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Burbujas de manzana

Burbujas de manzana

Por Carolina Erber Soto

La tía Rosita nos invitaba a su campo. Con mi mamá llevá- bamos una canasta. Pasábamos largo tiempo recolectando manzanas con mis primos. Yo me encaramaba en los árboles. Tomaba una, la limpiaba y mordía por un costado, luego por el otro, después por todos los contornos. Si estaba ácida la lanzaba con fuerza. Si la sentía agridulce, me la comía. La mayoría de las veces me las devoraba.

Los veranos ochenteros en Valdivia eran épocas en que preparábamos postres. El más típico era la manzana cocida (también estaban las tartaletas). Curiosa, observaba cómo comenzaban a sumergirse los pequeños trozos de manzana en una olla. Aroma a canela y limón. Cuando estaban listas corría a regalarle frutos a mis amigos, en especial a uno que me sonrojaba. Corría inventando obras de teatro como “La manzana veloz”.

-¡Son nutritivas y el mejor fruto para compartir! -decía la tía Rosita.

En ocasiones, en invierno, mi mamá abría mi bolsón y colocaba tres pequeñas manzanas. Una para mí y las otras para compartirlas con los compañeros de colegio. En el camino no aguantaba y comía una. A veces hasta dos. Para entonces no sabía que las manzanas podían fermentar y convertirse en una bebida burbujeante.

-¡Prueba esta sidra de manzanas, quedarás fascinada! -me dijo Hernán Rosales, de Agropecuaria Punucapa.

Mi corazón latía fuerte. Bailaban mis 21 años cuando descorcharon la primera sidra para mí. Fue mientras realizaba un reportaje para descubrir los atractivos turísticos de la localidad de Punucapa, ubicada a unos 18 kilómetros de Valdivia.

Hernán sacó un par de copas mientras comentaba el proceso de molienda del brebaje (entonces más artesanal que hoy). Mis ojos enfocados en las burbujas. En su color dorado y brillante. Algo se parecía a la champaña de los festejos de año nuevo. Pero esta bebida tenía una particularidad. Retornó en mí el aroma de la infancia. La fragancia de mujer. Mi paladar se conectó con lo femenino. La tía Rosita, mi mamá. Con el valor del disfrute. Burbujea la vida en mi paladar.

El origen de la sidra es un misterio. Algunos historiadores señalan que este brebaje era preparado con fruta fermentada por egipcios y griegos. Más tarde, Asturias -España- se convertiría en el principal fabricante, preparando la bebida con varie- dades de manzanas autóctonas. Con la llegada de los españoles a Chile se plantaron los primeros frutos hace unos 400 años y los mapuche, que ya fermentaban otros productos como el maíz, acogieron esta fruta y comenzaron a elaborar chicha con un método que se sigue utilizando en la actualidad: machacan- do las manzanas con una canoa que era apaleada con garrotes, generando un bagazo que estrujaban para extraer el jugo que luego dejaban fermentar.

En el sur de nuestro país, las manzanas brotan en fértiles huertos donde sus habitantes comienzan a explorar la elaboración de chicha y también de sidra. A diferencia de la chicha, que fermenta en recipientes al aire libre, la sidra fermenta en la botella, por lo que su proceso de fabricación es similar al de los espumantes. Y su precio en el mercado es más alto.

Para muchos, la reina de todas las manzanas es la variedad conocida como manzana limona, hoy reconocida como patrimonio de la Región de Los Ríos. Y la sidra es su mejor representante.

El libro “Chicha y sidra de manzana: Patrimonio de la región de Los Ríos”, de las periodistas Paola Segovia y Carmengloria Benavides, explica que “la producción de chicha y sidra sigue activa para muchas familias con sistemas de elaboración tradicionales, manteniendo sus antiguos molinos de madera y con tornillos de acero, típicos de esta región, pero también existen emprendimientos de empresas que apuestan por la modernización y tecnificación de sus procesos, con ventas hacia sus consumidores regionales y nacionales”.

El mismo libro cita datos del “Plan de mejoramiento de la productividad y la competitividad de los productos regionales derivados de la manzana”, según el cual la producción anual de sidra en Los Ríos en 2019 fue de 107.750 litros.

En 2017, los productores de sidra de la localidad valdiviana de Punucapa obtuvieron el sello de Denominación de Origen -conocido por sus siglas D.O.- que entrega el Instituto Nacional de Propiedad Industrial a los productos tradicionales y singulares con una alta vinculación local, que por sus características únicas los hace formar parte del patrimonio nacional y ser reconocibles respecto de otros productos similares.

La sidra es el primer producto de la Región de Los Ríos que obtiene este reconocimiento.

Entro a la casa de Oscar Della Chá. Me recibe un cuadro al óleo con pinceladas de nubes que se entremezclan con el cielo celeste del sur. Los trazos son aterciopelados. El fondo intenso del sur verde. En primer plano, en cada costado, está dibujado un manzano. Es la manzana limona, con sus contornos, sus tallos, sus pequeños y brillantes brotes. Sus hojas pequeñas. Frutos dorados. En el medio la fuerza de la vida. La tierra desde don- de germinarán miles de manzanas. El cuadro está firmado por Tamer.

-Una gran amiga argentina, quien terminó la pintura en 2012. Es Tralcao, donde está la producción de las manzanas. Representa mis comienzos en 2008.

El sector de Tralcao es una comunidad rural que se ubica a 32 kilómetros de Valdivia en San José de la Mariquina.

Es una zona muy próspera, especialmente para el cultivo de manzanas limonas, la preferida de muchos productores locales. Oscar Della Chá es argentino, de Neuquén. Disfruta Chile y sus paisajes desde hace 35 años, los que lleva de estadía en el país.

-Me quedé en Chile porque me gustó el país y una chilena, quien me acompañó 16 años de mi vida y después levantó vuelo. Ella no alcanzó a ver el desarrollo de la parte sídrica. Oscar nació en Chos Malal, la primera capital del Territorio Nacional que luego sería la provincia de Neuquén. A los 13 años conoció por primera vez el mundo de las manzanas.

-El Alto Valle de Río Negro es la mayor zona productora de Argentina. Comencé a fabricar jugos concentrados de manzana para exportar.

