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Angachilla resiste

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Por Cinthia Soto Arancibia

Son las 6 de la mañana y el silencio en el humedal Angachilla sólo se rompe por nuestros pasos sobre el suelo mojado y por las voces del bosque -las aves, el sonido del agua, el viento meciendo las ramas de los árboles- que nos invitan a reflexionar y a ser parte del Wetripantu, el año nuevo mapuche, el solsticio de invierno, el fin de un ciclo y el inicio de otro. Es junio y es de noche todavía.

Nos detenemos en el punto en que la machi Paola Aroca Cayunao, autoridad espiritual del pueblo mapuche en Valdivia, plantará un chemamüll, una escultura de madera con fisonomía humana que simboliza el equilibrio y el vínculo de lo humano con el espíritu.

El chemamüll será instalado para proteger a este humedal ubicado en el sureste de Valdivia, que se ha visto amenazado por la expansión de la ciudad. A unos 200 metros de aquí fue construida la Villa Claro de Luna y lo rodean las avenidas Pedro Montt y René Schneider.

Los mapuche llaman hualve a los humedales y respetan a los Ngen que habitan en ellos: los espíritus protectores que permiten que las plantas medicinales abunden, que la lluvia no desborde los ríos, que no escasee el agua para los animales y los humanos en los tiempo de sequía.

Angachilla significa en mapudungun “lugar de zorros”, porque alguna vez aquí los hubo, pero ya no queda ninguno.

En el cuidado del humedal trabaja un grupo voluntario de hombres y mujeres que parecen movidos por la energía de su caudal pantanoso. Son vecinos y vecinas del sector que se organizaron en torno a un espacio autogestionado que les permite meditar, encontrarse y reflexionar. Su lema es: “Somos bosques, ríos y humedales. Desde Angachilla resistimos”.

Periódicamente se reúnen para recolectar la basura que encuentran en la ribera del humedal, a veces caminando, a veces remando en kayak, porque hasta aquí suelen llegar personas a deshacerse de escombros y electrodomésticos que contaminan las aguas. A ello se suma el impacto generado por la construcción de caminos y puentes, y también los rellenos ilegales con fines inmobiliarios.

Es tan cierto como triste: Valdivia tiene un largo historial de casas -poblaciones enteras- construidas sobre humedales.

Imagino a Jaime Rosales como un ave rapaz que vigila el humedal con sigilo. Tiene una mirada profunda y al mismo tiempo que su voz hablan sus manos.

Jaime lleva más de 30 años trabajando en el hospital de Valdivia y es dirigente vecinal del sector Angachilla desde hace 16. Es presidente del Comité Ecológico Humedal Angachilla, una de las organizaciones que ha liderado la lucha de la sociedad civil por la protección de este humedal junto con el Consejo Vecinal de Desarrollo Claro de Luna -que lidera Ana Villanueva-, la Coordinadora de Defensa del Humedal Angachilla, la Corporación de Humedales Angachilla y el Comité Ecológico Bosque Humedal de Villa Galilea.

¿Qué ha motivado a Jaime a mantener por tanto tiempo el compromiso con su comunidad?

-Cuando aprendes a conocer la importancia, el rol estratégico de los humedales urbanos en Valdivia, aprendes a descubrir la diversidad de vidas que habitan en estos espacios, lo que hace que se genere un lazo indisoluble. Claro que han existido conflictos internos o muchas veces he tenido que sacrificar mi propio tiempo y el de mis seres queridos, pero cada día que pasa me doy cuenta que hay un vínculo que no puede desaparecer y que de una u otra forma te reclama, porque eres parte de eso.

Dice Jaime, y agrega:

-El hambre insaciable de progreso atrapó a cientos, pero cuando entiendes que eres uno más en un pequeño universo donde cohabitan muchas vidas y tú eres parte, ahí entendiste todo. ¿Por qué persistir? Porque cuando aprendes algo, ya no puedes deshacer ese aprendizaje. Hay un proceso que te hace entender por qué tienes que estar ahí, por qué tienes que luchar y conservar este espacio. Hay un lazo afectivo con el lugar que te hace también persistir en esa lucha, con cariño y apego por el territorio.

En la columna “Acción ambiental colectiva y manejo de conflictos: el caso del humedal Angachilla en Valdivia”, publicada en octubre de 2022 en El Mostrador, la investigadora posdoc- toral del Centro de Humedales Río Cruces (Cehum), Marcela Márquez García, plantea la importancia de que las personas se involucren en la vida cívica y política de su comunidad para asegurar la salud de los ecosistemas, y pone como ejemplo el activismo ambiental ciudadano en la capital de la Región de Los Ríos, que ha permitido obtener resultados positivos.

