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Pagar arriendo o comer

Pagar arriendo o comer

Por Felipe Nesbet Montecinos

No es fácil llegar al campamento de la población José Miguel Carrera. O tal vez mi referencia estaba errada. Sabía que quedaba al otro lado del río Calle-Calle, en el sector de Las Ánimas, a la derecha de la avenida Pedro Aguirre Cerda, que cruza ese gran barrio valdiviano. En esa misma área existió otro campamento, instalado en terrenos pertenecientes a la empresa Valdicor, que fueron desalojados en medio de la pandemia, en una acción que generó una polémica pública.

Es un día de una lluvia suave, camino por la calle Bombero Classing hasta que se acaba el pavimento y comienza el ripio. Las pozas de agua van dibujando el camino. Se escucha el ladrido de los perros, ese sonido es parte del paisaje de la pobreza en Chile, que Los Prisioneros reflejaron magistralmente en la canción “El Baile de Los que Sobran”, con esos aullidos al inicio del tema. Mientras voy avanzando las casas van deteriorándose una tras otra. Primero se ven algunas bien estructuradas, para dar paso a construcciones más ligeras: una pintada de rojo, las que la siguen presentan las latas desnudas. Toco en la puerta de una de ellas, donde se ve luz. Veo un desorden afuera con un sinnúmero de materiales en desuso, un carro del supermercado y algunas botellas. Golpeo varias veces. A la cuarta sale una niña, le digo que llame a algún adulto. Aparece un hombre de una treintena de años con pantalón corto deportivo; presumo que es su padre. Pienso que la lluvia lo instará a abrirme la puerta. Le explico que trabajo en un proyecto periodístico para conocer la realidad de los campamentos.

-Prefiero no participar, gracias.

Los campamentos no son un fenómeno solamente valdiviano, ni siquiera chileno, sino latinoamericano. Son fruto de la migración urbana-rural que se dio en las primeras décadas del siglo pasado, sumado al crecimiento demográfico y la incapacidad del mercado y del Estado de disponer de viviendas regulares. Como lo dijo el arquitecto inglés John Turner en los años ‘70, era la forma en que los pobres construían ciudad. De hecho, muchos de esos asentamientos marginales dieron paso a poblaciones que ya son tradicionales.

En Chile, a los campamentos se les quiso dar un cariz heroico; incluso algunos autores le han querido atribuir al término un carácter paramilitar y combativo. Son conocidos los casos de los campamentos La Bandera y La Victoria en Santiago, mientras en Valdivia tuvimos el Vietnam Heroico (que la dictadura militar cambió por Chorrillos, en alusión a una batalla de la Guerra del Pacífico) y más tarde el Fuerzas Unidas.

Quizá por eso los vecinos del otro lado del campamento José Miguel Carrera, adoptaron el nombre Arturo Prat, el mayor héroe naval chileno. Son apenas cuatro familias que se quieren diferenciar del otro barrio, dicen que hace un tiempo hubo una pelea entre dos pobladores, cada uno representante de uno de los dos sectores, y eso dividió las aguas. El alcohol es el factor principal de los conflictos. Cuentan los vecinos que en varias reuniones, los del otro lado, llegaban con tragos en el cuerpo, por lo que andaban alegando tonteras. La gente de la José Miguel Carrera, donde hay unas 12 casas, son (salvo una ecuatoriana que tiene dos niños chicos) personas solas o parejas sin hijos; en cambio de este lado todos tienen niños, lo que los obliga a dejar las fiestas de lado.

En el Arturo Prat hay una pasarela de madera que atraviesa un pequeño canal. Estas pasarelas se ven en todos los campamentos de Valdivia. La estructura divide las casas del humedal colindante al río Calle-Calle. El humedal llama a los ratones. Una vecina indica con su mano el tamaño que tienen. Más que ratones eran guarenes. Por eso, instalaron unas latas para que los roedores no pasen.

En el verano los matorrales y la pampa son un terreno fértil para los incendios. Angélica Escobar, la presidenta del Comité Habitacional, recuerda que hace dos años hubo un siniestro, pero el rápido actuar de Bomberos impidió una tragedia de proporciones.

