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Las aguas milagrosas del padre Tadeo

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Por Pablo Santiesteban Soto

I

Un pitazo interrumpió el traqueteo monótono del tren. Blanca, entre el sueño y la conciencia, se sobresaltó. El pequeño Maximiano comenzó a quejarse entre sus brazos.

Horacio se incorporó y miró por la ventana del camarote de primera clase. Vio al sur de Chile en todo su esplendor: el verde de las praderas, los campos cultivados, el ganado bovino pastando y, a lo lejos, los soberbios volcanes con sus picos nevados.

Blanca nunca pensó que “el país araucano”, como lo llamaba ella, eran tan extenso. Pero era necesario emprender este viaje desde Santiago si quería salvar la vida de Maximiano, que cada vez más se parecía a una pequeña flor deshojada.

— ¿Ya llegamos a la estación de La Unión, Horacio?—, preguntó con una mezcla de cansancio y ansiedad.

— Falta poco —, respondió Horacio con aire tranquilo. Le pidió a Rosario, la nana de Maximiano, que preparara al niño para salir del tren.

Era enero de 1911. Blanca y Horacio habían planificado el viaje al sur con anticipación. En su casona de San Miguel, en Santiago, conversando con amistades, habían oído hablar del sanador que vivía en un pueblo perdido del sur de Chile y, quienes afirmaban, su método era infalible.

— Es un fraile capuchino alemán, padre Tadeo se llama. Cura dolencias con agua, infusiones de hierbas y hasta con paseos a primera luz del alba. La primera vez que escuché de él me pareció un completo absurdo, pero he sabido de curaciones que parecen milagrosas. Si hasta el presidente Pedro Montt lo fue a ver al sur—, le comentó una amiga a Blanca.

Tras celebrar la Navidad y el Año Nuevo en familia, el matrimonio inició los preparativos para viajar al Sur. Debían tomar el tren desde la capital parando por estaciones cuyos nombres les parecían desconocidos como Pitrufquén, Loncoche, Afquintúe o Mulpún.

Cuando la madre de Blanca los fue a despedir a la estación no pudo evitar emocionarse y exclamar:

— Esto parece la huida a Egipto.

II

El aire no era suficiente para llenar los pulmones de Johan Bauer y parecía que con cada respiro se le iba la vida. A fines del siglo XIX la pujante ciudad de Munich, no tenía alcantarillado y el am- biente era malsano.

Una tos larga, incesante, malditamente molesta, lo aquejaba dentro de su celda. Era tanta su aflicción que otro hermano de la congregación tenía que asistirlo con permiso del prior.

Muy joven, Johan conoció la historia de San Judas Tadeo, discípulo de Cristo, quien guardó el sudario donde Jesús impregnó su rostro durante el camino a la crucifixión y de cómo sanó a un rey con esa reliquia.

Su inquietud religiosa lo llevó a unirse al noviciado capuchino de Laufen. En 1891 egresó y adoptó un nuevo nombre, como era costumbre en la orden.

— ¡Me llamaré Tadeo, Tadeo de Wiesent! — respondió al fraile que le puso el hábito y le había consultado al respecto. El nombre del discípulo sanador y el apellido de su pueblo natal.

Tras 14 años de servicio religioso, de esfuerzo físico y dedicación intelectual, el padre Tadeo se sintió enfermo. En 1893 sufrió una crisis que lo tuvo a las puertas de la muerte. Los médicos tradi- cionales que vieron su caso fueron lapidarios.

— Lamento decirle, padre Tadeo, que usted está viviendo sólo con un pulmón —, le diagnosticó un médico.

La tisis le estaba destrozando los pulmones y el reumatismo lo disminuía muscularmente. Tras consultar muchos médicos llegó a sus oídos el nombre del Abate Sebastian Kneipp, un sacerdote de Wörishofen, quien era conocido por sus modernas técnicas de hidroterapia, una ciencia que buscaba sanar en base a baños de agua fría o calientes y vapores.

Primero opuso resistencia a la idea de ir a ver a Kneipp, a quien calificó de “curandero”. Para él, en esa época, sólo los médicos tradicionales podían hablar de salud. Sin embargo, los tratamientos tradicionales solo empeoraron más su estado.

Al fin, el capuchino se doblegó y accedió ir al pueblo del “curandero” Kneipp. El sólo aire puro del campo era un alivio para él y mejoró su ánimo. Fue sometido a la hidroterapia y permitió que lo sumerjan en una piscina con agua fría. Le pareció que se iba a morir ahí mismo con la temperatura tan baja, pero después comenzó a sentir alivio. Sometiéndose a estos baños de aguas frías, caminando descalzo sobre el rocío de la mañana y consumiendo infusiones de hierba, se recuperó rápidamente.

