuvimos dificultades administrativas para que se fuera en la valija diplomática. Así es que me contacté con la familia en Colombia y la enviamos por correo luego de realizar las gestiones respectivas. Nos cobraron $41 mil pesos… y su familia la pudo reclamar en el aeropuerto en Bogotá y de ahí, llevar sus cenizas hasta la ciudad de origen”, cuenta.
Luego de relatarme este episodio, Grace suspira.
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A Oralba Barrios Lucena la conocí otro sábado juliano; estaba acompañada de su hijo menor de 9 años de edad. Es una mujer de altura, ojos almendrados y pelo color marrón. Su pausada y delicada voz es acompañada por el ritmo perfumado de sus palabras.
La abogada venezolana arribó a Chile en febrero del 2021, también ingresó por un paso fronterizo clandestino, autodenunciándose en la ciudad de Pozo Almonte y posteriormente viajando a Valdivia para encontrarse con su marido e hijo mayor, quienes llegaron a esta ciudad el año 2019.
Oralba presentó una solicitud de condición de refugiado de acuerdo a la ley y tratados internacionales vigentes en Chile. “Cariño mío, estuvimos tratando de hacer la documentación allá en Venezuela… pero debido a la pandemia, el cierre de los consulados y la condición actual en Venezuela, me vi en la obligación de migrar”, cuenta.
Caminar hacia Chile por el altiplano y el desierto con temperaturas bajo cero, llevando una maleta de incertidumbre, es la realidad de quienes cruzan por pasos no habilitados.
“De verdad fue fuerte el viaje. Nosotros duramos 17 días, pasamos Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia hasta llegar a Chile. Todo fue trocha -zona prohibida de las fronteras-, correr, caminar, pasando ríos, montañas… Si yo hubiese sabido a lo que me exponía, no hubiese venido. Fue algo de Dios que estuviera aquí”, relata.
“Me ha pegado el frío en Valdivia, pero me he sentido como en casa”, continúa Oralba, ya habituada a la tierra del agua.
Al llegar a la ciudad, se acercó a la sede regional del Instituto Nacional de Derechos Humanos, donde le sugirieron conocer a Grace de la ONG Migrante de Los Ríos.
Así comenzó su relación con Grace. “Hemos establecido de verdad una estrecha relación de amistad y aparte de ello, quise aportar mi conocimiento profesional respecto de la información que necesita un migrante. Entonces, me puse a disposición para ayudar a la ONG”, dice Oralba.
Ella ha sido un gran apoyo. “Cuando yo me entero que hasta el jueves de la semana pasada la abogada Oralba había ayudado con la redacción de 25 amparos, de los cuales 22 han sido acogidos… a mí me dan ganas de llorar”, declara Grace, tomándome la mano.
¿Qué ocurre? Me lo explica el abogado y académico de Derecho Constitucional de la Escuela de Derecho de la Universidad Santo Tomás, sede Valdivia, y presidente del Colegio de Abogados de Osorno, José Manuel Baquedano González: “La Corte Suprema ha tenido un rol fundamental en la gestión de la política migratoria del país, puesto que ha asentado los criterios interpretativos de la normativa migratoria, especialmente en materia de expulsión”.
Asimismo, enfatiza que la migración tiene su causa en la pobreza o inestabilidad política, entre otros aspectos. “La Corte Suprema entiende que el migrante es sujeto potencial de abusos y requiere un cuidado especial. Lo anterior, sustenta la jurisprudencia migratoria de la segunda sala y permite entender por qué la Corte pone tanta atención en las condiciones del migrante”, sostiene.
Baquedano González dice que, en general, la Corte Suprema resuelve a favor del migrante: “La normativa migratoria establece que, si un extranjero ingresa ilícitamente al territorio nacional, es obligación de la autoridad administrativa disponer la expulsión. La Corte ha puesto coto a este imperativo legal mediante dos estrategias jurisprudenciales. La primera, el germen de arraigo y la segunda, la exigencia de una investigación penal”.
Así le sucedió a Oralba. El 30 de Julio de 2021 le fue otorgada la visa de residencia temporaria para su condición de refugiada. “Es una decisión de Dios”, confiesa, turbada de gratitud.
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La Declaración Universal de Derechos Humanos, en su artículo 13, señala:
1. Toda persona tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia en el territorio de un Estado.
2. Toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso del propio, y a regresar a su país.
– ¿Cómo interpretamos este derecho? – le pregunto a Grace. – Mija, que todos somos migrantes – responde.