Angélica llegó hace seis años al campamento, por una necesidad económica relacionada con la sostenida alza de los arriendos en Valdivia, lo que se hacía más complicado en su caso, que siempre ha trabajado de forma independiente, vendiendo alimentos, maquillaje, perfumes. Es el dilema entre pagar arriendo o comer.

-El Servicio de Vivienda y Urbanismo (Serviu) nos dio una opción de arriendo, pero por cierto tiempo y nos daban 250 mil pesos. Una cabaña se pilla por ese precio. Con tres hijos cómo me voy a ir a una cabaña. Encontré casas en 500 mil, pero tengo pagar 250 mil y ¿con qué comes? -dice.

Por otro lado, el Estado le entrega 30 millones para comprar una casa.

-¿Y dónde compró casa con ese precio? ¿En La Norte Grande, que no es un buen lugar para criar a los niños?

Angélica y su familia tomaron la decisión de asentarse donde termina la población Arturo Prat. Se instalaron en su mediagua aún sin terminar.

-Mi casa era conocida como la casa que no tenía ventanas, porque hice el cuadrado no más de pura lata. Al principio la dividí con manteles de cumpleaños. Tampoco tenía agua, había que ir a buscar en bidones.

El primer invierno siempre es el más duro. Dado que su casa no tenía cielo raso, escuchaba toda la furia de la lluvia valdiviana, golpeando el techo. Recuerda que se tapaba los oídos, llorando: “no quiero esta casa”.

Ahí ha tenido que sobrellevar el asma crónica que sufren sus hijos y las alergias, que se han agudizado por la cercanía de los árboles. Con la humedad propia de un humedal, los resfríos son constantes. Y si se resfría uno se resfría toda la familia.

Por supuesto, ha sufrido la discriminación social por vivir en campamentos:

-La gente piensa que todos los que vivimos aquí somos aprovechadores, ladrones y sinvergüenzas. No es así, hay gente buena y gente mala como en todos lados. La gente dice: ‘tienen todo gratis’. A mí no me gusta todo gratis -asegura.

Cuando se habla de un sector mal catalogado en Valdivia, se habla de la población Norte Grande, donde Angélica Escobar no quiere criar a sus hijos. Las noticias hablan de grandes operativos ejecutados en el sector este verano de 2023, con helicópteros y más de cien detectives. Además de detenidos por tráfico de drogas. Sin olvidar el asesinato por encargo de la joven Helena Bustos, en un crimen que conmocionó a la región.

Ubicada en el sector Noreste de Las Ánimas, al otro lado de la avenida Pedro Aguirre Cerda, la Norte Grande fue parte de una política pública de la primera década del 2000, que buscaba solucionar los problemas habitacionales en Valdivia. “Acá no ha funcionado la intersectorial, porque las distintas entidades públicas (municipio, gobierno regional) no han actuado coordinados. Y cuando pasa esto los narcos se toman los territorios”, comenta Felipe Rojas, encargado regional del programa Asentamientos Precarios del Servicio de Viviendas y Urbanización (Serviu).

Allá también se instaló un campamento, que también tiene una pasarela, que se extiende por unos veinte metros. En la pasarela me encuentro con Gustavo, un tipo delgado de 37 años y tez cetrina, hablamos de la vida en los campamentos y me invita a conocer su casa, donde vive con Moreen, su esposa y su hija Catalina, de un año. El nombre de ella deriva de su abuela brasileña del sur, donde prima una población de origen europeo. De hecho, por sus ojos verdes y el cabello claro, muchos se sorprenden al saber que vive en un campamento.

Gustavo y Moreen son de Santiago. Llegaron desde Viña del Mar atraídos por la calidad de vida que ostenta Valdivia, reconocida a nivel nacional como la mejor ciudad para vivir, de acuerdo al estudio Barómetro Ciudad Chile.

-Vinimos con el auto cargado con todas nuestras cosas. Siempre pidiéndole al de arriba. Nos dijeron que Techo tenía una casita para nosotros -recuerda Gustavo, haciendo alusión a la ong más importante que trabaja con los campamentos en el país.