El capuchino, doblegado en su orgullo, le pidió perdón a Sebastian Kneipp por haber pensado mal de él y después le solicitó que lo aceptase como discípulo para aprender la técnica de la hidroterapia. Así, Tadeo desarmó el techo de sus convicciones.

III

Tras un viaje de 25 horas, Blanca y su familia llegaron a la estación de La Unión y arrendaron un coche tirado por dos caballos para ir a Río Bueno, el pueblo donde vivía el padre Tadeo de Wiesent.

Blanca estaba agotada, pero su semblante de hastío pasó a uno de asombro, cuando el carruaje en el que viajaba llegó hasta un puente de madera, levantado sobre un gran río. La joven madre creyó que aquello era tan hermoso, refrescante y lleno de poesía, que la fatiga y la angustia desaparecieron. El coche atravesó el puente y subió, con el último esfuerzo de los caballos, un camino en repechada.

Los viajeros se detuvieron en la Pensión Herrmann y pidieron un cuarto. Tras dejar a su hijo junto a su nana, los jóvenes esposos bajaron al comedor y advirtieron que la pensión estaba llena de familias santiaguinas de apellidos conocidos. Todos querían visitar al padre Tadeo de Wiesent y consultarlo por sus dolencias.

El 6 de enero de 1911, muy temprano, la familia se encaminó por la plaza hacia la Misión Capuchina de Río Bueno para entrevistarse con el fraile sanador. Pero abordarlo no era tan sencillo.

Según una dama santiaguina, con la que conversaron en la Pensión Herrmann, Tadeo era algo caprichoso y a veces dejaba esperando horas a quienes llegaban a consultarlo; otras veces, se distraía con sus labores parroquiales y tenía un carácter huraño y regañón cuando los pacientes no seguían sus instrucciones.

Padre, madre e hijo llegaron a la portería de esa misión. Aquel zaguán no era más que un local de tablones sin pintura ni adornos y, cuando llovía, se colaba el agua. Los primitivos bancos de madera ofrecían asiento a los enfermos, muchos de ellos personas de vestimenta elegante venidos de diferentes lugares, quienes hacían un largo viaje para consultar al sanador portentoso.

Blanca y Horacio tiraron varias veces de la cuerda de una campana que daba hacia el patio interior de la misión, pero nadie respondía. Por fin aparecieron dos frailes que dijeron llamarse padre Ignacio de Pamplona y padre Mariano. Ambos estaban en la misión para hacerse un tratamiento y habían viajado desde Buenos Aires para ver al padre Tadeo.

El matrimonio les informó que hacía horas esperaban al Padre.

— Veremos qué podemos hacer —, dijeron los frailes, se dieron vuelta y entraron al patio otra vez.

Los frailes caminaron por el pasillo de madera de la Misión y entraron a una rústica oficina. Era un cuarto desordenado, lleno de papeles, algunas plantas y cuadros de la Virgen María y los santos. En un viejo escritorio estaba sentado el padre Tadeo, absorto, leyendo un libro. Cuando los frailes lo encontraron, exclamaron:

— ¡Padre, venga! Afuera en la portería lo está esperando la Sagrada Familia.

IV

En 1895 el padre Tadeo de Wiesent se transformó en uno de los primeros misioneros capuchinos alemanes en viajar a la Araucanía para evangelizar a la población del sur de Chile. Su primera parada fue San Juan de la Costa, en la zona del litoral de Osorno. Fue en dicha localidad que fundó una escuela y comenzó sus tratamientos de hidroterapia, ganando fama entre las comunidades huilliches. Posteriormente fue trasladado a la misión de Pelchuquín, en el valle de Mariquina, lugar en el que permaneció entre los años 1898 a 1902 y atendió tanto a los mapuche como a chilenos, sin discriminar razas ni clases sociales.

En 1902 llegó a Río Bueno como párroco y superior de la misión y allí logró plasmar con mayor éxito sus curaciones de hidroterapia. Por aquellos años Río Bueno y La Unión crecieron comercialmente gracias al auge de las tiendas conocidas como Casas Francesas, ubicadas en el muelle del puerto de Trumao en el Río Bueno, y desarrolladas por los colonos vasco franceses que se instalaron en ambos pueblos. Desde ahí se comercializaban productos agrícolas y ganaderos, maderas, herramientas de trabajo, utensilios domésticos y mucho más, con distribución fluvial entre Osorno y Valdivia.

Cuando Tadeo inició con éxito sus curaciones con hidroterapia empezó a llamar la atención de la gente, algunos le expresaron su asombro y admiración, pero otros le mostraban envidia y desconfianza.