“En Valdivia, la inédita valoración social de los humedales urbanos, sumada a las intensas controversias y movilizaciones que de ellas se derivan, hacen de la ciudad un escenario particular para entender procesos de acción ambiental colectiva”, señala Márquez en su columna.

Según el Inventario Nacional de Humedales, Valdivia es la comuna con mayor número de humedales urbanos -77- a nivel regional y la segunda a nivel nacional.

La columna de Marcela Márquez dedica un párrafo a la situación del humedal Angachilla, explica que diversas organizaciones comunitarias y personas naturales se han comprometido en los últimos años con su conservación realizando actividades de limpiezas, restauración ecológica y de creación y mantención de senderos, señalética e infraestructura, así como también actividades culturales y festivales, recorridos fotográficos y otras acciones educativas para visibilizar la importancia del humedal.

“La comunidad ha logrado recuperar un espacio público que originalmente era un vertedero ilegal y transformarlo en una reserva natural urbana”, agrega la investigadora del Cehum.

El empuje de la comunidad organizada contribuyó a que el 25 de febrero de 2022 el Ministerio del Medio Ambiente declarara como santuario de la naturaleza una superficie de 2.025 hectáreas que incorpora las 120 hectáreas de este humedal urbano. El área incluye exclusivamente bienes nacionales de uso público localizados en la parte baja de la cuenca del río Angachilla, cuyo sistema de humedales está formado por los esteros Miraflores, Angachilla, Prado Verde, Las Parras, Las Gaviotas y las lagunas de Santo Domingo.

La declaración del humedal Angachilla como parte de este santuario de la naturaleza permite que en este espacio no se generen proyectos que pongan en riesgo el hábitat de cientos de aves, animales, insectos, anfibios, árboles, arbustos y flores.

Entre las especies de árboles nativos presentes en el santuario destacan el roble, coigue, ñirre, alerce, mañío, tepu y canelo, además de arbustos nativos y plantas trepadoras como la murta, el chupón, la quila, el copihue y el maqui. Además, existe un bosque pantanoso dominado por especies que resisten la inundación temporal como el canelo, temu, arrayán, pitra y lumilla.

El coipo y el huillín, ambas especies protegidas, viven en el humedal y comparten el hábitat con aves que los niños y niñas de la cercana escuela Angachilla suelen divisar, dibujar y pintar, como el sietecolores, el cisne de cuello de negro, la garza cuca y el chuncho.

Durante las últimas dos décadas, un sector del humedal ha sido recuperado por los vecinos de la Villa Claro de Luna y transformado en el Parque Comunitario La Punta, que tiene senderos que permiten el avistamiento de aves y de la flora nativa y que promueve el cuidado de la biodiversidad del lugar. Su aspecto es hoy muy distinto de cómo era el sector en los años ‘90, cuando los terrenos aledaños al humedal estaban abandonados y no existía preocupación por su conservación. La presidenta del Consejo Vecinal de Desarrollo Claro de Luna, Ana Villanueva, contó en una entrevista emitida por el canal municipal Valdivia TV que cuando llegó a vivir al sector en el año 2002, a dos cuadras del humedal, el actual parque comunitario “era un sitio eriazo, había mucha mugre y las constructoras iban a tirar todos sus desechos de pavimentación. Los vecinos iban a tirar todos sus escombros”.

El proceso de recuperación del humedal ha significado para la comunidad un aprendizaje constante y una lucha continua por generar conciencia sobre la relevancia de cuidar el humedal. Este proceso fue iniciado por los vecinos en 2007 debido a que la expansión urbana en la ciudad consideraba realizar construc- ciones sobre humedales y cursos de agua, como el proyecto de que la prolongación de la Avenida Circunvalación cruzara el humedal Angachilla.

Una investigación de los académicos de la Universidad Austral Juan Carlos Skewes, Rodrigo Rehbein y Claudia Mancilla sobre la recuperación de este humedal llevada adelante por la comunidad de la Villa Claro de Luna destaca que el esfuerzo de los residentes es una forma alternativa de constituir la relación entre la ciudad y la naturaleza, asegurando la protección de sus derechos urbanos. “Frente a la voluntad de transformar en plusvalía el medio, la comunidad aspira a mejorar su calidad de vida reforzando su participación y, a la vez, protegiendo el medioambiente”, dice el estudio.