Y pese a que se instalaron en un sector donde la delincuencia está muy presente, para Gustavo no es tanta:

-En comparación al lugar de dónde venimos, aquí es una taza de leche. Salgo sin problemas, a veces se me han quedado las llaves de mi auto y nada. En Santiago, en las poblaciones después de las 7 es un infierno. Están los enfrentamientos entre los grupos y ahora está de moda que si ‘te pegai la aniña’ con el vecino tenís que pescarlo a balazos y conseguirte una pistola.

No obstante, ambos reconocen que hay harta venta de droga. Aunque aseguran que dentro del campamento no hay traficantes, el problema son los angustiados por la pasta base que funcionan como una especie de captadores de consumidores de droga.

-Hay gente que viene a comprar coca y no sabe dónde venden, y ellos los acarrean. Por llevarle un cliente le dan una luquita o un vicio -señala Gustavo.

Por el estigma que vive el campamento dejaron de usar ese término y se denominan “Comunidad Norte Grande III”, casi como una tercera continuación de la población.

Ni el frío ni la humedad son un problema para Moreen y Gustavo; hasta les gusta.

-Nos hemos esmerado en forrar nuestra casa y tenemos una cocina a leña. A veces no hay plata para la leña y tenemos que ir a buscar los despuntes al aserradero. A mis amigas les preguntó ¿saben picar un palo? No tienen idea. Aquí está el verdadero valor de la vida -dice Moreen.

Gustavo acaba de hacer un curso online de administración y planificación de negocios por la Fundación Emplea, con lo que se ganó una tablet y un capital semilla de 80 mil pesos. Con Moreen buscan ropa para revender en las ferias libres de Valdivia o a veces por Internet. Por la mala fama que tiene el barrio muchas veces se juntan con sus clientes en la estación de Copec o en Inacap.

Han seguido los últimos casos de corrupción que han salido a la palestra, como el de la Fundación Democracia Viva que, supuestamente, iba a trabajar con los campamentos. Por eso, a Gustavo le enojan tanto esos escándalos, tanto que hasta a veces termina insultando a la tele, olvidándose que del otro lado no lo están escuchando.

Ellos tampoco quieren todo gratis, la cuestión es que no les dan los recursos para poder arrendar.

-Nos gustaría pagar agua y luz, y pagar un arriendo, pero una casa son 350 lucas, más el mes de garantía son 700 y nosotros no tenemos ningún familiar acá que nos ayude -comenta Moreen.

Creen que de aquí a cinco años podrán tener su casa. El cálculo se basa en la experiencia de muchos antiguos residentes del campamento han podido salir en ese lapso. En la Norte Grande no hay ningún proyecto de erradicación por una futura construcción, como ocurre en Arturo Prat, donde se proyecta construir un camino. Lo mismo sucede en el campamento Las Mulatas, el último que visito.

Costó tres meses convencer a Jessy González, de 55 años, y madre de dos hijas. Ella no quería mudarse al campamento de Las Mulatas, al borde del río Valdivia, junto al camino que lleva hacia una planta chipeadora, colindante con el humedal Angachilla, el más grande de Valdivia. También aquí hay una pasarela larga que evita las pozas de agua que se crean en el invierno, pero no tiene veredas, porque el campamento está pegado al camino.

En diciembre de 2019 Jessy había terminado su contrato de aseo en un colegio. Como todos los años en el verano trabajó en las cosechas de frutas. El dinero le ayudó, pero no le permitía salir del hoyo económico en el que estaban sumidos. Ante esa situación, su cuñado, que fue el primero que se instaló en el campamento, les dijo que se fueran allá. Jessy no quería. Les habían cortado la luz y el agua por no pago, pero estaban bajo techo. Hasta que no tuvo otra opción.

Aún extraña la vida en las poblaciones, especialmente en los Barrios Bajos, donde tenía el centro a pocas cuadras. Con el dinero de los retiros de los 10% de los fondos de pensiones construyeron su casa, trasladándose en agosto de 2020.

