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Historias diversas: una crónica trans en Valdivia

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Los valdivianos tenemos una especie de chauvinismo, ese sentimiento que nos lleva a creer que nuestra ciudad es la más linda, la más hermosa, donde todos podemos ser felices. Por eso, escuchar que alguien pasó penurias en nuestra ciudad, es duro. Y eso fue lo que vivió Claudia Ancapan Quilape en Valdivia. Aunque nacida en Santiago, creció en la comuna de Los Muermos, Provincia de Llanquihue, donde comenzó a vivir su identidad femenina. Después de estudiar un año en la Universidad de Concepción descubrió su vocación por la salud, ingresando a la carrera de Obstetricia en la Universidad Austral de Chile (UACh).

“En Concepción fue todo muy bonito, pero acá (en Valdivia) fue horrible, se burlaban de ti. En ese tiempo me vinculé con personas de la diversidad sexual, y éramos todos discriminados, peor para los que tenían VIH”, recuerda desde el otro lado de la pantalla.

“Se me decía que no intentara una transición pública, porque podía ser peligroso. Cuando viví este periodo iba a la Universidad con una identidad, y en mi casa y con mis amigos vivía otra”.

Pese a que socialmente se estaba tolerando la homosexualidad, aun existían redadas de neonazis y golpizas a los miembros de las diversidades sexuales. Por esos años se quemó la discotheque Gaysoline, ubicada en Cutipay. Las causas nunca se han esclarecido y siempre han rondado los rumores de que se trató de un ataque homofóbico.

 Más allá de ese mundo, Valdivia quedó marcado también por los crímenes de Cynthia Cortes y James Emmott. 

 “En ese tiempo no era bueno ser joven ni carretero en Valdivia, siempre se decía que te podía pasar algo. Y me pasó”, cuenta Claudia. Fue en noviembre del año 2005, cuando Claudia venía de una fiesta y en la calle Pedro Montt fue abordada por tres sujetos neonazis, que la subieron a un jeep.

“Era gente pudiente; tenían el auto lleno de tragos y cocaína. Por unas tres horas dimos vueltas por toda Valdivia. Me llevaron cerca del río Cruces, donde me violaron en grupo. Me rompieron los dientes, me reventaron la cara con sus zapatos puntas de fierro. Los neonazis se divierten golpeando a las personas que consideran inferiores y yo era parte de esa inferioridad. Me tiraron a un basural, en medio de los juncos, al lado del río, con los cisnes dando vuelta y yo sangrando. Andaba desnuda y la gente se asustaba mucho, tal vez pensaban que era una delincuente con tacos y pelo corto”.

Por eso, para Claudia, Valdivia es la injusticia misma.

 Cuando estaba terminando su carrera se encontró con uno de sus agresores en un cibercafé, en la misma calle donde fue abordaba. Su presencia la paralizó. El sujeto la reconoció y salió huyendo. 

Claudia contactó a la familia de uno de los miembros de ese grupo de neonazis. Se trataba de un hombre casado con hijos, que ella misma había traído al mundo. Claudia habló con la esposa de otro miembro del grupo. La mujer le pidió perdón llorando. Le contó que su pareja era un alcohólico y drogadicto; le mostró fotos de sus hijos, rogándole para que no lo metiera preso.

 Como las desgracias nunca vienen solas, según dice el dicho popular, justo en ese momento Claudia terminaba una relación con un hombre que le argumentó que ella no cumplía los requisitos para ser una mujer y todo el mundo se iba a burlar de él.

 Todas esas malas experiencias la empujaban a irse de Valdivia, pero, como si la ciudad se hubiese enseñado con ella, su salida no sería fácil. Era el año 2007 y la Universidad no dejó que se titulara con su nombre social. Estamos hablando de una época en la que aún no se había promulgado la Ley de identidad de género. Con el tiempo, Claudia se ríe de ese episodio, pero de seguro en su momento no fue nada de agradable.

 “Hay gente que tiene que agachar la cabeza de la vergüenza, incluidos dos rectores, profesores e incluso compañeros que hoy día ocupan cargos públicos en Los Ríos y Los Lagos”, expresa Claudia.

 Agrega: “Yo no sé si había un miedo a algo. Nunca entendí por qué era tan peligrosa. A lo mejor sí era peligrosa, porque estaba levantando una voz disidente y feminista. Al final toda esta gente, heteropatriarcal forzada, clasista y racista, me estaba abriendo las puertas al futuro, porque yo no podía en seguir en un lugar tan inhóspito”.

