Seleccionar página
La última partera de Corral

La última partera de Corral

Por Sandra Leiva Poveda

-Necesito aceite de comer y agua bien hervida.
Es una tarde de 1955. Carlina Rivera Leal inicia el ritual para curar a “la enferma de guagua” en su primer trabajo como partera.
Con las manos cubiertas de aceite empieza a masajear una y otra vez el vientre de la mujer, continúa con la espalda, avanza hasta la pelvis.

-Vamos Orfelina, es momento de caminar -le dice Carlina, tomándola del brazo.

La parturienta arrastra sus pies dejando profundas huellas en el piso de tierra, da unas vueltas alrededor del fogón, de pronto un grito relumbra la habitación.

Carlina prepara un té de orégano para hidratar a la mujer y continúa con el masaje. Con las palmas y dedos forma círculos suaves alrededor del ombligo y el abdomen. La fricción es importante porque le permite sentir la posición del bebé y evaluar posibles riesgos.

Después coloca vino tinto en una olla, una yema de huevo, dos cucharadas de azúcar y bate incesantemente hasta tener un batido cremoso. Lo deja en el fogón y vuelve a su labor.

Pasan las horas y la partera sigue sobando y sobando. La sabiduría heredada de su abuela María Natalicia Leal Gómez y posteriormente de su vecina Natalia Villalonco, tranquiliza por un momento la inseguridad de Carlina. De todas formas, el sudor y el rezo constante delatan su preocupación.

-Queda poco. Recemos juntas…. Dios te salve María, llena eres de gracia, el señor está contigo. Bendita eres entre todas las mujeres…

Cuando las contracciones y el llanto tensionan los hombros de la mujer, Carlina le dice que se ponga de pie. Ella se levanta, separa las piernas y con sus manos temblorosas se afirma de la cama.

-Orfelina… respira, respira, respira –dice Carlina hasta que la sangre y el agua cubren la tierra.

De los aullidos del cuerpo sale el bebé. Carlina lo coge delicadamente, pide un trapito del tamaño de la cuarta de la mano para envolver el cordón y luego cortar la “tripita de la vida”.

En seguida busca ropajes y protege a la madre, quien, en la cama, emocionada recibe la infusión reparadora:

-Un poco de vino para que todo corra, porque el vino calienta la guata.

La misión sigue con la postura del “ombliguero” a la guagua. Hábilmente Carlina con un pedazo de tela cubre la cicatriz para evitar posibles infecciones. Luego, entrega el bebé a la madre, su hermana.

***

Carlina Rivera Leal nació el 1 de febrero de 1931 en Corral, territorio costero ubicado a 64 kilómetros de Valdivia. En esos años, el puerto corraleño era el foco de la actividad económica de la provincia de Valdivia gracias a la industria siderúrgica Altos Hornos, la planta ballenera y las minas de talco.

Sus padres: María Natalicia Leal Gómez y Miguel Rivera Garrido, vivían en la caleta de San Carlos, muy cerca de la empresa ballenera y a unos dos kilómetros del puerto. Tenían 12 hijos o más, que crecieron con la línea del horizonte entre sus ojos y la lluvia y el viento abriendo y cerrando ventanas.

Carlina, ahora, a sus 92 años, apenas puede mencionar a cuatro de sus hermanos: Vicente, Matilde, Orfelina y Aurora. Tenía cinco años cuando cerró la ballenera en San Carlos, dejando atrás la comercialización de la harina y aceite de ballena, pero su memoria tampoco le ayuda con eso.

Sus recuerdos están zurcidos a las minas de talco donde trabajaba su papá. El yacimiento estaba a unos tres kilómetros de San Carlos.

-A las cinco de la mañana teníamos los bueyes enyugados, echaba a mi hermano pequeño Vicente, en la carreta, envuelto en una manta, y nos íbamos con mi papá a buscar talco. Llenábamos varios sacos y luego íbamos a Amargos a descargar -dice con nostalgia.

Siempre andaba con su padre. Salían a pescar la sierra o a veces iban a Huape a buscar jaiba y locos.

En tanto, el oficio de partera lo aprendió mirando y escuchando las conversaciones de su madre y de su abuela sobre el tratamiento para las “enfermas”, viendo cómo usaban las hierbas medicinales y de qué modo preparaban otras infusiones como el vino. También comprendió que las manos cumplían una función esencial.

-Yo acompañaba a mi mamá a los partos y así es que aprendí.

En 1950, cuando Carlina tenía 22 años, se casó con Alejandro Garrido Ortiz y decidieron migrar al sector de Huape, a unos 16 kilómetros de Corral.

En esa época la soledad de las tierras costeras atraía a nuevos colonos, quienes se enfrentaban a los gestos de abandono ocasionados por el aislamiento y el mal tiempo.

Si bien el entorno era generoso, a veces no se podía pescar y la lluvia devastaba las huertas. Sólo el olor del pan horneándose abrigaba la esperanza en un mundo descortés.

-No había luz, no había camino, no había nada. Entonces, cuando las señoras se enfermaban de guagüita, no podía negarme.

Cautiva en su nueva vida, Carlina no tenía otro fin más que amar. Pronto, comenzaron a llegar los hijos y el mundo se fue organizando. Pronto, el saber que tenía en sus manos y la solidaridad de su alma cambiaría la historia de su entorno.

***

-¡Están tocando la puerta! -dijo Alejandro, era una noche de invierno.

-Debe ser alguien que necesita ayuda, voy a preguntar -respondió Carlina.

-¿Te vas a levantar y con este tiempo? Póngale que te enfermes ¿y quién va a pagar? -le dijo él, enojado.

-¡Hay una enferma y yo voy nomás! Como mujer, uno no se puede negar.

Aquel día, a mediados de la década del ‘50, Carlina salió de madrugada. En el camino patinó, se dio un buen golpe, pero como había salido de “malas con el marido”, se aguantó el porrazo y siguió adelante hasta la casa de la parturienta.

Históricamente el oficio de partera es un saber y hacer de mujeres, transmitido por tradición oral. Según la catalogación de la Organización Mundial de la Salud (OMS) una partera tradicional es la persona que asiste a la madre durante el parto y que ha adquirido sus conocimientos iniciales de partería por sí misma o por aprendizaje con otras parteras tradicionales.

