Por Felipe Nesbet Montecinos
La madera es uno de los recursos que marca la geografía productiva de la Región de Los Ríos. Ello es muy visible en Lanco, que nació entre el negocio maderero y el auge de los ferrocarriles. Después experimentó el surgimiento de la industria forestal y ahora sufre sus consecuencias, en lo que coinciden casi todos los sectores políticos de la comuna.
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Las montañas que van enfilando el valle de la Mariquina determinan la concepción productiva de la comuna de Lanco (o Lanko como le dicen los mapuche más tradicionalistas, uno de los cuales estará presente en esta crónica). Aquí no había grandes extensiones propicias para la ganadería como ocurre en la Provincia del Ranco, ni tampoco predios más amplios, que existían en la misma zona de Mariquina, desde donde se exportan cerezas a China. Las montañas invitaban a extraer la madera de los bosques impenetrables de nuestro sur. En ese proceso nacieron Panguipulli, Futrono, Lago Ranco y también Lanco.
A fines del siglo XIX se demandaba mucha madera para la construcción de durmientes, que son los troncos que sostienen las vías férreas. En esos tiempos, el tren era el principal medio de transporte y sinónimo de desarrollo. Mientras los norteamericanos construían un ferrocarril que uniera ambas costas, los rusos que querían llegar hasta Siberia, y los británicos unir El Cairo con El Cabo, los chilenos, de forma más humilde, avanzaban hacia el sur, en las tierras que recientemente se las habían arrebatado a los mapuche, en la llamada Pacificación de la Araucanía.
El germen del nacimiento de Lanco se encuentra en la edificación de un caserío para obreros ferroviarios, que construían el tren entre Pitrufquen y Antilhue, desde donde enfilaría a Valdivia. No sabemos si ello fue en el año 1902 o 1903, pero está claro que sucedió durante ese verano, época estival en la que se centraba el trabajo, dado que en invierno la lluvia complicaba todo.
En 1914 se establecería el primer aserradero en la comuna de la mano de Dolorindo Olivera. Probablemente originario de la zona de Trumao, en la comuna de La Unión. Su labor como maderero lo llevó hasta Loncoche, donde montó varias barracas. De acuerdo a lo que cuenta su bisnieta, Marcela Olivera, Dolorindo llegó a Lanco invitado por el comunero Francisco Quilaleo para que elaborase la madera para las casas de los mapuche, que estaban dejando de vivir en rukas para adoptar el estilo occidental. De esta forma montó un aserradero en el sector de Puquiñe, a catorce kilómetros de la comuna, hacia la cordillera. En ese mismo lugar sigue residiendo está socióloga doctorada por la Universidad Autónoma de Barcelona.
Cumplido el compromiso con la comunidad, don Dolorindo pudo enfocarse donde realmente estaba el dinero en el negocio en la madera: los durmientes.
De los durmientes a los trozos
Pese a que han pasado casi cuarenta años desde que el tren dejó de visitar la zona, por lo que ya no se producen más durmientes, don Eduardo Flores tiene muy presente sus dimensiones: “6’ x 10’ por 2,75 metros de largo”. Aunque tiene la estampa de un empresario norteamericano con su jockey, casaca colorida y pinta de red neck (los blancos habitantes del Medio Oeste norteamericano), don Eduardo fue un joven trabajador que hacía durmientes a pura hacha. Mantiene la parquedad de los hombres rudos. Nació en la localidad de Tripayante, ubicada en el sector Oeste de la comuna, vecina a San José de la Mariquina.
— Vivíamos en la montaña, también se sembraba, pero poco, porque no había mucho espacio. En Tripayante casi todos vivían de la madera —, recuerda —. Los durmientes se vendían directamente a la Empresa de Ferrocarriles del Estado (EFE), que los necesitaba para reponer las vías. Solíamos estar días enteros vendiendo.
Así como ahora los madereros y cortadores de leña recorren las ciudades sureñas con sus sierras móviles, picando los troncos que se usarán para la calefacción, en aquellos tiempos los empresarios lanquinos subían los cerros con sus bueyes, trasladando la maquinaria de los aserraderos para talar más bosques. Cortaban lleuque, pellín, alerce, hualle, roble, tepa y mañio.