Recuerda que cuando estaban construyendo llegaba gente de otros lados, les pedía permiso y les sacaba fotos. En el verano, cuando ya estaban instalados, los autos que tomaban el transbordador para la costa, les seguían tomando fotos. Jessy piensa que lo hacían para explicarle a sus hijos que todavía hay gente que vive en campamentos.

En ese tiempo les tocó limpiar todo el sector, que se había convertido en un basural por los desechos que botaban los vecinos. Lo peor en esos meses de verano era el polvo, que dejaban los camiones, que ensuciaba toda la casa, por lo que era inútil andar limpiando. Sumado a los zancudos y chinchorros (una especie de moscos). Y los ratones, que con los gatos y perros que se han vuelto cazadores, han ido desapareciendo. Además, tenían que acostumbrarse al ruido de los camiones y las máquinas chipeadoras. En el invierno el problema es el frío, la humedad y la lluvia, que golpea fuerte sus techos y no los deja escuchar nada. Pero el peor enemigo invernal es el barro, que echa a perder los zapatos rápidamente.

En medio de la conversación se escucha a varios vecinos toser o con mucosidad, muestra de los resfríos constantes en los campamentos, producto de la humedad, la precariedad de las construcciones y al hecho que tienen que secar la ropa dentro de las casas. Y en la primavera son las alergias por los álamos que acompañan el camino.

La delincuencia es un tema que no se trata directamente, pero está presente. “Muchas veces los campamentos dan para que lleguen algunos delincuentes. Eso divide la comunidad. Los microtraficantes están haciendo mucho daño, porque están sometiendo a las familias”, indica Felipe Rojas del programa Asentamientos Precarios de Serviu.

Las Mulatas es el ejemplo valdiviano del crecimiento de los campamentos producto de la pandemia. En su último catastro nacional, la ong Techo informó de un incrementó de un 39,5% de las familias que viven en asentamientos irregulares, totalizando más de 113 mil personas. En el caso particular de Las Mulatas llegaron muchos extranjeros: haitianos, una familia venezolana, otra familia colombiana, hasta un cubano y últimamente argentinos, de acuerdo al recuento que hacen sus dirigentes. Por idea de un miembro del Movimiento NO + AFP, que los ha estado apoyando, adoptaron el nombre de Latinoamérica Unida para denominar al Comité de Vivienda, por lo que la gente entendió que ese era el nombre del campamento.

Pese a ese autoasignado internacionalismo en casi todas las casas se divisan banderas chilenas (también algunas mapuche), varias de las cuales fueron arrancadas por el viento frío que corre por el lugar. Reconocen los propios vecinos que hubo xenofobia contra los haitianos, los responsabilizan del principal problema que vive el campamento: la luz. Un transformador eléctrico se instaló para abastecer a 140 casas, pero como han llegado muchas más ya no da abasto.

La alusión a la unidad tampoco se ha cumplido mucho porque pronto la organización se dividió. La primera directiva estuvo encabezada por Alejandra Naguil, Erminda Huenumán y Jessy González. Dado que Alejandra y Jessy son concuñadas, pronto surgieron las diferencias con Erminda. Y ésta dio vida su propia organización con unas 30 familias, y la llamó Comité Con Esfuerzo al Futuro.

En lo que ambos grupos están unidos es en el rechazo al traslado del campamento hacia un lugar transitorio, mientras se consigue una solución habitacional definitiva. Felipe Rojas del Serviu señala que ésta llegará, en cumplimiento de un mandato presidencial. Pero, aunque sea probable que se logre erradicar el campamento de Las Mulatas, otras familias valdivianas seguirán tomando la difícil decisión de irse a vivir a los campamentos, soportando la lluvia, el frío, la humedad y los ratones.

Mujeres de cara al mar

Mujeres de cara al mar

Por Roberto Cadagán Delgado

-¡Una mujer! ¿Qué haces aquí? ¡Acaso no te han dicho que las mujeres en los botes son de mala suerte, son yeta!

