Ensayo histórico: El valor del orgullo valdiviano
Por Marcelo Patroni Prado
En los años ‘90, en plena lucha por recuperar el estatus de región que se perdió en 1974 durante el segundo año de la dictadura de Pinochet, el ex rector de la Universidad Austral de Chile, Carlos Amtmann, publicó un artículo en el que definió como “orgullo valdiviano” el sentimiento aglutinador que permitía a los hombres y mujeres de esta zona mantener con vida la demanda por lograr la anhelada nueva región.
Ese orgullo valdiviano se forjó en los más de 500 años de historia que han transcurrido desde la fundación de la ciudad, e incluso desde antes, gracias a la herencia de los huilliche que habitaban este territorio antes de la llegada de los españoles.
Valdivia fue siempre un territorio de especial importancia para los asentamientos humanos, el intercambio de mercaderías, la navegación y la defensa, características que han permitido a la ciudad jugar un rol fundamental en el desarrollo del sur del país.
Esa impronta fue la que hizo que, desde el primer minuto, todas las fuerzas valdivianas rechazaran, con convicción y valentía, la decisión de la dictadura militar de incorporar a la provincia de Valdivia, contra natura, en la antigua región de Los Lagos.
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Los orígenes de la ciudad se remontan a la existencia del Ainil, la actual Valdivia, donde por cientos de años se han instalado asentamientos humanos que desde sus orígenes han utilizado la cuenca del río Ainilebo para establecer sistemas de producción de alimento, transporte y defensa.
Estas características fueron consideradas en 1552 por el conquistador Pedro de Valdivia para fundar en ese mismo lugar la ciudad de Santa María la Blanca de Valdivia.
El historiador y antropólogo chileno José Bengoa, citado en el “Estudio para el Fortalecimiento de la Identidad Regional (2010)”, plantea que los asentamientos humanos en la región de Los Ríos se han localizado históricamente -desde hace alrededor de 9 mil años, según registros arqueológico- en torno a los cursos y cuerpos de agua de los sectores de Chan Chan, Tringlo y Marifilo.
Juan de Cárdenas, escribano de Pedro de Valdivia, narra el descubrimiento de Valdivia por la expedición del capitán Juan Bautista Pastene en un documento del 22 de septiembre de 1544: “Venimos navegando costa a costa hasta un río grande llamado Ainilebo -Valdivia- y a la boca de él está un gran pueblo que se llama Ainil y está a la altura de treinta y nueve grados y dos tercios. Aquí pusimos nombre a este río, el río y puerto de Valdivia. Desde el mar de Alderete toma posesión de la tierra por el rey y Gobernador Pedro de Valdivia… y de la isla que cerca de allí vimos, que se llamaba Guiguacabin -Mancera-, a la boca de un río grande llamado Collecu -Tornagaleones- donde tiene su casa y guaca, que es su adoratorio, el cacique y gran señor llamado Leochengo y del dicho cacique e indios de aquella provincia”.
El párrafo anterior, extraído del libro Historia de Valdivia, del sacerdote e historiador Gabriel Guarda Geywitz, demuestra que Valdivia, incluso antes de ser fundada, ha tenido una relevancia estratégica para el desarrollo territorial y humano, lo que se constata desde los primeros emplazamientos de poblaciones mapuche-huilliche en la zona conocida como el Pikunwijimapu, que se extendía desde el sur del río Toltén hasta el norte del río Bueno. Además, desde ese momento, ya existía una suerte de nobleza y dignidad entre los habitantes de la zona.
En el mismo texto, Guarda cita al historiador valdiviano Vicente Carvallo y Goyeneche, quien da cuenta de las acciones de Pedro de Valdivia al fundar la ciudad: “Levantó un fortín para su defensa; señaló sitios para las casas del ayuntamiento, parroquia, hospital y convento de los regulares. Se deja entender así de los vestigios que todavía permanecen y de algunas memorias de capellanías y otras obras vías que se conservan en el Archivo Episcopal de la ciudad de La Imperial”.
En 1571, Valdivia tenía una población de 230 españoles, la segunda ciudad más importante del reino después de Santiago que tenía 350, muy distante de los 170 de La Imperial, 150 de La Concepción y Los Confines, 130 de Osorno, 120 de Villarrica y 80 de La Serena.