Vestigios de una ruka construida hace 600 años por los mapuche en el humedal Angachilla durante el período denominado Alfarero Tardío, demuestra que desde esa época “los habitantes de esa zona tenían una vinculación directa con el humedal”, explica el arqueólogo Rodrigo Mera, profesional a cargo de las excavaciones en el lugar del hallazgo.

Históricamente, el humedal Angachilla ha tenido estrecha relación con el ser humano. En él se han desarrollado actividades de subsistencia para la generación de alimentos y, en épocas más antiguas, los mapuche también lo usaron como escondite tras los enfrentamientos con los españoles.

Daniella Milanca, educadora de lengua y cultura mapuche, dice que el lugar es identificado hasta hoy como un espacio ancestral, una zona vital para el desarrollo de Fantepu fillkexipa küzan, las prácticas culturales de la comunidad mapuche.

Actualmente, la cosmovisión mapuche se mantiene presente en el humedal gracias al compromiso de la comunidad Kalfvgen y de la machi Paola Aroca, quien motivada por cuidar el lugar donde habita el ngen, recuperó un espacio de rogativa con un kemu kemu, un conjunto de ramas que se utilizan para las ceremonias de prácticas espirituales y culturales mapuche.

Como muchas tardes, amaneceres y noches, Jaime Rosales llega al humedal este día de julio en bicicleta. Hoy lo moviliza cuidar el humedal de las empresas inmobiliarias que pretenden rellenarlo para vender parcelas y resistir el proyecto de construcción de un puente que cruzaría el Parque Comunitario La Punta y que tendría un impacto sobre el humedal.

-La extensión de la Avenida Circunvalación atravesaría el humedal con la construcción de un puente, que iría desde el sector Galilea hasta la Villa Claro de Luna. Las autoridades deben evaluar técnicamente la protección del espacio, como parte del plan regulador de la ciudad, evaluando un nuevo trazado que proteja el humedal. Decir no a la Circunvalación representa el derecho a pensar una ciudad justa, inclusiva, integral, que pueda compatibilizar un desarrollo medioambiental. Creo que es nuestro derecho -señala Jaime.

El 21 abril de 2023 las organizaciones civiles que trabajan por la protección del humedal Angachilla firmaron con las autoridades regionales con competencia en la materia y con la alcaldesa de Valdivia un acuerdo para que la construcción de ese puente pase a una etapa de estudio de prefactibilidad y que contemple una amplia participación ciudadana, de tal manera que se cumpla con el estándar de protección que conlleva la de- claración del humedal Angachilla como santuario de la naturaleza.

El acuerdo fue recibido con entusiasmo por los vecinos del humedal, quienes confían en que Valdivia se transforme en un ejemplo para otras ciudades del país sobre cómo la comuni- dad organizada puede lograr que los espacios de importancia ambiental, social y cultural se conserven, pero especialmente para que la cultura del país cambie hacia un modelo de desarrollo que no ponga en peligro el patrimonio natural.

LOS AUTORES

Cinthia Soto Arancibia

Cinthia Soto Arancibia

Mi nombre es Cinthia Soto Arancibia, crecí en La Pincoya y a los 16 años tomé la decisión más importante de mi vida, y me vine a estudiar a la UACh. De mi infancia tengo hermosos recuerdos y una gratitud infinita. De mi madre heredé el amor y la resiliencia, de mi padre la lealtad, el compromiso y la honradez. Pese a las circunstancias de criar a 4 hijas en la década de los 80 y con sueldos de obreros, cada día nos inculcaron que el límite era el cielo. Y así ha sido, ya que todas somos profesionales. Soy Periodista, Licenciada en Comunicación Social, Magíster en Gestión Estratégica y Alta Dirección, tengo estudios de postgrado en Desarrollo Comunitario, Participación, Comunicación Estratégica, Manejo de Crisis y Salud Primaria. Mi expertiz es la gestión y la planificación. Sobre la literatura, en el 2000 escribí para Ex Vicaría de la Solidaridad “Las restricciones a la libertad de prensa en Chile durante el gobierno militar”. Luego de eso se abrieron espacios en el mundo público y privado. Actualmente me desempeño como encargada de comunicaciones de Salud Municipal de Valdivia y en ese contexto, fui reconocida por el Colegio de Periodistas y en el 2021 por la Unión Comunal de JJVV por la información entregada en medio de la pandemia. Me siento orgullosa de lo que soy y de lo que he construido, me gusta viajar y conozco decenas de ciudades y países. Amo la música, la naturaleza, el trail, los cerros y el bosque. Soy sentipensante, madre de Vicente y Florencia, ambos músicos y de Cristóbal, que es artista. La gratitud es mi sello y el bienestar colectivo mi desafío.

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