En Chile, la transición de partera a matrona está vinculada a la creación de la Escuela de Matronas de la Universidad de Chile el año 1833. Sin embargo, de forma paralela y hasta mediados del siglo XX, incluso más, la atención de las parteras siguió siendo socialmente aceptada en localidades rurales.

-Se enfermaban las señoras y no había a quién pedirle auxilio porque no teníamos cómo llevarla pa’ Corral -explica Carlina.

La partería en lugares como Huape y otros sectores del borde lafkenche de Corral fue una práctica habitual hasta la construcción del camino que unió los asentamientos con el pueblo y, por tanto, con los servicios del hospital a fines de la década de los ‘80.

No obstante, las embarazadas seguían optando por las parteras de la zona. El respeto y el cariño hacia ellas estaba sellado por un pacto de compañía, confianza y muchas veces enmarcado en una red de parentesco.

***

Marisa Muñoz Torres, hoy a sus 61 años, recuerda su infancia en el monte y cree que por entonces, como cualquier niña del Pastal, sabía más del campo que de la vida.

Vivía en una ruca de madera forrada de paja, con piso de tierra y un fogón en el centro. Alrededor habían cuatro camas rústicas. En cada una dormían hasta cuatro hermanos, dos por la cabecera y dos por los pies.

A sus padres Belladina Torres y Domingo Muñoz los amaba. Y les creía.

-¡Pronto llegará el avión con la guagua! -solía decir el padre cuando se acercaba el nacimiento de otro hermano.

Cada año su mamá andaba con la panza grande, tan grande que apenas podía caminar. De todas formas, se las arreglaba para cocinar y atender a los hijos. Tuvo once.

A veces se quejaba, el dolor empalidecía sus mejillas y cuando llegaba la hora irreparable del lamento, ellos iban con los vecinos. En el camino se encontraban con la tía Carlina, quien, a tranco apresurado, pasaba en dirección a su casa. Al volver, había un nuevo bebé.

-¿Por qué no escuchamos el avión? –se quejaba Marisa. Al crecer, entendió lo que realmente hacía su tía Carlina. En aquella época, para llegar a Corral la gente viajaba en caballo por una huella en la franja costera, trayecto que duraba unas cuatro horas. Otra opción era viajar en bote a remo unas seis horas.

-Nadie sabe realmente cuántas mujeres atendió, pero fueron hartas. Todas venían a Huape en búsqueda de la tía -dice ahora Marisa.

No hay información precisa de los partos que asistió Carlina. Y los registros de los recién nacidos hasta el año 1960 desaparecieron tras el terremoto que destruyó el hospital de Corral.

***

Cuando Marisa tenía 21 fue de paseo al norte y volvió extraña. Se sentía “enferma de guagua”, y como no sabía mentir ni menos tener malos pensamientos, habló con su mamá.

-¿Qué le digo a papá?

-Dios lo decidió… así es que hable con él no más -respondió Belladina.

Eso hizo. No hubo gritos ni golpes en las paredes, solo un consejo paternal.

-Los hombres son muy buenos para embolinar a las mujeres. Una vez la pueden hacer tonta, dos veces no -dijo Domingo. Ya con un vientre cercano a los nueve meses, Marisa fue al cerro a buscar chupones. Al volver a casa, se sintió decaída y con náuseas, tomó un baño y se fue a la cama.

Más tarde comenzaron los deseos de ir al baño una y otra vez hasta que un grito desgarrador despertó a uno de sus hermanos.

-Me siento mal… avísale a mi papá.

Domingo saltó de la cama y envió a su hijo Remigio a buscar a Carlina. Cuando la tía llegó, amarró unos cordeles en las vigas de la casa. La partera pidió a Marisa sujetarse de las sogas, que abriera las piernas y levemente se pusiera en cuclillas.

Gran parte de la familia estaba rodeando a Marisa y ayudando a la partera, de repente, el líquido de la vida descendió y el bebé se asomó en las manos de Carlina.

Fue el momento más bello para Marisa:
-Mi bebé era hermosa -recuerda ahora.

Una vez desraizada de la cría, Marisa se desmayó. Carlina sabía que parte de la placenta había quedado en su cuerpo y debían llevarla con urgencia al hospital. La partera pidió arroparla. Cubrieron su cuerpo completo, incluso su rostro, con ropa de lana.

-No tiene que darle ni una gota de aire, sino se va a helar y se inflamará adentro -dijo Carlina preocupada.

Cuando amaneció, su papá la llevó en camilla a Corral. En el hospital, los restos de placenta fueron extraídos por la matrona y Marisa fue dada de alta a los pocos días.

***

Belladina Torres tiene 84 años y actualmente vive en Huape. Pese a sus décadas mantiene su estatura. Es carismática, alegre y muy querida por la familia y la comunidad.

De sus diez partos nacieron once hijos e hijas. Su primer bebé llegó en el año 1959 cuando tenía veinte años y el último a los treinta y tres. Por eso en las inmediaciones del mundo tie- ne veintidós nietos, trece bisnietos y tres tataranietos. De modo que no se siente sola.

Todas las criaturas nacieron en El Pastal, a unos 17 kilómetros de Corral. Los partos de Oscar Edulio, José Raúl y las mellizas Marisa Irene y Amelia fueron atendidos por Natalia Villalonco, abuela de su esposo Domingo Muñoz. En cambio, los nacimientos de Javier Damián, Lionel Lorenzo, Remigio Ernesto, Anselmo Rubén, Blanca Patricia, Lorena y Aldo Isaac fueron asistidos por su tía Carlina.

Belladina recuerda que tras dar a luz, la partera fajaba su vientre. Doblaba un pedazo de género extenso y luego apretaba la guata con varios giros hasta dejar bien firme el abdomen. También fajaba a la guagua desde los pies hasta el cuello, y luego le ponía una “toca” en la cabecita.

Durante nueve días Carlina atendía las necesidades del bebé y la recién parida. El cuidado era integral así que además de la higiene, se preocupaba por la alimentación. Preparaba un caldo de gallina “reponedor” y mate con hierba fresca para que la madre “tenga buena leche”.

Cuando le daba “el alta”, Carlina le pedía estar unos cuarenta días en cuarentena para evitar los “asuntos íntimos”. -Pero muchas veces no cumplí -dice ahora Belladina con una sonrisa contagiosa.

***

El 21 de mayo de 1970 Eliana Baeza tenía agendada hora para su matrimonio en Corral. Nueve meses atrás había “hecho cosas indebidas” y quedó embarazada a los 19 años.