Sin embargo, la naturaleza no tardó en destruir lo que los españoles habían creado: en 1575, un terremoto echó por tierra las ciudades de Villarrica, Imperial, Valdivia, Osorno y Castro, siendo Valdivia epicentro de la tragedia.
Mariño de Lobera, militar y cronista español que participó en la Conquista de Chile, fue testigo presencial del hecho y dejó un relato en su obra Crónica del Reino de Chile: “Sucedió, pues, en 16 de diciembre, viernes de las cuatro témporas de Santa Lucía, día de apisisión (SIC) de luna, hora y media antes de la noche, que todos descuidados de tal desastre, comenzó a temblar la tierra con gran rumor y estruendo, yendo siempre el terremoto en aumento, sin cesar de hacer daño, derribando tejados, techumbres y paredes con tanto espanto de la gente que estaban atónitos y fuera de sí de ver un caso tan extraordinario”.
Lentamente, la ciudad fue reconstruida y hasta fines del siglo XVI Valdivia goza de cierta prosperidad que la destaca del resto de las ciudades del reino de Chile, producto de la actividad económica derivada de la explotación de las minas de oro y de las ventajas de transporte que permitía la red fluvial.
La tranquilidad de la zona comienza a romperse luego de la victoria mapuche en 1598, hecho que los cronistas españoles llamaron el Desastre de Curalaba. Desde la perspectiva del pueblo mapuche, ésta es una de las acciones bélicas más recordadas y reconocidas por su heroísmo y simbolismo hasta el día de hoy, pues consistió en la total aniquilación de una columna comandada por el gobernador de Chile, Martín Oñez de Loyola, a manos de las tropas mapuche dirigidas por los toqui Pelantrarü, Huaiquimilla y Anganamön.
Este hecho derivó en el avance de los guerreros nativos hacia el sur del país, dando paso a la Destrucción de las Siete Ciudades, período en que uno a uno fueron cayendo los poblados fundados por las fuerzas españolas. Valdivia fue destruida el 24 de noviembre de 1599.
En esas circunstancias, el sur del reino de Chile estaba expuesto al ataque de corsarios y armadas enemigas. Y así llegamos a 1643, cuando la ciudad, prácticamente abandonada, cayó en manos de una expedición holandesa al mando del almirante Enrique Brouwer. El 7 de agosto muere el almirante Brower y es sucedido por Elías Herkmans, ex gobernador de Parahíba, quien llega al puerto de Corral el 24 de agosto. Dos días después arriban a Valdivia, siendo recibidos por las tribus de la zona con gran curiosidad, ya que prácticamente por 40 años no habían divisado invasores europeos.
La ocupación no prosperó debido a que las poblaciones mapuche, que en un primer momento vieron con buenos ojos la llegada de estos holandeses “enemigos” de la corona española, al final optaron por no apoyar el acuerdo que les proponían: aportar alimentos y guerreros para marchar al norte y expulsar a los conquistadores españoles.
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Al advertir que sus dominios en América fácilmente podían ser atacadosporelsur,lacoronaespañolainicióen1645laconstrucción de baterías y fuertes en la bahía de Corral, siguiendo las órdenes del virrey del Perú y marqués de Mancera, Pedro Toledo y Leyva.
Valdivia reconstruida se hizo inexpugnable y se con- virtió en el Gibraltar Americano. Si una embarcación extraña se acercaba, podía ser atacada por los cañones tornagaleones esparcidos por toda la bahía.
La primera mitad del siglo XVIII fue particularmente compleja para la plaza de Valdivia, producto de diversas calamidades que la azotaron. Una hambruna, un terremoto, tres incendios y la peste hicieron estragos en la ciudad, sumado a la inestabilidad que siempre generaba el estado permanente de guerra contra el pueblo mapuche.
En 1818, con el triunfo del Ejército Libertador se logra la independencia de Chile de la corona española y se comienza a trabajar en la construcción de la nueva república. Sin embargo, en 1820, todavía la zona de Valdivia se mantenía bajo el control hispano.