Pero a principios de los 80’, cuando el ferrocarril dejó de andar para dar paso al transporte camionero y los buses interurbanos, el negocio de los durmientes se fue muriendo, lo que obligó a los empresarios del rubro a buscar otra salida económica, que fue el aserrío de los trozos.
— Los aserraderos trabajaban bajo un sistema de maquila. Por ejemplo, un trozo de un árbol da veinte palos y el aserradero se queda con tres —, explica Marcela Olivera.
Cuando hablamos de trozos nos referimos a troncos de árboles de grandes dimensiones. Eduardo Flores vendía los trozos de los cuales se elaboraba la madera en Santiago. Con el negocio de los trozos Flores, tras muchos años de esfuerzo, pudo instalarse con un aserradero en el pueblo, que es como llaman en los sectores rurales al radio urbano. Y en los años dos mil se trasladó hacia el aserradero que se encuentra colindante a la Panamericana, donde trabaja hasta el día de hoy.
En la carretera se divisan más barracas, por algo será. Lanco es la tercera comuna en la región (después de Valdivia y Panguipulli) con más empresas adscritas a la Corporación Chilena de la madera (Corma), el poderoso gremio que congrega al rubro maderero.
Avanzando hacia el Norte nos encontramos con la barraca de Robinson Araya. Como muchos profesionales chilenos, tras veinte años de trabajo como contador auditor, decidió independizarse. Estudió tres opciones de negocio: una consultora contable, un taller mecánico o una barraca, decidiéndose por la tercera.
— Siempre me gusto la madera, las casas y muebles. Montar un aserradero lo vi como un desafío personal—, comenta. Aunque nacido y criado en Santiago, su madre era originaria de Tripayante, la misma zona donde nació Eduardo Flores, por lo que heredó el espíritu maderero.
Pese a que realizó un estudio de mercado, igualmente tuvo que pagar el “noviciado” de los primeros años, en los que sobrevivió a duras penas. Justo cuando se estaba levantando llegó el estallido social y luego la pandemia, lo que pensó que sería un golpe devastador. Todo lo contrario, ahí tendría su “veranito de San Juan”. Los retiros del diez por ciento de las AFP implicaron un aumento de la demanda de madera, porque muchos arreglaron o ampliaron sus casas y otros hicieron cabañas en sus patios. En esa época era común el chiste donde una chica le pedía a su pretendiente que la invitará a un lugar caro, y este la llevaba al Sodimac.
— Hasta el 2021 y principios de 2022 fue un negocio excelente, de ahí se ha producido una baja progresiva en las ventas, ahora está a un cuarenta por ciento de lo que acostumbraba vender—, señala Araya.
En efecto, en esos tiempos trabajaba con ocho empleados, que ahora ha reducido a tres.
Eduardo Flores cuenta que en esos años trabajaban con cuatro aserraderos, como llama a las máquinas, ahora tiene una sola máquina funcionando.
No podía dejar de consultarles a ambos sobre el llamado conflicto mapuche, que se ha extendido a buena parte de lo que actualmente denominan la Macrozona Sur. Eduardo me dice nunca ha sufrido nada, Robinson tampoco, aunque reconoce que el robo de madera es un problema. Para conocer más sobre este tema, nos trasladamos a donde comenzó la historia maderera de Lanco: Puquiñe.
Los dos peñi
Antes de las redes sociales, los rayados en cualquier lugar que ofreciera un espacio mural era la forma de comunicación popular. En las ciudades este mecanismo se mantiene, pero con mensajes mucho más crípticos, mediante algunas siglas o grafitis, que solamente los entendidos logran comprender. En las comunidades rurales los mensajes son más directos. En Puquiñe nos encontramos unas pintadas escritas sobre las tablas barnizadas de una garita. “Sus empresas nos roban. Los políticos y sus leyes nos roban. ¿Para que obedecer al sistema y ser un ciudadano ejemplar? “Saquear y destruir. Fuego al falso progreso de las forestales que nos contaminan”. El mensaje tiene un cariz que uno podría definir como anarquista: elogiando la destrucción y criticando al desarrollo. Al lado aparece un nombre: Pablo Marin Cortez. Investigamos sobre esa persona, pero sin ninguna pista. El hecho que esté con letras de otro color es un poderoso argumento para creer que Marin Cortez no es el autor, sino alguien que quiso dejar escrito su nombre.