Finalmente dejó Valdivia y se fue a Santiago, donde tampoco todo fue miel sobre hojuelas: el nombre masculino de su título le impedía trabajar como matrona. Hasta que un día un periodista de The Clinic se enteró de su caso e informó que una matrona transexual, y además mapuche y evangélica, vendía completos en Bellavista. Luego aparecieron todos los canales y Claudia Ancapan se convirtió en un símbolo de la lucha trans en el país. La presión mediática y social llevaron a la UACh a cambiarle el nombre en su título, doblegando el último escollo que le colocaron, que era su deuda con el crédito universitario.  

 Su historia está reseñada en el documental “Claudia: tocada por la Luna” de Francisco Aguilar, estrenado en 2018, premiado en festivales de Perú y México. El filme termina con un mensaje esperanzador, con una  pareja que la ha aceptado tal cual es, un trabajo estable y reconocimiento social.

 Lamentablemente, no todas las historias trans terminan de esa forma.

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En la misma época en la que Claudia sufría la discriminación en Valdivia, se comenzaba a desarrollar otra historia trans, incluso más dramática que la de ella.

 En una de las grandes casonas de Pedro Montt donde los neonazis  abordaron a Claudia, vivía Héctor. “Su mamá había muerto y su papá lo abandonó, por eso lo criaba una tía, que lo tenía como empleado y no lo dejaba salir a ningún lado, solamente que se dedicara a estudiar”, recuerda Gastón, quien fue uno de sus mejores amigos en ese tiempo.

 Tal vez por esta dura historia de vida, Héctor era un chico tímido y muy silente. Gastón lo acercó a su círculo de amigos, que se reunía en una casa de Baquedano.

 “Por mi casa transitaba muchísima gente. Compartíamos un ambiente muy artístico y liberal, donde convivíamos con hiphoperos, venían los actores del Festival de Cine y también había algunos amigos gays, pero en ese ambiente nadie se andaba preocupando de esas cosas,” comenta Moisés Tapia, quien arrendaba la residencia que era lugar de encuentro del grupo. En una ocasión se trató el tema homosexual y algunos mencionaron que si adoptaban esa orientación la asumirían sin problemas, sin importar lo que dijera la familia, que solamente tenía que aceptar la decisión de cada uno.

 Con el tiempo, Tapia cree esa conversación llevó a Héctor a asumir su homosexualidad e informarles a sus familiares. Pero esa salida del closet, lejos de ser aceptada, fue rechazada. Y no sólo eso: Héctor fue expulsado de su casa por su tía. Sin familia ni un lugar donde vivir, y solamente con sus amigos como red de apoyo, Héctor se marchó donde estaban ellos, que era Santiago. En la capital asumió su homosexualidad de forma más femenina, tiñéndose el pelo, maquillándose. Estaba dejando de ser Héctor para pasar a ser Rubí.

 Una noche de fiesta en los lugares alternativos que frecuentaba con su viejo amigo Gastón, no se quiso ir a su casa y comenzó a hacer parar los autos. “Le dije que no podía hacer eso, porque era peligroso; además que estábamos en un lugar medio turbio”, recuerda Gastón desde el teléfono.

 Si Héctor, o Rubí, estaba dedicado al comercio sexual como vía de subsistencia, da lo mismo, porque esa noche perdió la vida en una brutal golpiza, donde llegó a perder masa encefálica. Su caso nunca salió en las noticias. Nunca se supo quiénes fueron los responsables, ni mucho menos se hizo justicia.

 Su familia biológica nunca se preocupó por él, tal vez porque ya lo habían dado por muerto cuando supieron que su hijo pasó el umbral de género.

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Precisamente, eso es lo que muchos psicólogos les dicen a las familias que viven la experiencia de transición de género de un hijo o hija, cuenta Felipe, psicólogo que acompaña a familias que viven este proceso. Y no decimos su apellido, porque él es también una persona trans y prefiere que su identidad se mantenga en reserva. A diferencia de Claudia y Rubí él no nació hombre ni decidió ser mujer, sino al contrario. Y a diferencia de ellas, tampoco se fue de Valdivia, sino que vino acá a vivir su nueva vida.