Es en ese contexto, cuando se registra la Toma de Valdivia, gracias a la astucia del marino escocés Lord Thomas Cochrane, quien mandatado por el gobierno chileno bajo el mando del director Supremo, Bernardo O’Higgins, logró tomar posesión de la bahía de Corral al izar la bandera española en la goleta Moctezuma y tomar prisionero al perito del puerto, quien abordó la embarcación con todos los mapas de los fuertes. Esta acción permitió la dominación por tierra de las diferentes defensas y el castillo de Corral, lo que marca la incorporación del territorio de Valdivia a la república de Chile y la huida de las huestes españolas hacia la isla de Chiloé.
Sin embargo, no es hasta el 30 de agosto de 1826, tras la promulgación de las llamadas “Leyes Federales”, cuando nace la provincia de Valdivia, siendo una de las ocho que conformaban el territorio nacional junto a Coquimbo, Aconcagua, Santiago, Colchagua, Maule, Concepción y Chiloé.
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En el libro “Los industriales alemanes en Valdivia”, publicado por la Universidad Católica de Chile en 1999, Patricio Bernedo expone los difíciles momentos que atravesó la región de Valdivia desde la expulsión de los españoles hasta la llegada de los primeros colonos alemanes, período que se caracterizó por “una continua decadencia económica y social. Por una parte, las guerras de la independencia prácticamente aniquilaron sus principales capacidades productivas, ya que Valdivia fue utilizada como centro de aprovisionamiento por parte de las tropas realistas”.
Valdivia, tras la instalación de la República, no se encontraba en un muy buen pie, situación que era similar en territorios ubicados hacia el sur. Ello llevó al gobierno de la época, encabezado por Manuel Bulnes, a diseñar un ambicioso programa de poblamiento del sur del país, que se conoció como Colonización alemana.
El encargado del gobierno para llevar adelante esa tarea, Vicente Pérez Rosales, en su obra Recuerdos del Pasado, da cuenta de los pormenores de dicha empresa. El llamado Agente de Colonización de Valdivia es muy claro al señalar las precarias condiciones en las que se encontraba la zona antes de la llegada de los alemanes.
“Llegamos a Valdivia. ¡Santo Dios! Si el fundador de aquel pueblo, por arte diabólico o encanto, me hubiese acompañado en este viaje, de seguro que habría vuelto para atrás lanzando excomuniones contra la incuria de sus descuidadísimos bizchoznos”, escribe Pérez Rosales.
En este contexto histórico, en 1850 Valdivia recibe los primeros inmigrantes alemanes, que arribaron al puerto de Corral en el bergantín Hermann, con lo que comienza un floreciente periodo de desarrollo económico, cultural e intelectual, empujado por el influjo germano que hizo de Valdivia y sus alrededores un territorio fértil para la llegada de científicos como Rodulfo Phillipi y de grandes personalidades como Karl Andwandter, reforzando el sentimiento de orgullo en los valdivianos.
El desarrollo industrial de la cervecería, las curtiembres, los astilleros, las destilerías de alcohol, las compañías de navegación y las asociaciones de valores generaron un enorme impacto en la economía local, gracias al aumento en la demanda de diversos insumos como lúpulo, cebada, cuero y acero, y a la generación de cientos de fuentes laborales que tuvieron su período de gloria entre 1850 y el inicio de la Primera Guerra Mundial.
El texto de Patricio Bernedo nos permite conocer lo que ocurría en Valdivia con la colonización alemana: “Diez años hacía que habíamos visitado por última vez Valdivia, i desde esa época es notabilísimo el progreso alcanzado por la ciudad. En parte, puede decirse, que se ha transformado. El desarrollo de las industrias y el movimiento comercial han seguido el mismo progresivo impulso. Refléjase fielmente ese movimiento en el servicio fluvial del transporte de pasajeros i mercaderías”.
Con los años, continúa la floreciente actividad económica en la zona. En 1906 nace la primera industria siderúrgica de Chile, Los Altos Hornos de Corral, cuando se constituye -ante un notario de Francia- la Societé Hauts Fourmeaux Forges et Acieries du Chili. Las obras culminan en febrero de 1910, tras arduos trabajos de instalación que terminaron con el montaje de dos hornos de fundición de 24 metros de altura.