Un día antes de la boda, Eliana tuvo indigestión. Al principio pensó que era a causa del consumo excesivo de castañas, pero luego el dolor en el vientre alertó al padre, quien, preocupado, decidió llevarla a Corral.

José Baeza Matamala buscó su caballo y pidió a su hijo que lo acompañe. En el camino pasó a buscar a su mamá: Carlina. Caminaron varias horas hasta llegar a Quitaluto, a unos 3 kilómetros de Corral. Allí, en pleno cerro, la partera le dijo que debían pedir auxilio porque la enferma iba a parir.

Llovía, era medianoche y no podían seguir. Se acercaron a la primera casa que vieron, contaron lo que estaba pasando y la dueña les permitió llevarla a su habitación.

-Yo era una niña joven, no sabía lo que me esperaba.

La señora encendió varias velas y allí Carlina comenzó con el trabajo de parto. Eliana doblegada por el dolor solo quería acostarse.

-Si estás de pie será más fácil tener a tu guagua -dijo la partera.

Dio a luz a las tres de la mañana. Su papá y su hermano bajaron a Corral a buscar una camilla. Mientras tanto Carlina lavó con agua hervida y tibia a la madre y a la recién nacida.

Luego, le dio una ración de vino para calmar a la primeriza.

Al amanecer llegó el papá con una camilla, subieron a Eliana con su guagua y caminaron lentamente hasta Corral. En el pueblo se toparon con la banda que se dirigía para celebrar el 21 de mayo, día de las Glorias Navales en Chile.

-Yo me reía porque en el pueblo me recibieron con música -dice ahora Eliana.

En el hospital la matrona revisó a la recién parida, al bebé y a las pocas horas la dieron de alta. La jovencita se quedó una semana en Corral en casa de su hermano Besubio. Cuando regresó a Huape, Carlina se ocupó de ella.

Hoy Eliana tiene 72 años; la niña que nació aquel día, Sandra, tiene 53 y su nieta Monserrat, que es bisnieta de Carlina, estudia Obstetricia en la Universidad Austral de Chile.

***

La casa de Carlina es de color verde esmeralda y siempre está iluminada.

De su cara rugosa brotan unos ojos que parecen haberlo visto todo. Esta tarde de agosto usa un gorro azul y blanco y su cuerpo está cubierto por varias capas de ropa, entramados de lana que protegen los dolores, principalmente de sus caderas.

En un extremo de la habitación está la cocina a leña en la cual tiene tres teteras de aluminio de distintos tamaños y una olla que mantiene la cazuela como la delicia de la tarde.

Las paredes también son color verde esmeralda. Los muebles de cocina están repletos de utensilios, comida, y de los típicos caprichos de las abuelas. La pared no deja espacio ni siquiera para una última obsesión.

En la mesa ocurre lo mismo. Hay pan, dulce, café, azúcar, manzanas, servilletas, loza limpia y sucia, y otras cosas, las cuales permanecen esperando una conversación, porque siempre llega alguien.

Más allá hay un amplio sofá con una mesa en el centro. Las paredes son de madera barnizada, de estas cuelgan fotos y un reloj detenido a las 19.50. Es una casa impregnada de colores, objetos y olores que delatan un orgulloso pasado.

-Lo único que agradezco a Dios no más es que me dio valor, porque en una cosa de estas, uno no va a llegar no más y se va a meter con una enferma porque te puede ir a peligrar… atendí muchas señoras que sufrían mucho, mucho, mucho, pero gracias a Dios, nunca pasó nada malo.

La práctica ancestral de la partería fue desapareciendo de la zona con el envejecimiento y posteriormente la muerte de las parteras.

Asimismo, la conectividad vial, el surgimiento de especialidades como la obstetricia y ginecología, y el control del embarazo por parte del Estado chileno, restringió naturalmente la continuidad de su labor.

Es un hecho reconocido que la mortalidad infantil y maternal disminuyó con la institucionalización del parto, pero también que la partera fue un personaje clave e influyente en los sectores rurales.

-Cuando se arregló todo, había camino y vehículos, ya no quise atender a nadie más. Para eso hay hospital, además no podía tampoco por mi cadera, ya no podía estar agachada.

El modelo de atención de la partera es reconocido por la Organización Mundial de la Salud, la ONU y el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA), estableciendo cada 5 de mayo el Día Internacional de la Partería para valorar las contribuciones de las parteras para el bienestar de madres y bebés alrededor del mundo.

Hoy la partería tradicional continúa siendo una práctica regular en zonas rurales e indígenas en diversos países del mundo, por esta razón la Organización Panamericana de la Salud está promoviendo alianzas entre líderes ancestrales e instituciones de salud para intervenir en los partos con pertinencia cultural.

La última partera de Corral tuvo doce hijos y fue mamá postiza de dieciséis más. Tiene treinta nietos, treinta y cinco bisnietos y cuatro tataranietos. Quizá más.

La última partera de Corral no recuerda la cantidad de infantes que trajo al mundo y nunca pidió nada a cambio:

-Porque como mujeres teníamos que ayudarnos.

Entre la vida del bosque y la conectividad

Entre la vida del bosque y la conectividad

Por Lorenzo Palma Morales

En la sombra de un plan vial, una carretera busca abrirse paso sobre el Parque Nacional Alerce Costero. Desafía la tranqui- lidad del bosque y amenaza el tesoro natural más preciado de la región: los alerces, esos árboles milenarios de una belleza imponente y un valor ecológico incalculable. Son endémicos del sur de Chile, y han sido testigos silenciosos de siglos de historia natural.

El proyecto pretende integrar zonas rurales, mejorando principalmente la conectividad entre Corral y La Unión. A comienzos de este año, durante una visita a la región, el presidente Gabriel Boric dijo:

– He mandatado al Ministro de Obras Públicas para que avance en la concreción de la Ruta T-720 que pasará por el Parque Nacional Alerce Costero y que se haga en coordinación con el Ministerio de Agricultura, asegurando que se cumpla con los estándares de conservación del parque, que para nosotros es muy importante.

Sus palabras no dejaron indiferente a ninguna persona. El 2 de junio de 2023, un grupo de investigadores publicó una carta en las páginas de la revista Science. Rocío Urrutia, Jonathan Barichivic, Álvaro G. Gutiérrez y Alejandro Miranda expresaron que “esta obra de ingeniería se está pensando realizar en una zona de importancia mundial para la conservación de la biodiversidad y el hogar de la fitzroya cupressoide (alerce)”.