Las palabras del viejo pescador mirando fijamente a Edith sonaron fuerte aquella tarde, quince años atrás. Ella respiró hondo y decidió guardar silencio. Sabía que necesitaba trabajar y no iba a dejar que estúpidas y anticuadas creencias se interpusieran en su camino.

La familia de Edith Rehl siempre ha estado ligada al mar. Nacida y criada en la localidad de Niebla, a 17 kilómetros de Valdivia, capital de la Región de Los Ríos, es nieta, hija, hermana y esposa de pescadores artesanales.

Por sus venas corre sangre, pero también agua de mar, salada, espesa, profunda. Entendía que los gritos de aquel viejo no iban a ir más allá de una rabieta momentánea como para marcar terreno. Y sabía de aquella creencia ancestral de origen desconocido que se ha traspasado entre generaciones de pescadores.

Sentada sobre una tabla del bote supo que esas palabras lanzadas a la mala le resbalarían, tal como las gotas de agua que corrían por su cara mientras comenzaba a manejar sus elementos de pesca.

Siguió callada, pero pronto se sumó a las labores y nadie volvió a decir nada. Sus compañeros de pesca se concentraron en sus asuntos. Total, si ella se había metido en este trabajo, ella sabría cómo enfrentarse a él.

Con el tiempo comprenderían que en el bote y en medio de la inmensidad del mar, todos y todas son iguales.

La pesca artesanal es parte del patrimonio cultural inmaterial de las comunidades costeras de la Región de Los Ríos y del país en general.

Según la Unesco, “el patrimonio cultural no se limita a monumentos y colecciones de objetos, sino que comprende también tradiciones o expresiones vivas heredadas de nuestros antepasados y transmitidas a nuestros descendientes, como tradiciones orales, artes del espectáculo, usos sociales, rituales, actos festivos, conocimientos y prácticas relativos a la naturaleza y el universo, y saberes y técnicas vinculados a la artesanía tradicional”.

Este quehacer que se transmite de generación en generación, es recreado constantemente por las comunidades y grupos en función de su entorno, su interacción con la naturaleza y su historia, infundiéndoles un sentimiento de identidad y continuidad.

En esta zona, los pescadores salen todos los días al Pacífico con herramientas básicas como líneas de mar y anzuelos, nada de redes de grandes dimensiones ni de maquinarias que fomenten la depredación de los recursos naturales. Se adentran en pequeños barcos y botes en zonas costeras a no más de 10 millas de distancia, dentro de lo que se llama mar territorial.

Según la investigación “La visualización femenina en la pesca artesanal: transformaciones culturales en el sur de Chile” publicada en Polis Revista Latinoamericana, firmada por in- vestigadores de la Universidad de Los Lagos, “la división de la- bores experimentada históricamente desde la pesca artesanal, tiene su base en un sistema de división sexual del trabajo que sitúa a hombres en el espacio productivo y a mujeres en el reproductivo. La concepción de la mujer como “actor secunda- rio” debe ser revisada, debido a su importante inserción en el mercado de trabajo de proceso y actividades asociadas”.

El Registro Pesquero Artesanal que lleva el Servicio Nacional de Pesca dice que hoy, en Chile, hay 93.598 pescadores. De ese total, el 24 por ciento (22.844) son mujeres.

En la Región de Los Ríos la situación es aún más marcada: 179 mujeres pescadoras artesanales en contraposición con los 2.051 hombres. La brecha de género se produce en todas las categorías de las labores que se realizan en el mar.

Además del pescador y la pescadora artesanal en este trabajo se encuentran el buzo o mariscadora, en el caso que su actividad sea la extracción de mariscos; y también el recolector de orilla, alguero o buzo apnea, que es quien realiza las actividades de extracción, recolección o secado de recursos del mar.

Es un día martes, 5 de la mañana, la temperatura marca 3 grados, amenaza de lluvia en el invierno valdiviano.

Edith Rehl prepara las cosas que llevará en una nueva jornada de pesca. Va esta vez tras la sierra, pez que tradicionalmente ha sido producto de explotación local, pero que en los últimos días ha estado más esquivo que nunca.