En el siguiente rayado se reemplazó la picaresca frase chilena “Pico pal’ que lee”, por “Pico pal que NO lee”. Esto indica que la humillación sexual caerá sobre los que no se quieren informar; los que quieren vivir alienados, como dirían los viejos marxistas. “Conciencia y rebelión¡¡ Anden de Vio y no de perquin giles culiaos¡¡ Fuego a las forestales, (iglesias) y a la represión.” El mensaje no deja lugar a dudas de que existe un conflicto en Puquiñe, que podemos extrapolar a toda la comuna de Lanco, entre las forestales y la comunidad. De hecho, ya en el peaje de la autopista se divisa a lo lejos las plantaciones forestales, que se detectan claramente porque son árboles uniformes, como si la naturaleza creciera disciplinada, sin su dosis de salvajismo inherente.
En Puquiñe hablamos con dos connotados vecinos. Uno es Rosendo Manqui Millanao, actual concejal por la comuna, militante de Renovación Nacional (RN), que anteriormente representó a la Unión Demócrata Independiente (UDI). El otro es Mario Manquepillan Lincoñir, antiguo miembro de Ad Mapu, una de las primeras organizaciones mapuche nacida en dictadura, ahora dirigente de la Asociación mapuche Kallfulikan y representante de la Mesa de Salud Intercultural. Como se ve, ambos son mapuche, nada de champurrios, como le dicen ellos a los que son mezcla huinca, aunque el pelo rizado de Mario da a entender genes occidentales. Hasta tienen una edad similar (superando los cincuenta años) e incluso comparten el mismo lof, Külche mapu, como llaman los mapuche a su territorio. Sin embargo, pese a su divergente historial político, su visión sobre la industria forestal termina convergiendo.
En el mundo mapuche no se entiende a una persona sin su pasado, por eso ambos hablan sobre sus ancestros. Rosendo Manqui cuenta que su bisabuelo, Juan Manqui, ostentaba el título de sargento de guillatún. En 1890 el juez de letras de San José, Simón Puche, le quitó cuatro mil de sus cuatro mil seiscientas veinte hectáreas.
— Una calle de San José de Mariquina lleva su nombre, lo que para mí es una burla —, señala.
Pero la tragedia de los Manqui no termina ahí.
— En noviembre de 1912 llegaron seis parejas de Carabineros a quitarle sus tierras a mi bisabuelo y le quemaron todo. Y hoy día está lleno de pinos. Mi papá fue testigo de eso. De las seiscientos veinte hectáreas que le quedaban le dejaron doscientos veintiuna.
Por el lado de los Millanao, su abuelo Bernardino era un ñempin del lof Külche Mapu, que significa él que interpreta la lengua. Aunque dice que era un pacificador, igualmente fue víctima de la Pacificación de La Araucanía.
— Donde está CRAN Chile y parte de la forestal Arauco era de mi bisabuelo —, nos dice. Hace referencia a la empresa exportadora de cranberries, instalada en la comuna.
Mario Manquepillan relata una historia similar. Según sus cálculos su familia era dueña de unas cinco mil a seis mil hectáreas en el sector de Purulón, una zona más cercana al radio urbano lanquino. En 1874 llegaron los misioneros capuchinos. Los mapuche se dividieron ante su llegada, por lo que no encontraron mejor forma de dirimir el asunto que un partido de palín y una carrera de caballos. El padre Octaviano de Nizza rezó bajo la lluvia sureña, implorando el triunfo de sus adherentes, lo que le fue concedido. Para Manquepillan esta historia llena de misticismo es una mera invención. Aunque el episodio aparece en la crónica “Nuova Missione di Purulon en L’Araucania” de Nizza, no está en los relatos orales indígenas. Su otro argumento es más poderoso:
— En la década de 1920 los mapuche de esta zona comenzaron a realizar carreras de caballos, por eso hasta el día de hoy se habla de carreras a la chilena —, señala.