El sur de Chile lo cautivó. Vendió su industria de jugos concentrados de manzana en Argentina y viajó con sus conocimientos en vitivinicultura. Estaba cansado de la economía argentina con sus altos y bajos.

De sus recuerdos de los jugos concentrados le quedaba el saber que el mundo necesitaba una manzana muy ácida, que era la que más se pagaba.

-Me junté con unos vascos. Me dijeron que en Chile hay manzanas regionales, manzanas ancestrales, que tienen características muy especiales y que la gente hace chicha. Más que razonamiento, mi guata me movió. ¡Esto lo tengo que hacer!

Sus ojos observan la pintura del manzano. Mientras abre una de las sidras relata cómo a la manzana limona la descubrieron los españoles hace 400 años.

-Descubrí las posibilidades actuales de esas manzanas y dije acá hay que ponerle empeño. Los españoles trajeron manzanas, no sólo la limona, también otras variedades y las fórmulas de preparación de las sidras.

Hoy Oscar produce cuatro variedades: Rosé, Brut, de la Chá y Patagonia (que es la original), además de chicha Tralcao.
-Tenemos capacidad para producir 100 mil litros al año. Y vamos viendo acorde al mercado de consumo. Mi regalona es la manzana limona.

La manzana limona tiene propiedades especiales de sabor, dulzor y acidez. Vuelvo a mi paladar. Su sabor agridulce atrae a productores agrícolas quiénes elaboran sidra de manzana en varias comunas: Valdivia, San José de la Mariquina, Punucapa, Panguipulli y otras.

-Comerse una manzana limona es placentero. Su producto en sidra, si se maneja bien, también es placentero tomárselo. Tiene propiedades desde el punto de vista de sus valores antioxidantes comparados con otras manzanas. Por eso es tan apetecida y cada vez más conocida.

Oscar está convencido. Sus ojos lo delatan: “La región de la sidra”, es su sueño.

-Los valdivianos deberían estar conscientes del patrimonio de manzanos ancestrales. Estamos frente a un legado: en el mapa aparecerá Valdivia y sus alrededores como un lunar de la mejor sidra de América.

Cuando estaba en la escuela, a los 10 años, Carlos Martínez jugaba fútbol en los infantiles del club deportivo independiente de Puerto Ibáñez. La cancha quedaba frente de la chacra de su abuelo. Después de jugar cruzaba con un par de amigos a recoger manzanas verdes.

-Pasábamos a buscar sal donde mi abuelita y después nos íbamos a la cancha a sentarnos a ver el resto de los partidos comiendo manzanas verdes con sal. Un manjar.

Frondosos árboles nos acompañan camino a Tralcao. Carlos es Ingeniero Agrónomo de la Universidad Austral de Chile y socio de Oscar.

-Nací en un pueblito en la región de Aysén, que se llama Puerto Ingeniero Ibáñez. Y las manzanas limonas las conocí allá, dónde mi abuelo tenía 4 plantas.

Sigue siendo su favorita.
Durante un encuentro de mujeres en turismo en Valdivia, en noviembre de 2022, y en el marco de un congreso de la Universidad Austral, algo delicioso teníamos que degustar.

Así llegué a conocer a Carlos, quién colaboró con sidras para nuestro evento.

La degustación fue un placer.

-La sidra de manzana de Valdivia es una bebida refrescante y aromática, con notas predominantes de manzana fresca y un ligero toque cítrico. Su sabor equilibrado combina dulzura natural de la fruta con una agradable acidez, creando una experiencia gustativa muy agradable -relata Valeria Gallardo, gerente de la ruta del vino Cachapoal y catadora.

-Su color dorado y brillante aporta una presentación visual atractiva y artesanal, y su burbujeante efervescencia añade un toque vivaz al paladar. Ideal para acompañar comidas ligeras o en momentos de relajación disfrutando los paisajes que nos regala el sur de Chile.

Me ilusionan sus sensaciones.

Carlos López Reyes es periodista, tiene 44 años y trabaja desde hace más de una década en la radio Bío Bío. Vive junto con su esposa e hija en una parcela con manzanos en el sector Angachilla, en Valdivia.

Durante la pandemia de Covid, su espíritu inquieto lo llevó a pensar en un destino distinto para las manzanas de su parcela que hasta ese momento solía consumir como fruta o regalar a sus cercanos, y que en su gran mayoría eran comidas por cachañas y choroyes o simplemente caían junto con las hojas al llegar el otoño.

-En 2021 decidí recolectar las manzanas y llevarlas a un molino para hacer chicha para tomar en casa y para compartir. Y luego pensé: ¿y si le subo un poco más el pelo a la producción y hago sidra? ¡Sin saber nada de eso! Y así comencé.

Durante su infancia, Carlos pasó largas temporadas en el campo en el que creció su papá y donde su abuelo elaboraba chicha. Si bien no tenía los conocimientos para fabricarla, arrastraba una historia familiar ligada a esta tradición.

Luego de llevar las manzanas de su parcela a un molino, envasó el jugo y lo dejó fermentar en botellas tapadas con corchos, hasta que pasadas unas semanas estuvo lista su primera producción de sidra. La compartió con sus amigos y familiares, a quienes les gustó y le sugirieron que fabricara para vender.

En 2022 hizo caso a los consejos y así nació Sidra de mi vida, un pequeño emprendimiento que lo tiene entusiasmado y que promociona a través de sus redes sociales, concretando ventas en la región, Santiago e incluso en el norte del país.

-Para fabricar la sidra me documenté con experiencias en Chile y en España y visualicé que la elaboración es un proceso enológico, artesanal en mi caso, en el que a través de filtrados se va obteniendo un producto con menos impurezas y por lo tanto más claro y bonito -dice Carlos.

Y cuenta que lo que más lo tiene satisfecho de su faceta como productor de sidra, son los comentarios de sus clientes.

-Me han comprado botellas personas de Coquimbo y Antofagasta, que tienen familiares en el sur y que probaron la chicha en esta zona, por lo que mi sidra les trae gratos recuerdos de momentos vividos en paseos en el sur durante su infancia y adolescencia. Y con eso me di cuenta de que lo que estoy ofreciendo, más que comercializar un producto, es poner a disposición de las personas una experiencia que te puede llevar a recordar cosas lindas del pasado.