La sierra abunda en las frías aguas de la Región de Los Ríos. Por décadas los pescadores la quieren dada su abundante carne y la alta demanda que genera en el mercado local. De forma alargada, de color gris y tonos oscuros azul marino, con dientes muy filosos y grandes ojos, habita en la costa chilena y puede llegar hasta los dos metros de largo.

La sierra ocupa un lugar en la cultura local. Hubo períodos en que era muy abundante y barata. Se vendía a bajos precios en la feria fluvial de Valdivia y por lo mismo, era comprada habitualmente por los sectores de más bajos recursos de la sociedad local.

De allí que antiguamente se acuñara el mote algo despectivo para referirse a los pobres como “comesierras”. A diferencia de quienes tenían más dinero que preferían el congrio, la corvina y el salmón.

Edith debe medir un metro sesenta centímetros. Tiene el cabello negro, y la piel clara, muy clara para una persona que ha estado permanentemente expuesta a las inclemencias del tiempo sureño en la mar. Usa lentes, desde pequeña, cuando se dio cuenta de que no podía ver las letras del pizarrón en la escuela.

En la cocina de su casa se mueve rápido. Prepara unos panes con mantequilla, pone a cocer unos huevos y alista su termo con el infaltable café. El vapor que sale de la tetera inunda el espacio, mira por la ventana y ve que será otra jornada muy fría. Es el mes de julio, es habitual que en esta época del año los días presenten bajas temperaturas.

No importa. Cuando se trata de salir a la pega, hay que salir nomás, piensa.

Se acomoda sus pantalones térmicos, su chomba y la chaqueta para el agua. Le hace el quite a las botas, las encuentra incómodas, prefiere sus botines, se le ajustan a sus pies, repelen el agua y los mantiene calentitos.

-Una se acostumbra a todo con tal de hacer el trabajo. No hay frío cuando se está trabajando.

Al salir, el aire helado golpea la cara de esta mujer de 48 años. No vacila en su camino al bote. La espera su marido Roberto, con quien trabaja desde que sus hijos crecieron y a él le resultaba cada vez más difícil encontrar alguien que le dé una mano para lanzar las líneas al mar. Recuerda la vez que Roberto le preguntó si quería acompañarlo a pescar al sur de Chile, allá por las Islas Huichas en la Región de Aysén. De eso ya han pasado más de 15 años.

-Al comienzo le tenía terror al mar. Fue un cambio rotundo. Tuve que dejar el miedo de lado. De a poco cuando una está arriba del bote va perdiendo los temores -dice.

Al regresar del sur, fue ella la que convenció a su marido sobre la necesidad de comprar un botecito para trabajar.

Desde entonces pescan en las aguas frente a Niebla y Corral, aunque también llegan frente a Mehuín por el norte.

Luego de un par de horas desde que salieron de la caleta, el bote ya está en el lugar donde la experiencia les indica que debe picar la sierra. Lanzan las líneas y sólo queda esperar, esperar y esperar.

Después de una larga jornada, Edith y su marido Roberto emprenderán la vuelta rumbo al embarcadero donde entregarán a los compradores el fruto de su esfuerzo.

Durante la época invernal en la Región de Los Ríos, ante los días lluviosos y con mucho viento, la Gobernación Marítima prohibe a los pescadores y pescadoras que salgan a la mar, por un tema de seguridad.

Esas jornadas en que Edith Rehl se ve obligada a permanecer en el refugio de su hogar, se le hacen largas. Reconoce que no se “halla” en casa, prefiere estar al aire libre; y entonces va a trabajar a la caleta de Niebla fileteando pescado.

Así se hace unos pesos limpiando “paños” de reineta, otro pescado apetecido por los consumidores dada su carne blanca y escasas espinas que se encuentra en la Región de Bío Bío al sur y es altamente demandada por artesanales e industriales.

Cuando no está en el bote todo es raro para Edith. En la mar ahora se siente a sus anchas. La libertad que le da el estar en medio del azul interminable del agua no lo paga nadie. Cuando la pesca está buena las horas pasan rápido; cuando no, los minutos se ponen pesados, piensa en su familia y en regresar a tierra lo más pronto posible.