Sea como sea, en la Crónica de la Misión de Purulón se dice que la donación a los misioneros fue solamente de media hectárea. Dado que los sacerdotes no podían heredar, ni tener hijos (la principal razón por la que se estableció el celibato), el principal beneficiado del despojo fue el sacristán Rafael Cano, esa versión es validada por la Crónica de Purulón. Sus descendientes son latifundistas.
Aparte del despojo territorial, el llamado conflicto mapuche está íntimamente ligado con la llegada de la industria forestal a Lanco. Su génesis se sitúa en la promulgación del decreto-ley 701 de octubre de 1974, que cubría hasta el setenta y cinco por ciento de los costos de las plantaciones forestales, entregaba exenciones de impuestos a sus ganancias y, en algunos casos, devolvía parte de los costos por el manejo y cuidado de los predios forestales. Al igual que con el ferrocarril décadas antes, poco a poco fueron llegando hasta el sur los beneficios (o perjuicios) de este órgano legal. No sería sino hasta los años 90’, cuando la dictadura autora de dicho decreto ya no existía, que las empresas forestales arribaron a la comuna.
Con la desesperación de aprovechar esta verdadera panacea que ofrecía el estado, se usó la herramienta ancestral para arrasar con el bosque nativo: el fuego. Sin embargo, antes, aunque siempre se quemaban extensiones de montañas, se seguía el modelo mapuche de preservar los renovales (árboles pequeños), controlando los siniestros.
— Como ahora les pagaban por plantar, no tenían ningún empacho en quemar todos los bosques. Recuerdo que a mi papá le daba pena por toda la madera perdida para plantar pinos y eucaliptus—, relata Olivera.
— A las forestales se les desbandaba el fuego y se quemaba otro monte. Nadie intervenía, de hecho, la propia CONAF autorizaba las quemas —, agrega Manquepillan.
Un personaje que fue clave en la inserción de la industria forestal en Lanco fue el diputado Roberto Delmastro, quien era ingeniero forestal. Manquepillan cuenta que en sus campañas electorales, recorría la zona regalando plantitas de eucaliptus y pinos.
— Le explicaban a la gente que esas plantaciones eran de rápido crecimiento y en ocho o diez años tendría su platita. La cuestión es que a la hora de la cosecha aparecían los problemas, porque eso se hacía mediante un intermediario. Por lo que las empresas cosechaban a precio de huevo—, asegura. Él dice que en ese engaño participó Rosendo Manqui, quien trabajó con el desaparecido diputado, lo que el actual concejal de RN desmiente.
A más de veinte años de la llegada de la industria forestal el balance es claramente negativo, en lo que coinciden Manqui y Manquepillan, pese a estar en las antípodas ideológicas. Uno de sus peores efectos es la falta de agua, por la demanda del recurso por parte de árboles de rápido crecimiento. El propio Manqui señala que hasta en el invierno falta agua en algunas comunidades.
— No es solamente el agua. Las fumigaciones también contaminan los ríos, bosques y hasta a la gente. Además, del peligro constante de los incendios forestales —, menciona Olivera.
La industria forestal golpeó a los aserraderos más chicos, muchos de los cuales no podían competir con la tecnología de las empresas más grandes. Por eso, por el año 2008 don Arturo Olivera tuvo que desmantelar el suyo, concluyendo un negocio de tres generaciones.
Desde una mirada sociológica, su hija Marcela Olivera concluye que la introducción de la industria forestal le ha llevado replantearse la crítica hacia los viejos fundos.
— Durante mucho tiempo se condenó el latifundio por sus relaciones feudales, que se prestaban para muchos abusos, pero en un modelo más capitalista, como lo es la industria forestal, es mucho más inhóspito. Antes los campesinos tenían un terrenito para cultivar, ahora nada —, señala.
Al ser vendidos los fundos ya no se necesitaba a las familias adentro, por lo que los campesinos se desplazaron a distintos lados y se tomaron terrenos, en la llamada estación Purulón, donde surgió una nueva población en Lanco. Como una paradoja del destino, guarda el mismo nombre donde comenzó el despojo en la comuna, como si la historia fuese cíclica, y quisiera dar más vueltas en una aventura que, como todas, nunca sabremos hasta donde nos llevará.
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