En la Región de los Ríos existe la Asociación de Productores de Manzana de Chicha y Sidra, que cuenta con 17 socios. También funciona la Cooperativa Agrícola y Sidrícola de Los Ríos. Los productores comercializan sus productos a través de diversos comercios en la región y también venden de forma directa.

-Vas a tener la primicia de probar la primera sidra de murta y darme tu opinión -me dice Óscar Della Chá, casi al finalizar la entrevista.

Mi curiosidad vuelve a despertar mi paladar. Mañana volveré a casa de tía Rosita.

Gracias al río

Gracias al río

Por Daniela Rosas Fernández

Imponente, en construcción. Doce metros de maderas nobles que se extienden a lo largo: desde la proa hasta la popa. Los ensambles son perfectos y está pronto a ser pintado de azul. Este barco está casi listo para ser entregado a su dueño; casi listo para surcar los mares chilenos e ir por la pesca de reineta; casi listo para sumarse a las más de dos mil embarcaciones que ha construido Benito Villanueva Arriagada durante sus 67 años de vida.

Benito, y sus hermanos Ernesto, Emilio y Nicomedes, hace más de cinco décadas, a la orilla del río Cutipay, en Valdivia, descubrieron el arte y oficio de la carpintería de ribera que hoy los posiciona como portadores de una tradición fluvial única en la Región de Los Ríos. Al principio fue un juego de niños: espiaban a los carpinteros de los sectores aledaños que no les querían enseñar y observando, aprendieron todo lo que saben. Hoy ellos son de los pocos maestros que van quedando en el país.

Desde el Astillero se ven las aguas quietas del Cutipay, un manto-espejo donde se amplifica el canto del chucao. En este río que hoy es un santuario declarado por el Consejo de Monumentos Nacionales conviven cerca de 97 especies de fauna nativa. Como los hermanos Villanueva, dice Nicomedes, trabajan en un entorno de privilegio.

-Nosotros vemos por ejemplo a los cisnes, que nos acompañan a diario, escuchamos el canto de las aves y nos inspiramos para crear nuestras embarcaciones -cuenta Nicomedes, el menor de los hermanos, especialista en las plantillas de los barcos que construyen.

Tiene 58 años, ajusta bien su jockey, que lleva una insignia que dice “Astillero Cutipay”, y también sus anteojos. Continúa con la lenta tarea de pulir la madera exterior de una embarcación, con una pequeña lija circular. Su paciencia lo sumerge en un silencio inesperado ante su personalidad extrovertida.

A unos metros de distancia, Emilio Villanueva, y su esposa, Erica Álvarez, están terminando un bote pequeño: él construye todo el “casco” del barco y ella “calafatea” (cierra las junturas de las maderas con una fibra de algodón) para impermeabilizar la embarcación y luego enmasillar. La fase final también le corresponderá a Erica: pintará el interior del bote de una tonalidad naranja fuerte, el exterior amarillo, los bordes rojos.

Más allá anda Benito. Es el director del Astillero. Su temple y actitud afable le favorecen para cumplir con los plazos y solicitudes de sus clientes. Hace aproximadamente dos años, su hermano Ernesto falleció de un cáncer en el estómago, y era con quien generalmente compartía el trabajo desde su etapa cero.

-Es increíble cómo se echa de menos. Era mi compañero de vida -dice.

Hace un poco más de cinco décadas, los inviernos eran más duros. La huerta de la familia Villanueva-Arriagada solía ama- necer escarchada durante los meses de junio y julio.

Benito recuerda cómo sonaba, en aquellos tiempos, el repiqueteo de la leña consumiéndose en la cocina y cómo comenzaba a salir olor de la masa cocida. Las teteras tintineaban con el agua recién hervida y la espuma burbujeante de la leche esperaba a ser servida en la mesa del desayuno. Su madre, Irma, miraba por la ventana esperando que pase pronto el frío para cosechar, su cuarto hijo venía en camino. Benito, Emilio y Ernesto se peleaban por las tortillas más grandes que ella les preparaba.

-¡Apúrate Ernesto! -le gritaba entonces Benito a su hermano, cuando ya tenía el bote listo para partir a la escuela que quedaba al otro lado del río, en la Isla del Rey.

A veces la marea estaba alta y la neblina apenas dejaba ver el caudal del Cutipay, un obstáculo que los hermanos Villa- nueva resolvían con sus hábiles destrezas de la navegación a remo.

-¡Ya poh, ahora me toca a mí! -le solía decir Ernesto a Emilio y tomaba el mando.

Entonces tenían 9, 8 y 6 años.

En ese fluir estuvieron hasta que todos cursaron el 4° básico que era lo que se estilaba para una familia campesina. Con saber leer, escribir, sumar y restar bastaba para después comenzar a trabajar la tierra, sobre todo para las familias numerosas como ésta, que llegó a tener 13 hijos e hijas.

La casa familiar de los Villanueva estaba en Cutipay, a orillas de la carretera; pero a fines de los años 50, Germain, el padre, había comprado unas tierras a la orilla del río para desarrollar más su ocupación de agricultor, para tener más espacio para la crianza de animales y cultivar la tierra.

En 1960 se vieron envueltos en la catástrofe más grande que haya azotado al sur de Chile: el terremoto y el maremoto. El 22 de mayo de aquel año, a las 15.11, comenzó el remezón más fuerte que ha sentido esta delgada faja de tierra. En medio de la desesperación, Irma decidió correr con sus hijos pequeños a un cerro cercano, junto a unos vecinos, para esperar que el movimiento deje de causar estragos, y lo que era más alarmante, refugiarse de las olas que traería consigo el maremoto. Germain, por su parte, era testigo de cómo esa masa acuática les llevaba la casa completa. No quedó nada. Sintió mucho miedo e impotencia y corrió hacia el bote que le había prestado un amigo para tratar de salvarlo. Luchó largos minutos contra la corriente de mar y río que se unían al movimiento telúrico. El bote ya se estaba hundiendo y el hijo del dueño del bote le tiró un lazo de cuero para que se lo amarrara a la cintura. Logró el joven sacar a Germain de los brazos del tsunami.