La comunidad científica global se inquietó ante la posibilidad de perder ecosistemas que albergan secretos climáticos ancestrales. Y colectivos locales surgieron en las redes sociales y se manifestaron en las plazas de La Unión y Valdivia.

Según una nota publicada por el Movimiento por la Defensa del Alerce Costero en la que busca sumar firmas para detener este proyecto, “son 10 kilómetros de una ruta dentro del parque, con un ancho de 10 metros, sumando en total 17 hectáreas de parque nacional a destruir”.

Un Estudio de Impacto Ambiental también muestra preocupación acerca de las consecuencias que podría acarrear en el delicado entorno del parque.

“Sabemos que los caminos que se establecen a través de bosques tan únicos como los de alerce no son vías hacia el progreso, sino hacia su explotación, degradación y destrucción irreversible”, dicen los expertos en la carta en Science.

En el centro de las disputas entre grupos a favor y en contra está el bosque nativo. En silencio. Emana una calma palpable, como si sus raíces profundas estuvieran conectadas con la misma esencia de la tierra.

***

El Parque Nacional Alerce Costero emerge como un santuario viviente. Creado en 2010, alguna vez fue un orgullo regional, un monumento a la riqueza natural de la Región de Los Ríos en Chile. Abarca casi 25 mil hectáreas a lo largo de la cordillera de la costa, entre las comunas de La Unión y Corral. La creación del Parque Nacional Alerce Costero representa un esfuerzo importante por preservar y proteger los valiosos recursos naturales de la Región de Los Ríos y contribuir al patrimonio natural del país.

Sus bosques nativos, hogar de los venerables alerces, se erigieron como un testimonio de la majestuosidad de la naturaleza y la importancia de conservarla.

Sus dominios resguardan árboles que han presenciado la ascensión y caída de imperios y civilizaciones. Estuvieron presentes en los albores de Valdivia y otras ciudades de Chile, incluso antes de que el propio país adoptara su nombre. Estos gigantes ya existían, anclados en la tierra, mucho antes de que se trazaran las líneas de la historia. Han resistido los estragos del tiempo y han mantenido su dignidad en medio de los vertiginosos cambios que han sacudido el mundo. Algunos alerces alcanzaron su madurez a lo largo de más de 5000 años, un testimonio profundamente conmovedor de la tenacidad de la vida y la resistencia inquebrantable de la naturaleza.

El Gran Abuelo o Alerce Milenario, que reside en el corazón del parque, fue sometido a un análisis exhaustivo en el año 2022 utilizando técnicas de dendrocronología y herramientas informáticas avanzadas. Los resultados obtenidos de esta investigación ratificaron de manera concluyente que este árbol representa el “ser vivo más antiguo en existencia en nuestro planeta”. La magnitud de este árbol es tan imponente que los científicos se vieron impedidos de alcanzar el núcleo con una perforación gradual para contar los anillos de crecimiento. Como solución, se recurrió a la implementación de modelos matemáticos con el propósito de estimar su edad, la cual se calcula en aproximadamente 5.484 años. Esta revelación provino de Jonathan Baricivic, quien desempeñó un papel primordial en esta medición.

A lo largo del tiempo, los anillos de crecimiento presentes en árboles, con especial énfasis en especies icónicas como alerces, araucarias o lengas, han sido una herramienta de inestimable valor en nuestra nación para recrear una diversidad de oscilaciones históricas. Ya desde 1994, la Revista Ambiente y Desarrollo, en un artículo del Dr. Antonio Lara Aguilar, delineaba cómo estos anillos han sido una herramienta esencial para reconstruir fluctuaciones históricas como glaciaciones pasadas, explosiones volcánicas que han marcado la tierra, alteraciones en las temperaturas y precipitaciones, y también para indagar en la oscilación del sur, descifrar el fenómeno del Niño y trazar la ubicación del Anticiclón del Pacífico.

En el año 1993, el investigador Lara realizó una meticulosa medición de los anillos de crecimiento de un alerce considerado “joven”, con una edad de 3.622 años. Los resultados obtenidos a raíz de esta investigación no solo le brindaron la oportunidad de publicar un estudio científico en la renombrada revista Science, sino que también desataron un fascinante despliegue de información. Su enfoque investigativo se centró en la minuciosa reconstrucción de las variaciones de temperatura en la región sur de Sudamérica, estableciendo así un valioso vínculo entre la historia de estos árboles y la historia climática de la región.

En una etapa posterior, en 2019, el mismo investigador, en colaboración con el Dr. Ricardo Villalba, logró un avance sobresaliente en la caracterización de las temperaturas de Chile. Este hito fue alcanzado a través de un método sorprendente: la utilización de una asombrosa colección de 388.000 anillos de alerces. Gracias a esta investigación, lograron llevar a cabo una tarea extraordinaria: la reconstrucción de la evolución de temperatura de Chile a lo largo de los últimos 5.680 años.

Estas construcciones climáticas trascienden para demostrar la vital relevancia que los alerces ostentan en la comprensión de los tiempos pasados. Sin embargo, su valor no se detiene allí, ya que también arrojan luces sobre las perspectivas que se pueden concebir en el contexto del cambio climático.

De los tres tramos trazados en el diseño de este camino, el segundo es el que penetra de manera incisiva en el corazón mismo del Parque Nacional. Las huellas del progreso humano amenazan este territorio. La construcción de una carretera, el rugir de los motores que vendrá después, el paso incansable de los vehículos, podría romper el delicado equilibrio, dejando cicatrices irreparables en la trama de la naturaleza.

***

El inminente destino de parte del Parque y su eventual destrucción se perfilan como un desenlace paradójico de una región que, en su pasado reciente, luchó tenazmente por la aprobación y conservación del mismo.

El inicio de este proyecto vial se remonta al año 2008, cuando fue lanzado como parte del programa “Integración para la nueva región: ejes para la integración y el desarrollo turístico sustentable”. En 2015, siete años después de la creación de la Región de Los Ríos, una Declaración de Impacto Ambiental fue presentada al Sistema de Evaluación, pero fue desestimada. Cuatro años después volvió a ingresar al sistema y actualmente se encuentra en estado de “calificación”. La información del proyecto se difundió en Radio Austral, dando oportunidad a consultas ciudadanas. Los vecinos se mostraron preocupados. El parque y su bosque han enfrentado desafíos de salud en el pasado, pero han demostrado su resiliencia al recuperarse. Es como si tuvieran una capacidad innata para sobreponerse. Han superado pruebas tan serias como incendios forestales y talas ilegales. Incluso situaciones extremadamente impactantes, como el incidente de noviembre de 2021, cuando se detectó que a 10 alerces les habían sido arrancadas sus cortezas, lo cual representa una clara prueba de cómo las acciones humanas afectan a esta y otras especies.