-Pero me encanta. No importa la lluvia, porque uno sabe que llegando a la casa se cambiará de ropa. Lo peor es el frío. Golpea fuerte y no hay nada qué hacer, salvo tomar café y aguantar.

Esta labor ancestral en la zona es dura. En verano las jornadas suelen comenzar a las 4 de la mañana; en invierno a las 5 ó 6 ya deben estar en el bote rumbo a los caladeros. Eso hace que en temporadas malas sea una labor poco atractiva.

Es ahí cuando la fuerza de la mujer se impone.

Cuando el marido de Marsuri Águila le dijo que lo acompañara a trabajar en la pesca artesanal, ella lo pensó un instante.

Si bien toda su vida había vivido cerca del mar, no estaba acostumbrada a buscar el sustento lejos de casa y mucho menos haciendo un trabajo de hombres. Pero había que apoyar a la familia.

-Al principio íbamos aquí cerca, un poco más allá de Co- rral, a la vuelta del morro nomás. Me fui acostumbrando y me gustó la pega.

De esos comienzos ya pasaron 25 años. Hoy, a sus 54, y con una hija y un nieto, reconoce que ha sido una de las decisiones más importantes de su vida. Dio el paso de ser dueña de casa a pescadora artesanal.

Como buena mujer sureña, Marsuri tiene un carácter fuerte que la hace enfrentar con coraje los trabajos que emprende. Arriba del bote tira la línea de mano, recoge el nylon, saca los pescados y vuelve otra vez a tirar la línea. Y lo va llenando de sierras, salmones y corvinas.

Esta mañana de junio de 2023 frente a Niebla, el pequeño pedazo de madera va surcando las aguas y Marsuri es una más del equipo de pescadores. Las diferencias quedan atrás cuando de buscar el sustento se trata. Si bien ella no es una mujer grande físicamente hablando, se las arregla.

-Hemos ido a trabajar desde Mehuín por el norte, hasta Punta Galera por el sur. Las mañanas están heladas. Por eso hay que llevar su buena ropa, gorro de lana, guantes y todo lo necesario. Es difícil a veces, por el frío o porque es duro cuando está mala la cosa. Una se aburre. Allí ponemos la radio y pasamos las horas con unas buenas rancheras.

Si la jornada está difícil, Marsuri se tiende un rato en la cama ubicada en la cabina del bote. Piensa en que la pesca mejorará y logrará capturar las sierras necesarias para vender en la orilla. Ya no se marea como al comienzo.

Hay que ser valiente para salir al mar. El océano puede ser veleidoso y cambiar su aparente tranquilidad por unas olas amenazantes en cuestión de minutos. Es ahí cuando Marsuri saca fuerzas para seguir adelante.

-Ahora, si sale mucho viento no queda otra, hay que regresar nomás. La seguridad está primero. Uno tampoco se puede estar arriesgando. ¿El futuro? Yo diría que el futuro lo veo con esperanza. Me quedan fuerzas para trabajar. Hay que hacerlo nomás. Una vive de esto. No me veo en otra cosa.

Miriam Carrasco es una mujer de carácter. Ha sido así desde antes que asumiera el rol de dirigente en la Federación de Pescadores Artesanales de Mehuín de la comuna de Mariquina y en la Corporación Nacional de Mujeres de la Pesca y Actividades Conexas.

Necesitó tener esa personalidad para salir adelante como joven trabajadora en la caleta de Mehuín (75 kilómetros al norte de Valdivia), franqueada por el mar y el río Lingue. Debió encontrar esa fortaleza para sacar adelante a su familia. Y la precisó después para defender a las mujeres pescadoras.

En aquellas primeras reuniones a las que asistió como dirigente, qué importaba que al otro lado de la mesa estuvieran los representantes del Gobierno, la Seremi de Economía, la Subsecretaría de Pesca y el Servicio Nacional de Pesca, muchos de ellos varones, mirándola de ese modo.

-Teníamos que luchar por nuestros derechos y a eso iba.