Los 9,5 grados Richter trajeron muerte, pena y terror; lo cambiaron todo, hasta la geografía del territorio. Eso suce- dió con el río Cutipay, que era sólo un estero que tenía entre 4 ó 5 metros de ancho, y donde a veces, con una marea creci- da navegaban algunas embarcaciones menores, pero después de 1960 sus aguas crecieron como lo conocemos actualmente y desde entonces, en sus riberas, habitan los Villanueva.

Siendo adolescentes, los tres hermanos veían cómo pasaban los barcos que iban a Corral o a Niebla todos los días.
-¿Por qué no podremos hacer algo igual; que sirva para la pesca o para trasladarnos? -se preguntó un día Emilio.

Por entonces los hermanos jugaban a ser carpinteros, se animaban a crear muebles, los yugos para los bueyes y un par de remos. Ahora querían hacer “chalupas”, como le llaman a las embarcaciones pequeñas y empezaron a espiar a los maestros de la zona.

-Oigan, cabros. ¡Váyanse de acá! Ya les dije que no les voy a enseñar nada -les decía Aroldo Muñoz.

Muñoz era un maestro carpintero de ribera muy avezado que vivía en el sector de Tres Espinos. Los hermanos Villanueva lo recuerdan como buena persona, pero celoso con sus conocimientos. Lo único que ellos querían era aprender las técnicas para poder crear sus embarcaciones. Unos kilómetros más arriba, vivía Agustín Pacheco, que recibía la visita constante de estos curiosos niños, y cuando los veía acercarse, detenía todo movimiento en su trabajo para no darles ni una idea.

-Una vez estaba haciendo una embarcación pequeña y vimos que iba midiendo con las tablas al centro y a los costados y ahí le quedaba el bote centrado, así pudimos tener ese aprendizaje -dice ahora Benito.

Las herramientas eran su punto débil. Germain, el padre, consiguió una sierra para aserrar las tablas y empezaron a probar, equivocándose la mayoría de las veces. Es un trabajo meticuloso y lento; de mucha técnica, que además requiere conocer la naturaleza para saber qué maderas serán las más adecuadas como también entender el clima, las mareas y las formas de navegación. De a poco encontraron su propia fórmula para empalmar la madera. Cuando Benito tenía 14 años lograron hacer su primera embarcación: flotaba y no le entraba agua. Desde ese entonces, nunca más pararon.

Este oficio, de tradición ancestral, viene de los pueblos origina- rios de los territorios más australes como el Lafkenche, Chono y Kawesqar que utilizaban la madera nativa proveniente de los bosques profundos. Con la invasión española, se adqui- rieron otros aprendizajes de la carpintería de ribera europea. Luego, con la llegada de inmigrantes alemanes la influencia en la construcción fue tomando tintes más industriales.

Hoy, el trabajo de los Villanueva es considerado parte del Inventario de Patrimonio Cultural Inmaterial en Chile. Es un reconocimiento a diversos saberes de los territorios que aportan identidad y tradición local. De esta forma son puestos en valor y resguardados, a través de su visibilización y articulación para una gestión pública que permita fortalecer acciones de salvaguardia.

A pesar de ello, no existe de parte del municipio o del Estado una contribución económica para apoyar esta labor, ni tampoco apoyo en términos logísticos. Con lluvia o temporal, el lugar donde se ubica el Astillero queda aislado y sólo los vehículos de mejor tracción logran, con suerte, llegar hasta la comunidad de los Villanueva. Existieron promesas para mejorar de alguna forma el camino, o bien para apoyar el recambio de tablas en mal estado del muelle del Astillero, pero no se han cumplido. La familia Villanueva resuelve estos obstáculos con sus propios recursos para seguir adelante con su práctica, y se siente agradecida por cómo ha sido objeto de propuestas culturales que difunden su trabajo.

En 2022, la compañía Teatro Periplos estrenó en espacios culturales y educativos la obra “Carpinteros”, para la cual el Astillero se encargó de construir una embarcación en ta- maño escala. “Se van a encontrar con un trozo de la historia de Valdivia y el terremoto y cómo esto va marcando la vida de esta familia. Se van a encontrar con la sabiduría que se ha for- jado en este oficio y que busca entregarse a nuevas generaciones”, dijo en una entrevista Domingo Araya, dramaturgo y fundador de Teatro Periplos.

Dos años antes de eso, en medio de la emergencia sanitaria por el COVID-19, se había presentado el relato teatral, en formato audiovisual, “Los hermanos Villanueva a las orillas del Cutipay”, por el canal de Youtube del mismo colectivo teatral, que investigó el oficio de este grupo familiar y lo llevó al lenguaje escénico, a través del teatro de máscaras y muñecos.

En los veranos de la década de los 2000 el Astillero recibía de ayudantes a las hijas de los carpinteros. Entonces Mirta Villanueva, hija de Benito, tenía 14 años y estaba aprendiendo a pintar y clavar. Quería aprender tanto como su hermana Carolina, que ya llevaba dos años trabajando a tiempo completo, como una carpintera más.

Su tía Irma, la menor de las hermanas de la familia, también estaba allí, aportando con su ingenio a la construcción de las embarcaciones que surcan por los mares, lagos y ríos desde Lebu hasta Aysén.

-Somos inteligentes, responsables y de buenas ideas, podemos ser maestras carpinteras -se decía Mirta al verse entre esas mujeres.

Hoy, Mirta tiene 37 años y trabaja en una empresa en Valdivia. En el Astillero es la contadora y se encarga de la compra de materiales y de su traslado hasta Cutipay. También se relaciona con los clientes, en su mayoría pescadores artesanales y trabajadores de turismo. Ella acompaña a su padre a todas las actividades culturales que se organizan con el Servicio Nacional del Patrimonio Cultural.

-Tenemos la esperanza de incentivar a niñas y niños, que se entusiasmen y quieran aprender. Con mis hermanas y mi hermano esperamos seguir el legado familiar- dice ahora Mirta.