El alerce fue declarado Monumento Natural el año 1976, a través del Decreto Supremo 490, prohibiéndose la corta de individuos vivos y de árboles muertos con posterioridad a la fecha de dictación de este Decreto.

La investigadora Rocío Urrutia reflexiona sobre el origen mismo del parque. Dice que surgió como una respuesta vital para resguardar a la población de alerces costeros más septentrional y que, por lo tanto, resulta paradójico observar cómo, a pesar de los esfuerzos históricos en esta dirección, la noción de enlazar las localidades de Corral y La Unión persiste en la actualidad. Aunque habría sido más adecuado cambiar los planes tras la creación del parque.

Lo cierto es que la expansión se ha mantenido en suspensión debido a que no cumple con los requisitos técnicos de la legislación ambiental vigente. La comunidad mapuche Pumankque Lafken ha expresado su preocupación y ha solicitado una consulta de acuerdo con el convenio 169 de la OIT, artículo 6, en un esfuerzo por preservar los valores culturales y espirituales.

Antonio Lara ha señalado que este proyecto partió mal desde el principio, al no considerar adecuadamente los impac- tos y las medidas de mitigación.

“Esta carretera representa una visión de desarrollo obsoleta, que se basa en vender los recursos naturales a costa de la destrucción de la naturaleza y que quizás estuvo vigente hace una o dos décadas, pero ya no más”, dice el científico Jonathan Barichivich.

El proyecto de construcción de una carretera, implica una inversión millonaria , y gran parte del camino ya ha sido construido, quedando pendiente únicamente la parte que atravesaría el parque. Aunque siempre se dijo que esta carretera mejoraría la conectividad entre dos comunas, existe una preocupación entre algunos científicos sobre los verdaderos intereses detrás de este proyecto.

En la nota publicada en el página del Observatorio Latinoamericano de Conflictos Ambientales, el Movimiento por la Defensa del Alerce Costero dice:

“Negamos tajantemente que este proyecto sea una mejora para el vivir de nuestros pueblos, más bien responde a intereses de privados especialmente la industria forestal que busca expandir sus exportaciones por el puerto de Corral a los mercados asiáticos, aumentando y consolidando un modelo económico que solo beneficia a sus dueños, destruye la naturaleza, y aumenta la crisis climática empobreciendo a los territorios.

Creemos que este proyecto beneficia más a intereses privados que buscan obtener una ruta que conecte desde el interior de la región, a la ruta 5 Sur. Que tiene relación directa con el paso internacional hacia Argentina y la conexión hacia el “anhelado” puerto de Corral. Generando un corredor industrial que facilita la presencia de transnacionales mineras, forestales, y agroindustriales en el cono sur de la región. Que sólo buscan saquear nuestra riquezas naturales y recursos naturales a nombre de progreso y desarrollo económico”.

El peligro de extinción que enfrenta el Alerce es una cuestión alarmante, ya que su preservación es fundamental para cumplir con el Tratado de Biodiversidad firmado en la COP15. La meta número 22 de este tratado se centra en la protección de la naturaleza y los pueblos originarios. El país se comprometió el año pasado a reducir el riesgo de extinción de especies.

El científico Jonathan Barichivic agrega que la construcción de una carretera de tal magnitud tendría también impactos devastadores en la fauna acuática y en la alteración de los ecosistemas terrestres. Además, esta obra podría afectar el flujo del recurso acuífero, con posibles consecuencias futuras para el acceso al agua potable por parte de la comunidad del sector. Estas consideraciones subrayan la necesidad de analizar cuidadosamente los efectos del proyecto y buscar alternativas sostenibles que preserven tanto la naturaleza como el bienestar de las comunidades involucradas.

En julio de este año, como un giro en la lucha contra esta “metástasis vial”, el Gobierno, a través del Ministro de Agricultura, Esteban Valenzuela, descartó la idea de que este proyecto atraviese el Parque Nacional Alerce Costero. En su lugar, se explorará una opción que permita el paso de camiones al servicio del puerto de Corral por el borde costero. Sin embargo, esta alternativa plantea un dilema: el alcalde de Corral cree que esta solución es inviable debido a las dificultades que implica el territorio.

Entre las opciones surge la ruta T-400 como la conexión más cercana y rápida para llegar a la ciudad de Valdivia desde Corral. Este planteamiento, similar a buscar tratamientos alternativos, revela que existen caminos diferentes y menos destructivos para alcanzar los objetivos de desarrollo.

Aun así, los mismos autores que dieron voz a la alerta en las páginas de Science continúan cuestionando con preguntas inquietantes: ¿Cuán urgente es la necesidad de un sendero turístico a través del Parque Nacional Alerce Costero? ¿Estamos dispuestos a asumir la responsabilidad si los bosques milenarios se consumen en llamas debido a nuestras acciones?

¿Cuántos ríos?

¿Cuántos ríos?

Por Rodrigo Obreque Echeverría

A mi casa la separan 192 pasos sin prisa de la orilla del río Calle Calle, el más famoso de la Región de Los Ríos.

He recorrido este río en kayak con el viento soplando a favor y en contra. En su ribera he fotografiado hualas, sietecolores, cisnes, lobos de mar y nutrias de río (huillines). Desde su orilla he contemplado atardeceres anaranjados, remeros incansables que lo surcan desde la madrugada hasta el crepúsculo y barcos iluminados con luces fluorescentes. He visto al sol pintarlo de azul y a los nubarrones colorearlo gris. Lo he visto crecer por las lluvias del invierno y bajar su caudal en el verano. Me he maravillado en primavera con las flores blancas de la planta que adorna sus bordes y le da su nombre: calle-calle (Libertia chilensis).

He visto a la luna bañarse en sus aguas.

En los últimos quince años he atravesado el Calle Calle -su puente- al menos 14 mil veces: cuatro cada día, de lunes a viernes, para ir a mi trabajo en el centro de Valdivia.

Esta noche oscura, la última de julio, el río suena a viento de borrasca y va levantando olas que arroja con ira contra los gaviones de la orilla.