Nuestras calles no son como hace diez años. Obviamente, no me refiero a la estética. Hoy en Valdivia no sólo transitan chilenos; tenemos calles con Haití, calles con Venezuela, calles con Colombia, calles con Bolivia, calles con Argentina, calles con Ecuador, calles con España, calles con Brasil, calles con Estados Unidos, calles con Cuba, calles con China, calles con México, calles con Alemania, calles con Francia, calles con Uruguay, calles con Italia, calles con Paraguay, calles con República Dominicana y calles con Perú. Así lo dicen los datos formales. ¿Serán más calles?
En efecto, estamos en medio de una ola migratoria sin precedentes. La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) describe que las principales causas de los desplazamientos son los conflictos y situaciones de violencia extrema o de grave inestabilidad económica y política. También, reconoce como factor de movilidad humana los efectos del cambio climático y medioambiental.
Este crecimiento acelerado viene acompañado también de una composición que ha variado. En nuestro país hay 1 millón 462 mil 103 migrantes (DEM 2020 – INE), cuyos principales grupos provienen de Venezuela (30,7 por ciento), Perú (16,3 por ciento), Haití (12,5 por ciento), Colombia (11,4 por ciento) y Bolivia (8,5 por ciento).
Precisamente, un domingo, estábamos conversando respecto de los países de origen de los migrantes, cuando Grace recibe una llamada:
– ¿Aló? ¿qué? Dígame no más, estoy de domingada.
– Amiga mía, me llamo pa ́ despedirme, hoy me voy pa ́ Santiago… gracias po ́ todo, po ́ tu ayuda a la haitiana, cuando yo tengo un problema, tú estabas ahí…”- dice Shiära.
– …Bella… no me digas más… algo supe. Te llamaré un rato más, pa’ despedirme – responde, preocupada, Grace.
“Van llegando, y cuando tú ya los deja’ caminando solito’, va entrando otro y se van otros” continúa. Luego de abrazar el silencio, me explica que aquella mujer haitiana vivía en Los Lagos, contaba con visa definitiva y trabajo, pero se va de Chile porque no toleró la discriminación hacia ella y su hijo nacido en Chile. Sucede, especialmente con los haitianos, comenta Grace.
En la Región de Los Ríos hay más de 2 mil haitianos, entre regulares e irregulares (estimación de la Red Nacional de Organizaciones Migrantes y Pro Migrantes en Chile, año 2020). Una de ellas, es Germine Feuillé proveniente del sur de Haití. Con ella me reuní en la virtualidad pandémica.
Feuillé cuenta que llegó a Valdivia hace más de 3 años. Tenía amigos haitianos en la zona que decían que “había trabajo en el sur, que el viaje era sencillo, solo debía llegar a Santiago de Chile y luego tomar un bus a Valdivia”. Y así lo hizo.
“No me arrepiento, porque he conocido mucha gente buena. Pero la vida no fue fácil, porque no se puede vivir en un país sin saber el idioma. No quería quedarme con los brazos cruzados. Así que me dije ‘voy a aprender el idioma’, y así empecé a estudiar en mi casa, con el YouTube, con mi celular”, prosigue Germine.
La lengua haitiana es el Kreyòlc, un dialecto cuya estructura está basada en el francés. Los haitianos que llegan al país sólo hablan esa lengua. Justamente, cuando Germine aprendió español fue rápidamente convocada por distintas instituciones públicas como de la sociedad civil para apoyar la traducción y entender las necesidades del migrante haitiano.
“Ellos sufren, porque no puede’ encontrar trabajo, y si encuentra’ trabajo no puede’ quedarse, porque no puede’ comunicarse y hacer bien el trabajo… ¿Entiendes? A veces, tiene’ un problema de salud y no puede’ explicar. ¿Cómo le va a entender la enfermera? No van a entender qué es lo que tiene. El haitiano no puede expresar lo que no puede decir”, asegura Germine.
Ella apoya como traductora a la ONG Migrantes. “Germine ayuda al haitiano que llega ciego, sordo y mudo, no es como un venezolano o colombiano que llega con sabrosura, alegre y habla español”, me dice Grace en otro de nuestros encuentros pandémicos, interrumpidos por llamados telefónicos, reuniones virtuales y la vida misma, que se asoma en cada letra esmaltada para ayudar al otro.
– Bueno, corazón, de eso se trata la ONG Migrantes, de armar redes. De entender al migrante. Y gracias a estas redes, hoy me puedo dar el lujo de decir que la solidaridad de las personas e instituciones particulares ayudan a los migrantes más vulnerables y no el Estado… Molesta y me duele mucho, porque todos tenemos el mismo color de sangre… No pierdo la esperanza, no bajo los brazos… Cariño, espérame. Justo ahorita me toca entrar a reunión con la Mesa Regional de la Infancia, que integran organizaciones de la Sociedad Civil. ¿Quieres escuchar? Dale…
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