Desde hace años, las mujeres de la familia cumplen un rol preponderante. Norma Atero, a sus 61 años, es la secretaria del Astillero y esposa de Benito y madre de cinco hijas e hijo. Su rol se vincula con la comunicación telefónica con los clientes desde su casa, ya que en el astillero no hay cobertura telefónica.

Bernarda Bórquez tiene 50 años, trabaja a diario aserrando junto a su esposo Nicomedes y también es quien traslada las maderas con la yunta de bueyes.

Erica Muñoz tiene 64 años y gracias a la expertiz que ganó estos últimos doce años, trabajando ahí, se encarga de dar las terminaciones (calafatear, enmasillar y pintar) a la embarcaciones que construye Emilio.

Carolina Villanueva es la hija mayor de Benito. Se crió entre maderas, aserrín y jugando en medio de los botes. Jugaba a tirar piedras para que reboten en el río en un interminable impulso. Siempre preguntaba en un infinito por qué de las herramientas, de la madera, de las mareas, de la navegación, de las aves. Su padre, con la paciencia de un océano, le contestaba, pero cuando ella iba a curiosear al Astillero, la echaba por miedo a que se accidentara. Pero esa insistencia le permitió aprender todo el saber de la carpintería de ribera.

-¿Para qué meten esos palos en ese jugo?

-Para que se doblen más fácil. ¿No tienes nada mejor que hacer?

– ¿Y los hierven?

-¿Por qué no vas a ayudar a tu mamá? Y dile a tu hermano que venga.

-Me aburro en la casa, prefiero estar aquí.
-Pero este no es lugar para una niña.

Este pequeño diálogo, es parte de una cápsula audiovisual de teatro de papel y títeres llamada “La Carpinte- rita de Ribera” otra obra creada por Teatro Periplos. Está inspirada en Carolina, que se crió con la magia de soñar a conver- tirse en carpintera de sus propios barcos.

-Al salir de 4° medio me costó mucho encontrar trabajo y mi familia me invitó a que vaya a trabajar con ellos en el astillero. De a poco me empezaron a enseñar y en un principio era solo pintar, preparar la masilla, cosas menores. Estuve cuatro años ganándome la vida y me pagaban mi sueldo. Me entregaban su conocimiento. No se guardaron nada: aprendí a cortar; usar máquinas y herramientas -dice ahora, a sus 41 años, en un café de Valdivia, ciudad donde trabaja como secretaria de un servicio público. Añora volver al Astillero.

De overol azul y un gorro de lana negro, con la cabeza gacha, Emilio Villanueva cepilla sin cesar una cuaderna, una de las costillas de la embarcación en la
que trabaja.

El Astillero está en un predio de 36 hectáreas. Hay ocho casas para los distintos grupos familiares de los Villanueva. Funciona de acuerdo a la demanda que tenga y a las personas disponibles para enfrentar una nueva fabricación. Las embarcaciones pueden llegar a tener una vida útil de 15 años, antes de necesitar reparación. La más grande que han confeccionado fue de 17 metros y se demoraron un año en construirla con dos personas trabajando de manera paralela en otros proyectos. Para las más pequeñas, de entre 6 a 9 metros metros de eslora, pueden demorarse un mes aproxima- damente, entre dos personas. Dependiendo de las dimensiones, se establecen sus tarifas que van desde $1.200.000 a $35.000.000 aproximadamente.

Desde que Emilio aprendió hace más de 50 años este oficio junto a sus hermanos Ernesto y Benito, no ha descansado y trabaja de manera más solitaria. En menos de 25 días tiene lista una embarcación de ocho metros.

-Este es un buen oficio, porque nunca nos ha fallado la pega, todo el año redondo; pero es un trabajo de harto detalle para que quede una embarcación de calidad. Igual los pescadores nos van diciendo qué es lo que quieren y así nosotros también vamos aprendiendo -dice mirando el río, donde se divisan los cisnes de cuello negro que llegan a la ribera a alimentarse.

Han tenido muchos y muchas ayudantes, incluso de otros países, pero nadie se queda de manera permanente. Es una preocupación latente en los Villanueva, porque van envejeciendo y de la generación posterior a los hermanos, no hay quién siga el legado desde ya.

Conscientes de la dificultad de conseguir maderas nobles que sirvan para su sustento de vida, ante la tala indiscriminada del bosque nativo, actualmente compran algunas maderas introducidas como el ciprés australiano y hasta el eucaliptus, que sirven para las partes específicas del barco, ya que no todas tienen la firmeza o la flexibilidad que se necesita.

-Existe un abuso muy grande de sacar árboles y no preocuparse por su siembra. Nosotros tenemos algunos cipreses que esperamos nos sirvan en unos años para poder ir ocupándolos para las embarcaciones; pero siempre sembrando nuevos -dice Benito.

La sabiduría que traspasa la naturaleza de los árboles y el río ha convertido a esta familia en la mayor portadora de una tradición incomparable. Ahora Benito avanza por el extenso muelle hecho por sus manos y la de sus hermanos con maderas de coigüe. Es un hombre delgado, de gran vitalidad. Su caminar pausado refleja la tranquilidad de su genio. Avanza sólo a contemplar la tarde.

Es el primer día despejado de agosto, el brillo del sol dibuja en el río el reflejo de los botes estacionados cual pintura en acuarela.

Mujeres de cara al mar

Mujeres de cara al mar

Por Roberto Cadagán Delgado

-¡Una mujer! ¿Qué haces aquí? ¡Acaso no te han dicho que las mujeres en los botes son de mala suerte, son yeta!

Las palabras del viejo pescador mirando fijamente a Edith sonaron fuerte aquella tarde, quince años atrás. Ella respiró hondo y decidió guardar silencio. Sabía que necesitaba trabajar y no iba a dejar que estúpidas y anticuadas creencias se interpusieran en su camino.

La familia de Edith Rehl siempre ha estado ligada al mar. Nacida y criada en la localidad de Niebla, a 17 kilómetros de Valdivia, capital de la Región de Los Ríos, es nieta, hija, hermana y esposa de pescadores artesanales.