A mi casa la separan 141 pasos apurados del río Calle Calle si estoy en su ribera y se desata -¡como ahora!- un temporal.

***

Los habitantes de las doce comunas de la Región de Los Ríos tenemos una relación cercana con sus ríos. Los contemplamos a diario, los navegamos, bebemos de sus aguas.

Quienes vivimos aquí nos caracterizamos por tener una sonrisa amable -hay excepciones- y una conexión especial con nuestros ríos.

Son fuentes de agua y de inspiración. Son límites geográficos y hábitat de la biodiversidad. Son vías de conexión y desconexión. Son historia viva: de los balseros que transportaban madera por sus cauces hace un siglo, de las mujeres que lavaban y siguen lavando la lana de las ovejas antes de hilarla, de los niños y niñas que aprendieron a nadar en sus aguas.

Para el pueblo mapuche, los ríos -los leufu- son sagrados. En ellos habitan los ngen-ko, los espíritus guardianes del agua, que cuidan y preservan la vida. Los mapuche les piden permiso a los ngen-ko para ingresar a los ríos y utilizar el agua, y luego les agradecen. Si las aguas de los leufu no corren libres o se contaminan, si sus riberas no mantienen el bosque nativo y la vegetación silvestre, el equilibrio natural y espiritual de todo el territorio se ve afectado, dicen.

También dicen: genule ta ko, gerkelayafuy ta mogen. Que significa: no habría vida si no tuviéramos agua.

***

¿Cuántos ríos hay en la Región de Los Ríos?

Los últimos dos meses le hice esta pregunta a decenas de personas y busqué obsesivamente información para encontrar una respuesta. Sólo Wikipedia me lanzó una, que no me satisface: un listado con 58 ríos que no cita fuentes. Me convencí de que, 16 años después de la creación de esta región, ninguno de sus 380 mil habitantes sabemos cuántos ríos hay aquí.

Me pregunto quién puede responder con certeza a esta pregunta.

Me respondo que la Dirección General de Aguas, la DGA.

***

Francisca Vergara Cea, la sonriente directora regional de la DGA me espera este lunes de invierno en su oficina del cuarto piso del edificio público número 2, en el centro de Valdivia.

Es la segunda vez que visito esta oficina buscando una respuesta al interrogante que me inunda.

La primera vez Francisca me explicó que la DGA es el ente rector en el área de aguas terrestres del Estado y se comprometió a buscar la información.

Ahora le pido permiso para acercarme a la ventana que está detrás de su escritorio: desde aquí puedo ver el río Valdivia, el submarino O’Brian recalado en la Costanera, los taxis fluviales amarillos que transportan a los pasajeros a distintos puntos de los ríos Valdivia y Calle Calle. Y puedo imaginar a los mapuche navegando en sus canoas cargadas de pescados y mariscos que traían desde el sector costero, antes de que los españoles llegaran en 1552 a fundar la ciudad y le cambiaran el nombre a este río originalmente llamado Ainil leufu, o Ainilebu.

Francisca interrumpe mi viaje al pasado.

– Todavía no tenemos la respuesta. El próximo lunes la tendremos.

***

El guía de rafting y kayak Guillermo Fullá Barraza ha remado por 33 ríos de la región, doce en otros lugares de Chile y trece en el extranjero. Sus recorridos fluviales suman 31.264 kilómetros, equivalentes al 78 por ciento de la circunferencia de la Tierra.

Conocí a Guillermo con el apodo de Willy en nuestra época universitaria, a mediados de los ‘90 en Valdivia. Hoy vive a orillas del río Angachilla y desde 2011 es uno de los socios de la empresa Río Vivo, especializada en excursiones turísticas por los ríos y humedales de Valdivia.

En diciembre de 2014, con mi hermano Pablo nos embarcamos en una travesía organizada por Río Vivo en la que remamos cien kilómetros durante tres días por los ríos San Pedro, Calle Calle y Valdivia, que en realidad es el mismo río que va cambiando de nombre al confluir con otros ríos en su descenso hacia el mar. Guillermo fue uno de nuestros guías en ese viaje inolvidable.

-Lo que más destaco de los ríos de esta región, y no lo digo sólo yo, sino que son observaciones de las personas extranjeras que han remado con nosotros, es que son muy poco transitados. Te puedes desconectar, tener el río para ti solo – dice Guillermo, de pie junto a un mapa gigante de la cuenca del río Valdivia, instalado en la sala donde recibe a los excursionistas.

Una vez al año, Guillermo y su pareja se internan en kayak por su río favorito de la región para acampar en la ribera. Al ingresar al agua sienten el frío de la sombra de la selva valdiviana y mientras avanzan disfrutan contemplando la fauna del lugar.

– La última vez que fuimos vimos un huillín pescando. Estuvo media hora delante nuestro sin ninguna preocupación, relajado, porque en ese río no anda nadie.

– ¿Cómo se llama el río? -le pregunto. Queda en silencio, con una sonrisa.

***

¿Rianos? ¿Rienses? ¿Ribereños?

No existe un gentilicio para denominar a los habitantes de Los Ríos.

¿Risueños?

***

Dice Rosa Bello Carrasco que es una contradicción que le guste tanto estar en el río, pero no saber nadar y tenerle miedo al agua.

– En el verano me meto, me mojo, me tiendo en mi hamaca a leer y me quedo dormida. Para mí es vital, me da mucha energía verlo.

Dice, y sonríe, y su rostro se ilumina.

Rosa es una agricultora orgánica que desde hace 15 años vive en una parcela junto al río Bueno en la comuna de Río Bueno, donde elabora mermeladas, pastas y otros productos orgánicos que vende bajo la marca Kutral Nalcahue en ferias gastronómicas y en la tienda de la cooperativa de consumo responsable La Manzana, en el centro de Valdivia.

Antes de cumplir su sueño de vivir junto a un río, Rosa formó una familia en el campo, en la comuna de San Pablo, a un kilómetro del río Pilmaquén. A comienzos del nuevo milenio enviudó y se mudó a Valdivia con sus tres hijos, hasta que en 2008 compró el sitio de 16 hectáreas en el que vive actualmente con su hijo menor y a corta distancia de su hija mayor, Evelyn, que construyó una cabaña de tres pisos desde cuya terraza esta mañana de mediados de julio vemos fluir el río bajo un cielo azul con retazos de nubes blancas y grises.