Para la década del ‘50 del siglo pasado, Valdivia se ha transformado en una de las ciudades más importantes del país, proceso de crecimiento que se coronó con la creación en 1954 de la Universidad Austral de Chile (Uach), como respuesta a los intentos de la Universidad de Chile de instalar una sede en la ciudad. La Uach sin duda es parte del patrimonio valdiviano y una obra que enorgullece a los nacidos en estas tierras.
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En 1960 Valdivia y sus comunas vecinas vivían una época de apogeo, que se terminó cuando la naturaleza golpeó con fuerza el sur de Chile. Todo se vino abajo a las 15:11 horas del domingo 22 de mayo de 1960 debido a un cataclismo 9,5 grados -el más potente registrado instrumentalmente en la historia de la humanidad- que azotó la tierra desde Talca hasta Chiloé, dejando un manto de destrucción y muerte. Fueron 10 minutos eternos de agonía, en un hecho que hasta el día de hoy está vivo en la memoria de los habitantes del sur del país.
Luego vino un maremoto que cubrió con una ola de 8 metros el puerto de Corral y todas las localidades costeras desde la península de Arauco hasta la península de Taitao. El agua destruyó todo lo que había quedado en pie después del terremoto. Se calcula que murieron más de 1.600 personas, hubo 3 mil heridos y 2 millones quedaron sin hogar en el sur del país, según datos del Servicio Geológico de Estados Unidos. Las réplicas mantuvieron en vilo a la población hasta que una nueva mala noticia se esparció como una plaga por las zamarreadas casas valdivianas: el derrumbe de los cerros había provocado tres tacos que impedían el desagüe del lago Riñihue, amenazando a todos los poblados ubicados aguas abajo del río San Pedro.
Una titánica tarea, encabezada por el ingeniero Raúl Sáez y secundada por cientos de obreros, permitió superar la situación. Pala a pala fueron sacando el barro hasta que lograron que el agua fluyera río abajo, salvando así decenas de poblados que estaban en riesgo de desaparecer por la fuerza del torrente estancado, entre ellos, Valdivia.
Los días posteriores al terremoto fueron dramáticos y los valdivianos tuvieron que trabajar durante décadas para reconstruir la ciudad, la infraestructura vial, los sistemas productivos, las escuelas y hospitales, para retomar la vida en una nueva realidad, proceso doloroso que dejó una huella indeleble a todo el quehacer valdiviano.
Tal como antes lo hicieron los huilliche al enfrentar a los españoles desde su llegada a mediados del siglo XVI; tal como lo hicieron los conquistadores españoles al reconstruir la ciudad y defenderse tanto de los mapuche como de holandeses desde 1552 hasta principios del siglo XIX; tal como lo hicieron las huestes criollas en 1820 al enfrentar al ejército realista; tal como lo hicieron los colonos alemanes al instalarse en un territorio nuevo y desconocido hace más de 150 años, y tal como lo hicieron en 1960 los valdivianos para levantarse después del terremoto, en 1974 los habitantes de esta zona se mantuvieron firmes y unidos en su orgullo para defender su derecho a ser una región autónoma, avalada por 500 años de historia.
Este recorrido por la historia de Valdivia y su gente le da sentido a la expresión del ex rector Amtmann, de orgullo valdiviano, es decir, ese sentimiento de identidad con el territorio, con la tradición, con el modo de ser, que forma parte de la impronta que ha caracterizado a los habitantes de esta zona a lo largo del tiempo, producto de catástrofes, incendios, hambrunas, terremotos y malas decisiones políticas.
Fue ese mismo sello el que llevó a decenas de valdivianos y valdivianas a luchar por 33 años para recuperar el estatus de región que se perdió en 1974, tras una decisión impuesta a la fuerza por la dictadura militar, que dejó a los habitantes de esta tierra con el orgullo herido y a la provincia de Valdivia incluida a la fuerza, como vagón de cola, en la antigua región de Los Lagos.
El 2 de octubre de 2007 se instala la región de Los Ríos, encabezada por el entonces intendente Iván Flores. Con ello, comienza la vida de un nuevo territorio, cuya historia aún la estamos escribiendo.