Por sus venas corre sangre, pero también agua de mar, salada, espesa, profunda. Entendía que los gritos de aquel viejo no iban a ir más allá de una rabieta momentánea como para marcar terreno. Y sabía de aquella creencia ancestral de origen desconocido que se ha traspasado entre generaciones de pescadores.

Sentada sobre una tabla del bote supo que esas palabras lanzadas a la mala le resbalarían, tal como las gotas de agua que corrían por su cara mientras comenzaba a manejar sus elementos de pesca.

Siguió callada, pero pronto se sumó a las labores y nadie volvió a decir nada. Sus compañeros de pesca se concentraron en sus asuntos. Total, si ella se había metido en este trabajo, ella sabría cómo enfrentarse a él.

Con el tiempo comprenderían que en el bote y en medio de la inmensidad del mar, todos y todas son iguales.

La pesca artesanal es parte del patrimonio cultural inmaterial de las comunidades costeras de la Región de Los Ríos y del país en general.

Según la Unesco, “el patrimonio cultural no se limita a monumentos y colecciones de objetos, sino que comprende también tradiciones o expresiones vivas heredadas de nuestros antepasados y transmitidas a nuestros descendientes, como tradiciones orales, artes del espectáculo, usos sociales, rituales, actos festivos, conocimientos y prácticas relativos a la naturaleza y el universo, y saberes y técnicas vinculados a la artesanía tradicional”.

Este quehacer que se transmite de generación en generación, es recreado constantemente por las comunidades y grupos en función de su entorno, su interacción con la naturaleza y su historia, infundiéndoles un sentimiento de identidad y continuidad.

En esta zona, los pescadores salen todos los días al Pacífico con herramientas básicas como líneas de mar y anzuelos, nada de redes de grandes dimensiones ni de maquinarias que fomenten la depredación de los recursos naturales. Se adentran en pequeños barcos y botes en zonas costeras a no más de 10 millas de distancia, dentro de lo que se llama mar territorial.

Según la investigación “La visualización femenina en la pesca artesanal: transformaciones culturales en el sur de Chile” publicada en Polis Revista Latinoamericana, firmada por in- vestigadores de la Universidad de Los Lagos, “la división de la- bores experimentada históricamente desde la pesca artesanal, tiene su base en un sistema de división sexual del trabajo que sitúa a hombres en el espacio productivo y a mujeres en el reproductivo. La concepción de la mujer como “actor secunda- rio” debe ser revisada, debido a su importante inserción en el mercado de trabajo de proceso y actividades asociadas”.

El Registro Pesquero Artesanal que lleva el Servicio Nacional de Pesca dice que hoy, en Chile, hay 93.598 pescadores. De ese total, el 24 por ciento (22.844) son mujeres.

En la Región de Los Ríos la situación es aún más marcada: 179 mujeres pescadoras artesanales en contraposición con los 2.051 hombres. La brecha de género se produce en todas las categorías de las labores que se realizan en el mar.

Además del pescador y la pescadora artesanal en este trabajo se encuentran el buzo o mariscadora, en el caso que su actividad sea la extracción de mariscos; y también el recolector de orilla, alguero o buzo apnea, que es quien realiza las actividades de extracción, recolección o secado de recursos del mar.

Es un día martes, 5 de la mañana, la temperatura marca 3 grados, amenaza de lluvia en el invierno valdiviano.

Edith Rehl prepara las cosas que llevará en una nueva jornada de pesca. Va esta vez tras la sierra, pez que tradicionalmente ha sido producto de explotación local, pero que en los últimos días ha estado más esquivo que nunca.

La sierra abunda en las frías aguas de la Región de Los Ríos. Por décadas los pescadores la quieren dada su abundante carne y la alta demanda que genera en el mercado local. De forma alargada, de color gris y tonos oscuros azul marino, con dientes muy filosos y grandes ojos, habita en la costa chilena y puede llegar hasta los dos metros de largo.

La sierra ocupa un lugar en la cultura local. Hubo períodos en que era muy abundante y barata. Se vendía a bajos precios en la feria fluvial de Valdivia y por lo mismo, era comprada habitualmente por los sectores de más bajos recursos de la sociedad local.

De allí que antiguamente se acuñara el mote algo despectivo para referirse a los pobres como “comesierras”. A diferencia de quienes tenían más dinero que preferían el congrio, la corvina y el salmón.

Edith debe medir un metro sesenta centímetros. Tiene el cabello negro, y la piel clara, muy clara para una persona que ha estado permanentemente expuesta a las inclemencias del tiempo sureño en la mar. Usa lentes, desde pequeña, cuando se dio cuenta de que no podía ver las letras del pizarrón en la escuela.

En la cocina de su casa se mueve rápido. Prepara unos panes con mantequilla, pone a cocer unos huevos y alista su termo con el infaltable café. El vapor que sale de la tetera inunda el espacio, mira por la ventana y ve que será otra jornada muy fría. Es el mes de julio, es habitual que en esta época del año los días presenten bajas temperaturas.

No importa. Cuando se trata de salir a la pega, hay que salir nomás, piensa.

Se acomoda sus pantalones térmicos, su chomba y la chaqueta para el agua. Le hace el quite a las botas, las encuentra incómodas, prefiere sus botines, se le ajustan a sus pies, repelen el agua y los mantiene calentitos.

-Una se acostumbra a todo con tal de hacer el trabajo. No hay frío cuando se está trabajando.

Al salir, el aire helado golpea la cara de esta mujer de 48 años. No vacila en su camino al bote. La espera su marido Roberto, con quien trabaja desde que sus hijos crecieron y a él le resultaba cada vez más difícil encontrar alguien que le dé una mano para lanzar las líneas al mar. Recuerda la vez que Roberto le preguntó si quería acompañarlo a pescar al sur de Chile, allá por las Islas Huichas en la Región de Aysén. De eso ya han pasado más de 15 años.

-Al comienzo le tenía terror al mar. Fue un cambio rotundo. Tuve que dejar el miedo de lado. De a poco cuando una está arriba del bote va perdiendo los temores -dice.

Al regresar del sur, fue ella la que convenció a su marido sobre la necesidad de comprar un botecito para trabajar.