Los huilliche -los mapuche del sur- llaman a este río Wenuleufu, que significa el río de arriba o el río del cielo, la misma denominación que tienen para la vía láctea. En la cosmovisión mapuche, los ríos son un lugar de tránsito de las almas hacia la otra vida, hacia el Wenumapu, el Mundo de arriba.

Rosa y Evelyn recuerdan como uno de los momentos más bellos de su vida junto al río Bueno una noche oscura en la que estaban acampando en la playa y de improviso el cielo se iluminó y el río de arriba se reflejó en el río de abajo.

***

En el otoño de 2021, Rodrigo Camino Sánchez cayó al río Bueno, en la comuna de La Unión, mientras tomaba muestras a bordo de un bote que volcó.

Fui su amigo en la infancia. Además del nombre, compartimos el uniforme del Colegio San Francisco Javier y la sala de clases de primero a cuarto básico. Jugábamos fútbol en los recreos y en las tardes seguíamos pateando la pelota en los patios de nuestras casas, que estaban una frente a la otra en la calle Los Leones de la comuna de Puerto Montt.

Un día de 1984, Rodrigo y su familia partieron a vivir a Valdivia. Volvimos a juntarnos un par de veces a fines de esa década, cuando con mis papás visitamos la casa de los suyos, y en algunas otras ocasiones luego de que llegué a estudiar a Valdivia en 1994.

La última vez que conversamos fue unos ocho años antes de su muerte. Me llevó en su camioneta desde el aeródromo Pichoy hasta mi casa. En los 25 minutos del trayecto me contó de su esposa e hijos, de sus padres y hermanos, y que luego de ser director regional de Obras Hidráulicas había formado su propia empresa.

Su muerte temprana me impactó, por nuestra amistad de la infancia y por las similitudes: mi mamá murió también en un río, en 1998, en otra región, a la misma edad que él.

***

Conocí a Violeta González Navarro el 26 de julio de 2020, cuatro días después de que su hijo Víctor Manuel Gallardo cumpliera 60 años.

Violeta dio a luz a Víctor Manuel en el muelle de la localidad de Punucapa, a orillas del río Cruces, al aire libre, justo dos meses después del terremoto grado 9.5 en la escala de Richter que devastó el sur de Chile e hizo descender dos metros la tierra en esta zona. Eso causó que el río inundara la vega de la familia de Violeta y de todos los habitantes de la ribera, formando un extenso humedal que en 1981 fue declarado santuario de la naturaleza.

– Ese día, como a las 9 de la mañana, mi marido y un sobrino de él me llevaban al hospital de Valdivia remando en un bote por el río Cruces, pero nos tuvimos que devolver a la media hora porque mi hijo se adelantó. Lo tuve en el muelle, casi en el bote. Me ayudó una señora que era partera -me contó Violeta en esa oportunidad.

Actualmente tiene 90 años y vive en Valdivia añorando Punucapa y los cisnes del río Cruces.

***

¡Llegó el día!

Subo corriendo las escaleras del edificio público número 2 hasta el cuarto piso. En la DGA me esperan Francisca Vergara, la directora regional, y Juan Pablo Jiménez, jefe regional de la Unidad de Hidrología, para darme la respuesta que tanto anhelo.

Trato de no mostrarme ansioso cuando me cuentan que ahora me dirán la cantidad de ríos, pero primero me explican que para obtener la cifra utilizaron el software de información geográfica ArcGIS, revisando la capa de los mapas de Hidrografía.

-En este sistema contamos que tenemos en la región un total de 550 esteros con nombre y 144 ríos con nombre…

-¡144 ríos! -interrumpo a Francisca como si fuese Arquímedes exclamando ¡eureka!

Mi sonrisa se atenúa cuando me advierten que la cifra es una estimación no oficial, porque la base cartográfica de los ríos de Chile no es de la DGA, sino del Instituto Geográfico Militar.

Es decir que tengo una respuesta, pero no necesariamente una respuesta definitiva.

Contactaré al Instituto Geográfico Militar.

***

Con Alberto Tacón Clavaín, el secretario regional ministerial del Medio Ambiente, coincidimos en 2014 en la travesía en rafting y kayak por los ríos San Pedro, Calle Calle y Valdivia que fue guiada por Guillermo Fullá. Vivimos en una región pequeña y de alguna manera sus habitantes estamos conectados, como si fuéramos ríos de una misma cuenca.

Llego hasta la oficina de Alberto al final de una tarde de principios de agosto para preguntarle por las características de los ríos de Los Ríos y su importancia.

– Esta región, por su ubicación geográfica, es un área de transición climática. Hacia el norte hay un clima mediterráneo, con veranos secos que implican un régimen hídrico distinto, y en el sur el clima es más oceánico, de inviernos más húmedos donde no existen esos meses de sequía -cuenta con un tono sereno, mientras sostiene un mate con hierba que acaba de cebar. Esta condición, explica Alberto, hace que en la región existan ríos que tienen una biodiversidad mucho mayor, como los del norte, y otros más parecidos a los ríos Patagónicos, más jóvenes y con menos especies.

– Otra característica de los ríos de la región es que tienen una influencia mareal muy fuerte y eso hace que exista una interacción importante entre el componente marino y el fluvial. Toda la riqueza que tenemos en el mar, en el borde costero, depende en gran parte del aporte que hacen los ríos.

De alguna manera, los ríos son la sangre que va drenando todos los nutrientes de la tierra y que llegan al mar a alimentar a toda la diversidad de flora y fauna marina -dice Alberto después de darle un sorbo al mate.

Me distraigo un par de segundos mirando por el ventanal al río Calle Calle, que me sonríe desde abajo para invitarme a que me acerque, y vuelvo a poner mi atención en Alberto cuando dice:

– Tenemos un mar muy rico, muy productivo, porque tenemos ríos vivos que lo están alimentando. Y desde ese punto de vista es súper importante tener conciencia de esa continuidad entre lo marino y lo fluvial que en otras regiones se ha ido perdiendo por la infraestructura hidráulica que se ha ido construyendo.

Estas palabras me recuerdan el impacto que pudo generar la represa en el río San Pedro, que no es otro que este mismo río que no deja de sonreírme por detrás del ventanal.