Nos juntamos en un céntrico café de Valdivia a hablar de su experiencia acompañando a personas que cambian de género. No sabía cómo consultarle sobre su caso personal, pero él mismo narró su historia. 

Felipe nació en una familia que cataloga como liberal de Santiago, pero también de otra época, donde la liberalidad tenía límites más estrechos que los que conocemos hoy en día. En su adolescencia fue asumiendo su homosexualidad, cambiando su estilo de ropa y su corte de pelo. Su familia aceptó que le gustaran las mujeres, pero el hecho de querer ser hombre ya era demasiado para ellos.

 “Hubo mucha negación a decirme Felipe, que era el nombre con el que mi mamá me quería bautizar antes que naciera, sin saber mi sexo. Por ejemplo, mi papá me decía “Poroto”, para no tratarme como hombre”, comenta.

 En su caso, el rechazo también se debía al desconocimiento de la transexualidad, que su familia entendía como un trastorno mental que podía derivarse de la bipolaridad de su abuela paterna.

 La actitud de su madre cambió después de que Felipe le escribiera una carta, contándole la aceptación de la familia de su polola de aquel tiempo. “Ella, que siempre se ufanaba de dar todo por sus hijos, no lo estaba haciendo. Ahí me dijo: ‘Felipe, nunca más’”, recuerda.

 En la Universidad no tuvo mayores inconvenientes, incluso la directora de carrera le prestó plata para la cirugía de reconstrucción de género femenino a masculino. Y si bien su título profesional también consignó su nombre antiguo, rápidamente su casa de estudios lo resolvió.

 Como muchos santiaguinos, Felipe quiso probar suerte en Valdivia y se vino sin un trabajo asegurado. “El segundo día acá me llamaron para una entrevista. La que sería mi jefa me preguntó por qué me interesaba el puesto. Me dije a mí mismo: ‘¿Le cuento o no le cuento?’. Le conté y le pareció bacán”, señala.

 Aparte de ella, muy pocas personas conocen la historia de su identidad. 

 En Valdivia, Felipe se vinculó con la Unión Valdiviana por la Diversidad Sexual y de Género (Valdiversa), donde apoya psicológicamente a las personas y familias que están pasando por el mismo proceso que él vivió.

 “Creo que el momento más complicado es previo al tratamiento de hormonas. Te asumes con otro género, pero te ves muy ambiguo y la gente te mira mucho y no saben cómo tratarte. La transición es un proceso psicológicamente muy duro, que en muchos casos implica suicidios. Diría que en el 90 por ciento de los casos, incluyéndome, hay intentos de suicidios”, sostiene.

El psicólogo recuerda que a la primera persona que atendió en Valdiversa, una parte de la familia era evangélica, por lo que le quisieron dar apoyo, pero a su manera: “Una de las tías habló con él y le dijo que le preocupaba su situación, porque se podía ir al infierno. ‘Igual te amo, pero no comparto tu decisión’, le dijo. Eso es un apoyo ambiguo, porque están esperando que la otra persona cambie. Por eso, muchos deciden no contárselo a su familia, porque creen que no lo apoyarán nunca”.

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Pero no sólo en el mundo evangélico se da la discriminación. Los católicos tampoco están ajenos a esta situación, como le pasó a Isidora Milán. Ella estudió en uno de los colegios más tradicionales de nuestra comuna, el Instituto Salesiano de Valdivia (ISV).

 “Mi experiencia ahí fue horrible. Siempre recuerdo cuando iban las practicantes de la Universidad, se les sexualizaba mucho, no solamente los alumnos sino también los profesores, quienes hacían comentarios ultramachistas, muy de viejo verde. Una vez un inspector me dijo: ‘Que está rica tu hermana, preséntamela’”, relata Isidora.

 “No había ningún respeto hacia las mujeres en ese colegio, por lo general a los profesores hombres se les respetaba muchísimo, pero a las mujeres nada y hasta se les humillaba; tengo la imagen de profesoras llorando”, añade.

 En su adolescencia, el cuerpo de Isidora generaba más hormonas femeninas de las normales, lo que le producía el crecimiento de los senos y sus compañeros la tocaban y le bajaban los pantalones.

 “En esos tiempos no había bullying por violencia, pero todo era sumamente machista. Tenía compañeros de curso que me humillaban por no saber jugar a la pelota. Había uno, que me parece que ahora es jugador de Deportes Temuco, que trataba de darme pelotazos y romperme los lentes”, señala.