Desde entonces pescan en las aguas frente a Niebla y Corral, aunque también llegan frente a Mehuín por el norte.

Luego de un par de horas desde que salieron de la caleta, el bote ya está en el lugar donde la experiencia les indica que debe picar la sierra. Lanzan las líneas y sólo queda esperar, esperar y esperar.

Después de una larga jornada, Edith y su marido Roberto emprenderán la vuelta rumbo al embarcadero donde entregarán a los compradores el fruto de su esfuerzo.

Durante la época invernal en la Región de Los Ríos, ante los días lluviosos y con mucho viento, la Gobernación Marítima prohibe a los pescadores y pescadoras que salgan a la mar, por un tema de seguridad.

Esas jornadas en que Edith Rehl se ve obligada a permanecer en el refugio de su hogar, se le hacen largas. Reconoce que no se “halla” en casa, prefiere estar al aire libre; y entonces va a trabajar a la caleta de Niebla fileteando pescado.

Así se hace unos pesos limpiando “paños” de reineta, otro pescado apetecido por los consumidores dada su carne blanca y escasas espinas que se encuentra en la Región de Bío Bío al sur y es altamente demandada por artesanales e industriales.

Cuando no está en el bote todo es raro para Edith. En la mar ahora se siente a sus anchas. La libertad que le da el estar en medio del azul interminable del agua no lo paga nadie. Cuando la pesca está buena las horas pasan rápido; cuando no, los minutos se ponen pesados, piensa en su familia y en regresar a tierra lo más pronto posible.

-Pero me encanta. No importa la lluvia, porque uno sabe que llegando a la casa se cambiará de ropa. Lo peor es el frío. Golpea fuerte y no hay nada qué hacer, salvo tomar café y aguantar.

Esta labor ancestral en la zona es dura. En verano las jornadas suelen comenzar a las 4 de la mañana; en invierno a las 5 ó 6 ya deben estar en el bote rumbo a los caladeros. Eso hace que en temporadas malas sea una labor poco atractiva.

Es ahí cuando la fuerza de la mujer se impone.

Cuando el marido de Marsuri Águila le dijo que lo acompañara a trabajar en la pesca artesanal, ella lo pensó un instante.

Si bien toda su vida había vivido cerca del mar, no estaba acostumbrada a buscar el sustento lejos de casa y mucho menos haciendo un trabajo de hombres. Pero había que apoyar a la familia.

-Al principio íbamos aquí cerca, un poco más allá de Co- rral, a la vuelta del morro nomás. Me fui acostumbrando y me gustó la pega.

De esos comienzos ya pasaron 25 años. Hoy, a sus 54, y con una hija y un nieto, reconoce que ha sido una de las decisiones más importantes de su vida. Dio el paso de ser dueña de casa a pescadora artesanal.

Como buena mujer sureña, Marsuri tiene un carácter fuerte que la hace enfrentar con coraje los trabajos que emprende. Arriba del bote tira la línea de mano, recoge el nylon, saca los pescados y vuelve otra vez a tirar la línea. Y lo va llenando de sierras, salmones y corvinas.

Esta mañana de junio de 2023 frente a Niebla, el pequeño pedazo de madera va surcando las aguas y Marsuri es una más del equipo de pescadores. Las diferencias quedan atrás cuando de buscar el sustento se trata. Si bien ella no es una mujer grande físicamente hablando, se las arregla.

-Hemos ido a trabajar desde Mehuín por el norte, hasta Punta Galera por el sur. Las mañanas están heladas. Por eso hay que llevar su buena ropa, gorro de lana, guantes y todo lo necesario. Es difícil a veces, por el frío o porque es duro cuando está mala la cosa. Una se aburre. Allí ponemos la radio y pasamos las horas con unas buenas rancheras.

Si la jornada está difícil, Marsuri se tiende un rato en la cama ubicada en la cabina del bote. Piensa en que la pesca mejorará y logrará capturar las sierras necesarias para vender en la orilla. Ya no se marea como al comienzo.

Hay que ser valiente para salir al mar. El océano puede ser veleidoso y cambiar su aparente tranquilidad por unas olas amenazantes en cuestión de minutos. Es ahí cuando Marsuri saca fuerzas para seguir adelante.

-Ahora, si sale mucho viento no queda otra, hay que regresar nomás. La seguridad está primero. Uno tampoco se puede estar arriesgando. ¿El futuro? Yo diría que el futuro lo veo con esperanza. Me quedan fuerzas para trabajar. Hay que hacerlo nomás. Una vive de esto. No me veo en otra cosa.

Miriam Carrasco es una mujer de carácter. Ha sido así desde antes que asumiera el rol de dirigente en la Federación de Pescadores Artesanales de Mehuín de la comuna de Mariquina y en la Corporación Nacional de Mujeres de la Pesca y Actividades Conexas.

Necesitó tener esa personalidad para salir adelante como joven trabajadora en la caleta de Mehuín (75 kilómetros al norte de Valdivia), franqueada por el mar y el río Lingue. Debió encontrar esa fortaleza para sacar adelante a su familia. Y la precisó después para defender a las mujeres pescadoras.

En aquellas primeras reuniones a las que asistió como dirigente, qué importaba que al otro lado de la mesa estuvieran los representantes del Gobierno, la Seremi de Economía, la Subsecretaría de Pesca y el Servicio Nacional de Pesca, muchos de ellos varones, mirándola de ese modo.

-Teníamos que luchar por nuestros derechos y a eso iba.

Y ella contaba con el respaldo de todas sus compañeras que no solo trabajan en el mar, sino que se dedican a otras actividades como encarnadoras, charqueadoras, ahumadoras, buzos.

-Somos tan importantes como los hombres en esta actividad.

La Ley de Equidad de Género en el Sector Pesquero y Acuícola promueve la eliminación de todo tipo de discriminación y la igualdad de derechos y de oportunidades entre hombres y mujeres dentro del sector. Cuando se promulgó en el año 2021 le dio confianza a Miriam.

-Se terminó esa tontera de que una es yeta en los botes. ¡No más, poh! Todos tenemos derecho a trabajar y a subsistir. Ahora podemos postular a proyectos y que la torta se reparta 50 y 50.