El padre no cobraba por sus atenciones ni por las recetas que entregaba, pero sí aceptaba donaciones para las misiones en las que trabajaba. Varios comerciantes de Río Bueno aguzaron su olfato y vieron en los éxitos del religioso una puerta al comercio. Fue así que surgieron varios hospedajes en el pueblo, ventas de yerbas y hasta la venta de sandalias, pues el padre recomendaba su uso en los paseos matutinos que tenían que hacer sus pacientes, ojalá pisando el rocío de la mañana.

Fue a Remigio Díaz Burgos a quien se le ocurrió la idea de vender las sandalias. Le preguntó al mismo capuchino cómo tenía que hacerlas. Tadeo le otorgó diseños e indicaciones y Díaz bautizó su negocio como «Chalas Padre Tadeo», un producto muy cotizado en Río Bueno.

Según la semblanza escrita por Manuel Lezaeta, discípulo del padre Tadeo, la afluencia de enfermos que llegaban a Río Bueno creció de manera considerable. Tanto, que se debió extender la línea del ferrocarril y construir residencias y hoteles para quienes buscaban la aplicación de la hidroterapia. Lezaeta asegura en su libro “La medicina del padre Tadeo” que la fama del religioso capuchino se consolidó cuando se supo que atendió al Presidente de la República Pedro Montt en 1910, quien viajó exclusivamente a Río Bueno para verlo.

El discípulo del padre Tadeo explica en su libro que la carencia de tiempo para someterse al tratamiento y su falta de comprensión o la presión de sus consejeros, provocaron que el mandatario no siguiera las recomendaciones del sacerdote y volviera a los cuidados de sus médicos.

Pedro Montt, aconsejado por sus galenos, decidió viajar a Alemania para ver a especialistas. Tadeo le hizo ver que no era recomendable hacer el viaje.

— Don Pedro, si usted viaja a Alemania no llegará con vida—, le dijo al presidente.

Fue como una profecía. El 16 de agosto de 1910, apenas Pedro Montt desembarcó en Bremen, falleció aquejado de una arteriosclerosis y arritmia cardiaca.

V

En la portería, Blanca y Horacio escucharon un pesado arrastrar de sandalias y una fuerte sonajera de rosario, un rechinar de llave en el cerrojo y el crujir de una puerta.

Blanca divisó a un anciano de rostro aguileño con finas y fuertes facciones. Tenía una barba hirsuta y ojos azules tristes. Sintió una extraña fuerza en esa mirada, tanto que sintió que le llegaba hasta el alma.

Enseguida el capuchino hizo entrar a la familia a su desordenada oficina y se dedicó a examinar al niño. Blanca se sorprendió con lo que dijo:

— No tiene nada de importancia; luego sanará —, y enseguida, la mira a ella y le dice — Usted es la enferma … Y está muy enferma.

La pobre mujer sintió que se desvaneció y el padre Tadeo corrió para abrir la ventana, para que a la habitación entrara el aire sureño.

El panorama cambió radicalmente para esta familia. Maximiano y Blanca debían someterse a la hidroterapia, pero el mayor cuidado tenía que ser para la madre. La enfermedad de Blanca era a la vesícula.

Horacio debía volver a Santiago, pues sus labores de ingeniero lo reclamaban. Dejó a sus hijas para que se ocuparan de su madre y el hermano menor.

Sometidos a los baños de agua y caminando sobre el rocío muy de mañana, madre e hijo iniciaron su sanación bajo las órdenes del capuchino alemán, quien era muy dedicado en dar sus recetas y muy estricto en el cumplimiento de ellas.

— El agua constituye la base de todo nuestro sistema—. Explicó el padre Tadeo a Blanca —. Es la ayuda más poderosa. Por medio de ella regularizamos el curso de nuestra sangre, expulsamos los gérmenes nocivos y comunicamos a todo el organismo fortaleza, actividad y nueva vida. ¡Bendito Dios que en un elemento tan sencillo nos regaló un rico tesoro!

Proverbialmente el pequeño Maximiano sanó a la semana de permanecer en Río Bueno, aplicándosele chorros de agua fría, consumiendo huevos duros y bebiendo tisanas de hierbas, todo esto bajo la vigilancia del padre Tadeo. Sin embargo, Blanca debió permanecer en el pueblo al menos tres meses.

Maximiano, en tanto, observaba todo con un ánimo muy vivaz y trataba de imitar los rezos y los cantos de los frailes a los que escuchaba en el templo parroquial. Fue un tiempo de paz para madre e hijo y un tiempo que marcaría profundamente el futuro del niño, quien nunca olvidó lo vivido en la Misión de Río Bueno. Ya adulto, Maximiano decidió hacerse sacerdote y posteriormente fraile franciscano. Cambió su nombre por el de Francisco y llegaría a convertirse en el obispo de Osorno, Fray Francisco Valdés Subercaseaux, un hombre entregado a la evangelización de los más pobres y a la integración de los mapuche a la sociedad y la vida de la iglesia.