 Por eso, sus relaciones de amistad las entabló con alumnas de los colegios María Auxiliadora y Nuestra Señora del Carmen. Aunque desde muy temprana edad adoptó el ateísmo, igualmente se vinculó a la Pastoral, porque le daba la oportunidad de interactuar con otra gente.

“En las presentaciones usaba calzas apretadas, que me pasaban mis compañeras, y cantábamos canciones muy amariconadas. A mis pololas les pedía que me prestarán su ropa o me maquillaran, casi travistiéndome”, recuerda.

 Pese a sus insistencias para cambiarse de colegio, su madre desoyó sus peticiones, bajo la idea de que la enseñanza salesiana le ayudaría a cumplir el sueño de ingresar a la universidad. Tal vez por sus malas experiencias en Valdivia, Isidora inició su educación superior en Santiago, específicamente en la Universidad de Chile. Ahí se vinculó con el movimiento LGTBIQ+ y se hizo muy amiga de Emilia Schneider, primera presidenta trans de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (Feuch). “Creo que un haz de luz me decía ‘hoy día puedes travestirte’. Lo hablé con la Emilia y me dio un gran consejo: ‘Pruébalo y si no te gusta te vas a quitar la duda’”.

 Tras realizar el experimento, Isidora sintió una euforia de género, que la hizo sentirse realmente plena. Ahí comenzó su proceso de transición.

 Desoyendo los consejos de su psicóloga y escuchando a su círculo más cercano, le anunció su cambio de género a su madre: “Ella tuvo una reacción bastante violenta. Me trató de loca. Me dijo que era culpa de mi depresión y que mi psicóloga me estaba metiendo cosas en la cabeza. Incluso llegó a decirme que no era la persona que había criado y que ya no era su hijo”.

 Tuvo problemas de salud mental que la obligaron a regresar a Valdivia. Aunque ella no lo dice, es de suponer que esos problemas se derivan de su cambio de género, sumado al rechazo de su madre.

 De vuelta en Valdivia, comenzó a estudiar psicología en la UACh, donde se encontró con un contexto muy distinto al que conoció Claudia Ancapan: “La Universidad Austral es un espacio muy seguro, especialmente la Escuela de Psicología, donde hay mucho respeto hacia las diversidades de género. He generado lazos de confianza con profesoras, compañeras, además que conocí a mi actual pareja, que es muy aperrada con mis procesos. Incluso, nunca ha sido un tema mi cambio de género, que creo que no debería serlo. Cuestiono eso de salir del closet, si los heterosexuales nunca andan diciendo su orientación sexual”.

La experiencia de Isidora despierta esperanzas sobre la situación de los transgénero en Valdivia, pero al terminar esta crónica nos enteramos de la historia de Emilia Herrera Obrechet, más conocida como Bau, mujer trans asesinada en enero de este año en Panguipulli, en lo que se presume que fue un crimen por encargo, en el marco de las reivindicaciones mapuche. También está el caso de Vicente González, hombre trans, cuyo cuerpo fue encontrado en un sitio eriazo de Valdivia, en lo que, presumiblemente, fue un homicidio luego de un robo. Emilia y Vicente vinieron a morir a nuestra región.

 Esperemos contar más historias de otras Isidoras y Felipes, y no tener que investigar sobre nuevas Bau o Vicente, u otras Rubí, que desaparezcan de nuestra ciudad sin que nadie sepa sus destinos.

LOS AUTORES

Felipe Nesbet Montecinos

Felipe Nesbet Montecinos

Nacido en Valdivia, Periodista por la Universidad Austral de Chile (UACh) y Magíster en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Amante de la historia, el fútbol y los viajes. Ha publicado varios artículos en revistas académicas de Holanda, España, México, Ecuador y Chile, referentes a la apropiación social de las tecnologías de la información y la comunicación, y los militarismos latinoamericanos. En el aspecto literario es autor de cuentos seleccionados en concursos literarios de Chile, Perú y México. Participó en el libro ”XIV Crónicas de La Región de Los Ríos” de 2012, con el texto “Historias diversas: una crónica trans en Valdivia”. Actualmente es académico de la Universidad Santo Tomás (UST) y director del medio Sociedad Imaginaria.

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