Y ella contaba con el respaldo de todas sus compañeras que no solo trabajan en el mar, sino que se dedican a otras actividades como encarnadoras, charqueadoras, ahumadoras, buzos.

-Somos tan importantes como los hombres en esta actividad.

La Ley de Equidad de Género en el Sector Pesquero y Acuícola promueve la eliminación de todo tipo de discriminación y la igualdad de derechos y de oportunidades entre hombres y mujeres dentro del sector. Cuando se promulgó en el año 2021 le dio confianza a Miriam.

-Se terminó esa tontera de que una es yeta en los botes. ¡No más, poh! Todos tenemos derecho a trabajar y a subsistir. Ahora podemos postular a proyectos y que la torta se reparta 50 y 50.

Miriam se toma en serio su labor y quien la conoce de principio puede parecerle algo seria. Mide un metro setenta, lleva el cabello corto y claro. Algunas líneas de expresión en su rostro se vuelven difusas a través de un cuidado maquillaje.

Cuando trabaja viste lo más cómoda posible. Lo importante es el oficio y no el qué dirán.

-Se supone que el trabajo de la pesca se hace en conjunto con el marido que es pescador. La mujer le da un valor agregado a la pesca del día. Puede ser secando pescado, haciendo conservas, ahumando… muchas cosas.

Por las noches Miriam piensa en las gestiones que deberá hacer al día siguiente. Enfrenta las críticas y comentarios a su gestión. Sabe que al ser “rostro” de las organizaciones sociales se expone al escrutinio público, pero de nuevo: no importa.

En la tranquilidad de su hogar y rodeada de quienes la quieren seguirá adelante.

-Todos somos capaces y tenemos el derecho de salir adelante. Las mujeres somos muy importantes en la pesca artesanal y al final hay que decir que no estamos aquí para derrotar a los hombres, sino para apoyarlos y trabajar en conjunto.

Gabriela Mistral, premio Nobel de Literatura, sabía de esa fuerza de las mujeres pescadoras y escribió para ellas esta canción:

Niñita de pescadores
que con viento y olas puedes,
duerme pintada de conchas,
garabateada de redes.
Duerme encima de la duna
que te alza y que te crece,
oyendo la mar-nodriza
que a más loca mejor mece.
La red me llena la falda
y no me deja tenerte,
porque si rompo los nudos
será que rompo tu suerte…
Duérmete mejor que lo hacen
las que en la cuna se mecen,
la boca llena de sal
y el sueño lleno de peces.
Dos peces en las rodillas,
uno plateado en la frente
y en el pecho, bate y bate,
otro pez incandescente.

Edith Rehl ya en la tranquilidad y con el calor de su hogar abrazándola, reflexiona.

-Una hace el trabajo igual que los hombres. No hay diferencias. Al principio se tiene miedo, pero después se acostumbra. Eso sí, le tengo respeto al mar, mucho respeto.

Reconoce que no le gustaría que sus hijos se sumen a este trabajo. En algunas ocasiones, su hija e incluso su nieta, la han acompañado al mar. Ve en sus ojos el entusiasmo y el amor ante la pesca artesanal. Lo mismo refleja su mirada, pero no les desea a ellas esta vida para el futuro.

-Es una pega muy sacrificada, muy inestable. No, no quiero que hagan esto.

Pagar arriendo o comer

Historias diversas: una crónica trans en Valdivia

Los valdivianos tenemos una especie de chauvinismo, ese sentimiento que nos lleva a creer que nuestra ciudad es la más linda, la más hermosa, donde todos podemos ser felices. Por eso, escuchar que alguien pasó penurias en nuestra ciudad, es duro. Y eso fue lo que vivió Claudia Ancapan Quilape en Valdivia. Aunque nacida en Santiago, creció en la comuna de Los Muermos, Provincia de Llanquihue, donde comenzó a vivir su identidad femenina. Después de estudiar un año en la Universidad de Concepción descubrió su vocación por la salud, ingresando a la carrera de Obstetricia en la Universidad Austral de Chile (UACh).

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