La historia de este encuentro y sanación es mencionada en el libro de Margarita Valdés, hermana de Fray Francisco Valdés, donde relata la vida del obispo, basándose en cartas, una de ellas escrita por su madre Blanca Subercaseaux y que ayudaron a recrear este relato.

VI

El aire, el agua y la alimentación. Esa era la trilogía de la hidroterapia que aplicaba el padre Tadeo en San Juan de la Costa, luego en Pelchuquín y después en la misión de Río Bueno. Una combinación que dio muy buenos resultados en los diez años en que el sacerdote permaneció en la ciudad ribereña.

Pronto el padre Tadeo debió enfrentar a dos enemigos poderosos: la envidia de un sector de la sociedad riobuenina y la epidemia de viruela que se manifestó en el pueblo durante el verano de 1912.

Hay distintas versiones sobre el quiebre que tuvo el religioso con Río Bueno. Según una crónica del diario El Orden de La Unión, debido a la cantidad de gente que se reunía en Río Bueno, aumentó el peligro del contagio de viruela.

En otra crónica de opinión, donde el diario El Orden cita al diario La Aurora, fechada el 28 de enero de 1912, da a entender que el padre Tadeo y los dueños de residencias y hoteles “negaban” la presencia de la peste de viruela en la ciudad e impidieron la construcción de un lazareto para aislar a los afectados.

Desprestigiado entre algunas voces de la sociedad, el padre Tadeo abandonó Río Bueno, no sin antes arreglar la Casa Misional, instalar la luz y renovar la fachada de la Iglesia, cercar el terreno misional y construir una capilla en el hospital.

Pese a la incomprensión que lo alejó de la gente de su querido Río Bueno, pronto sumó discípulos chilenos que creyeron en su método. Entre ellos, el empresario Fernando Doggenweiler, quien construyó en Constitución baños de acuerdo a las normas del capuchino, atendido por personal capacitado por el mismo Tadeo; Manuel y Víctor Lezaeta y Mario Acharán Arce, quienes fundaron los primeros centros de salud naturista en el país.

En 1922 el padre Tadeo dejó Chile para siempre y se radicó en Bogotá, Colombia, ciudad donde falleció el 10 de junio de 1926, sin cumplir su deseo de volver como lo había expresado por carta.

Quien siempre defendió al padre Tadeo fue su discípulo Manuel Lezaeta. En sus escritos indica que el sacerdote no contó con la comprensión de la comunidad de la medicina tradicional de la época.

“Ayer, como hoy, la medicina ha combatido a quienes se apartan de sus cánones y señalan el verdadero camino de la salud. Lejos de confirmar o desmentir los asombrosos casos de curación, se ha perseguido a la medicina natural y despreciado a sus representantes. Empero, ahí está el restablecimiento total de quienes la practican”, escribió Lezaeta.

Actualmente el legado del padre Tadeo se mantiene en la Región de Los Ríos, pero no en Río Bueno, sino que en la comuna de Mariquina, en el Sanatorio Santa Elisa, lugar donde se realiza la hidroterapia a pacientes que lo requieren.

LOS AUTORES

Pablo Santiesteban Soto

Pablo Santiesteban Soto

Nació en Valdivia el 27 de noviembre de 1973, hijo de Pablo y Melania. Desde muy pequeño aprendió a escribir a máquina, motivado por su padre, y ya con 8 años se atrevió a escribir cuentos con dicha herramienta o a dibujar sus propios comics que compartía con sus padres y familiares. Hizo la educación básica en la Escuela N° 3, Escuela N° 1122 y Colegio Alonso de Ercilla. Egresó de cuarto medio del Instituto Salesiano en 1991 y estudió la carrera de Periodismo de la Universidad Austral entre 1992 y 1997. En 1996 hizo la práctica profesional en el Diario Austral de Los Ríos y posteriormente se sumó a dicha casa periodística a la que estuvo ligado desde abril de 1998 a enero de 2017. Desde diciembre de 2020 es parte del equipo de diarios digitales de Grupo DiarioSur, empresa periodística con presencia en las regiones de Los Ríos, Los Lagos y Aysén. En 2021 hizo el diplomado de Escritura de No Ficción con la Universidad Alberto Hurtado de Santiago. Actualmente es parte de la directiva del Colegio de Periodistas de Los Ríos, organización de la que es colegiado desde julio de 2020.

1 Comentario

  1. Daniel Mitre.

    Grande Pablo que hermosa y entretenida narración, la sentí cómo si me la contara mi abuela en San Jose,el Padre Tadeo dejo mucha huella en Pelchuquin y Mariquina.Un abrazo éxito y felicitaciones.

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