****

Cristian Ochoa Espinoza está parado en la ribera del San Pedro, un río de aguas blancas que en este lugar ruge como un puma al que quieren enjaular. Es sábado, mediodía. A sus espaldas está uno de los vestigios de la jaula del puma: un túnel de concreto destinado a formar parte de un proyecto que con- sideraba levantar un muro de 56 metros de altura para em- balsar las aguas del San Pedro en un tramo de 12,5 kilómetros.

Cristian vive en la comuna de Los Lagos y es vocero del movimiento Río San Pedro sin Represas, al que llegó en 2018 para sumarse a la oposición ciudadana contra el megaproyecto hidroeléctrico que la empresa Colbún pretendía instalar en este río, uno de los más biodiversos del país.

La central comenzó a construirse en 2009 y las obras fueron paralizadas en 2011 con un 15 por ciento de avance y mucha resistencia de la comunidad, luego de que los técnicos de la empresa advirtieran -recién- que no existía roca de calidad para levantar allí esa central de 170 megawatts.

Cristian explica que la oposición a la central tiene varios motivos: para el pueblo mapuche la conservación de este río, al que llaman Wazalafken, es primordial porque por él viajan las almas a la otra vida y en su ribera la comunidad obtiene hierbas para el lawen (medicina). Su construcción significaría la pérdida de hábitat para la fauna y flora nativa; afectaría la práctica de rafting y la pesca deportiva -dos actividades por las que el San Pedro es famoso internacionalmente-, e inundaría el taco 3 que se formó luego del deslizamiento de los cerros hacia el río por el terremoto de 1960. Este evento, conocido como Riñihuazo, requirió del trabajo de 500 personas para despejar los tres tacos que se formaron en el río, evitando que el agua acumulada en el lago Riñihue avanzara sin control río abajo destruyendo todos los lugares poblados, incluido Valdivia.

– Si nos cortan el río, nos cortan la historia. Los ríos deben llegar al mar; así es el ciclo de la naturaleza y hay que respetarlo. Eso no puede venderse por dinero. No tiene sentido -opina Cristian bajo una lluvia que no da tregua.

El proyecto fue desestimado definitivamente por Colbún en septiembre de 2022, al no lograr ajustarse a las exigencias del Servicio de Evaluación Ambiental y por la presión ciudadana y política para que no se construyera la represa. El día en que supo la noticia, Cristian dio entrevistas a los medios de comunicación, pero no sintió euforia ni deseos de celebrar.

– Lo que sentí fue una sensación de tranquilidad, por el río, por la comuna y por sacarme este conflicto de la cabeza.

Hoy, sus esfuerzos y los de la comunidad están centrados en que el río sea declarado santuario de la naturaleza, para que nunca más vuelva a estar bajo amenaza.

***

El 6 de septiembre de 2023, cinco meses después de iniciar la investigación para esta crónica, recibo un correo electrónico del director del Instituto Geográfico Militar (IGM), el coronel Carlos Prado, respondiendo a la pregunta que le envié un mes antes: ¿Cuántos ríos tiene la Región de Los Ríos?

Su respuesta: “Se informa a UD. que este instituto no cuenta como producto cartográfico con el listado de la cantidad total de los ríos de la Región de Los Ríos, no obstante lo anterior, se encuentra disponible la cobertura de hidrografía en distintos formatos a escala 1:50.000, además en formato digital a escala 1:25.000 de la zona mencionada”.

Y en el párrafo siguiente, el coronel hace presente que la Ley 15.284 establece que el IGM, “cobrará por los trabajos o estudios que ejecute, los precios que por ellos fije”, instándome posteriormente a acudir a su sala de ventas en Santiago “si es de su interés adquirir alguno de estos productos”.

Una invitación a comprar un mapa para después contar los ríos yo mismo -con la complicación de tener que distinguir cuáles cauces son ríos y cuáles son esteros- no es la respuesta que esperaba.

Me quedo entonces con el cálculo que con dedicación y buena disposición realizó la Dirección General de Aguas: los ríos de la Región de Los Ríos son 144.

¿Son 144?

Todas somos violeta

Todas somos violeta

Pasan la hebra al calor del fuego
Como lo hacía la Violeta
Adornan la tela como poeta
Pa´ las bordadoras de Miramar no es na´ juego
Hilvanan su patrimonio e identidad
Compartiendo sus penas y alegrías
Son Ketty, Nancy, Raquelita y compañía
Y también Uberlinda, Hilda y Teresita
Un corazón y un entramado se necesitan
Pa´ seguir coloreando día a día

 

 

Por la ventana de la sala de clases se ven los pozones de agua con barro. Qué ganas de ir a chapotear, piensa Teresita, pero la profesora no deja a sus estudiantes salir a jugar, porque afuera hace frío y está lloviendo. Teresita se siente aburrida. Juega con la hebra de lana que cuelga de la manga del chaleco que su mamá le tejió para ir a clases. Tiene 8 años y va a la escuela rural  La Luma en la comuna de Paillaco. Para esta clase la profesora tiene una sorpresa: les enseñará a bordar. Primero les pasa pequeños retazos de tela e  hilo para que vayan formando flores, hojas y otras figuras para adornar el paño. Más adelante les enseñará a hacer puntos más complejos, como el cadeneta, el punto cruz y el punto atrás.

(más…)

La voz y la pluma que informaron y orientaron la regionalización

La voz y la pluma que informaron y orientaron la regionalización

“Comencemos declarando nuestra independencia. Ella sola puede
borrar el título de rebeldes que nos da la tiranía”.

La Aurora de Chile, 4 de junio de 1812

La prensa en Chile nació como un medio para orientar y formar opinión pública, antes de vivir el proceso de reportear y entregar noticias con visión lo más objetiva posible, y así queda en evidencia con el periódico “La Aurora de Chile”, que dirigió el fraile de origen valdiviano Camilo Henríquez. Esa misma labor de orientación e información realizó la prensa valdiviana desde 1974 a 2007 en el largo proceso de construcción de la nueva Región de Los Ríos.

(más…)

El deporte regional bajo la lupa

El deporte regional bajo la lupa

Qué ha significado para el deporte local que la antigua Provincia de Valdivia se haya convertido en la Región de Los Ríos? ¿Le ha servido para progresar en los resultados de sus representantes al enfrentar a sus pares de otros puntos del país? ¿La llegada de recursos desde el Estado ha sido la esperada? ¿Las actividades han crecido de acuerdo a las expectativas de los protagonistas? ¿El añejo déficit de infraestructura, heredado del anterior esquema jurisdiccional, ha logrado ser minimizado?

(más…)