Miriam se toma en serio su labor y quien la conoce de principio puede parecerle algo seria. Mide un metro setenta, lleva el cabello corto y claro. Algunas líneas de expresión en su rostro se vuelven difusas a través de un cuidado maquillaje.

Cuando trabaja viste lo más cómoda posible. Lo importante es el oficio y no el qué dirán.

-Se supone que el trabajo de la pesca se hace en conjunto con el marido que es pescador. La mujer le da un valor agregado a la pesca del día. Puede ser secando pescado, haciendo conservas, ahumando… muchas cosas.

Por las noches Miriam piensa en las gestiones que deberá hacer al día siguiente. Enfrenta las críticas y comentarios a su gestión. Sabe que al ser “rostro” de las organizaciones sociales se expone al escrutinio público, pero de nuevo: no importa.

En la tranquilidad de su hogar y rodeada de quienes la quieren seguirá adelante.

-Todos somos capaces y tenemos el derecho de salir adelante. Las mujeres somos muy importantes en la pesca artesanal y al final hay que decir que no estamos aquí para derrotar a los hombres, sino para apoyarlos y trabajar en conjunto.

Gabriela Mistral, premio Nobel de Literatura, sabía de esa fuerza de las mujeres pescadoras y escribió para ellas esta canción:

Niñita de pescadores
que con viento y olas puedes,
duerme pintada de conchas,
garabateada de redes.
Duerme encima de la duna
que te alza y que te crece,
oyendo la mar-nodriza
que a más loca mejor mece.
La red me llena la falda
y no me deja tenerte,
porque si rompo los nudos
será que rompo tu suerte…
Duérmete mejor que lo hacen
las que en la cuna se mecen,
la boca llena de sal
y el sueño lleno de peces.
Dos peces en las rodillas,
uno plateado en la frente
y en el pecho, bate y bate,
otro pez incandescente.

Edith Rehl ya en la tranquilidad y con el calor de su hogar abrazándola, reflexiona.

-Una hace el trabajo igual que los hombres. No hay diferencias. Al principio se tiene miedo, pero después se acostumbra. Eso sí, le tengo respeto al mar, mucho respeto.

Reconoce que no le gustaría que sus hijos se sumen a este trabajo. En algunas ocasiones, su hija e incluso su nieta, la han acompañado al mar. Ve en sus ojos el entusiasmo y el amor ante la pesca artesanal. Lo mismo refleja su mirada, pero no les desea a ellas esta vida para el futuro.

-Es una pega muy sacrificada, muy inestable. No, no quiero que hagan esto.

La última partera de Corral

La última partera de Corral

Por Sandra Leiva Poveda

-Necesito aceite de comer y agua bien hervida.
Es una tarde de 1955. Carlina Rivera Leal inicia el ritual para curar a “la enferma de guagua” en su primer trabajo como partera.
Con las manos cubiertas de aceite empieza a masajear una y otra vez el vientre de la mujer, continúa con la espalda, avanza hasta la pelvis.

-Vamos Orfelina, es momento de caminar -le dice Carlina, tomándola del brazo.

La parturienta arrastra sus pies dejando profundas huellas en el piso de tierra, da unas vueltas alrededor del fogón, de pronto un grito relumbra la habitación.

Carlina prepara un té de orégano para hidratar a la mujer y continúa con el masaje. Con las palmas y dedos forma círculos suaves alrededor del ombligo y el abdomen. La fricción es importante porque le permite sentir la posición del bebé y evaluar posibles riesgos.

Después coloca vino tinto en una olla, una yema de huevo, dos cucharadas de azúcar y bate incesantemente hasta tener un batido cremoso. Lo deja en el fogón y vuelve a su labor.

Pasan las horas y la partera sigue sobando y sobando. La sabiduría heredada de su abuela María Natalicia Leal Gómez y posteriormente de su vecina Natalia Villalonco, tranquiliza por un momento la inseguridad de Carlina. De todas formas, el sudor y el rezo constante delatan su preocupación.

-Queda poco. Recemos juntas…. Dios te salve María, llena eres de gracia, el señor está contigo. Bendita eres entre todas las mujeres…

Cuando las contracciones y el llanto tensionan los hombros de la mujer, Carlina le dice que se ponga de pie. Ella se levanta, separa las piernas y con sus manos temblorosas se afirma de la cama.

-Orfelina… respira, respira, respira –dice Carlina hasta que la sangre y el agua cubren la tierra.

De los aullidos del cuerpo sale el bebé. Carlina lo coge delicadamente, pide un trapito del tamaño de la cuarta de la mano para envolver el cordón y luego cortar la “tripita de la vida”.

En seguida busca ropajes y protege a la madre, quien, en la cama, emocionada recibe la infusión reparadora:

-Un poco de vino para que todo corra, porque el vino calienta la guata.

La misión sigue con la postura del “ombliguero” a la guagua. Hábilmente Carlina con un pedazo de tela cubre la cicatriz para evitar posibles infecciones. Luego, entrega el bebé a la madre, su hermana.

***

Carlina Rivera Leal nació el 1 de febrero de 1931 en Corral, territorio costero ubicado a 64 kilómetros de Valdivia. En esos años, el puerto corraleño era el foco de la actividad económica de la provincia de Valdivia gracias a la industria siderúrgica Altos Hornos, la planta ballenera y las minas de talco.

Sus padres: María Natalicia Leal Gómez y Miguel Rivera Garrido, vivían en la caleta de San Carlos, muy cerca de la empresa ballenera y a unos dos kilómetros del puerto. Tenían 12 hijos o más, que crecieron con la línea del horizonte entre sus ojos y la lluvia y el viento abriendo y cerrando ventanas.

Carlina, ahora, a sus 92 años, apenas puede mencionar a cuatro de sus hermanos: Vicente, Matilde, Orfelina y Aurora. Tenía cinco años cuando cerró la ballenera en San Carlos, dejando atrás la comercialización de la harina y aceite de ballena, pero su memoria tampoco le ayuda con eso.

Sus recuerdos están zurcidos a las minas de talco donde trabajaba su papá. El yacimiento estaba a unos tres kilómetros de San Carlos.

-A las cinco de la mañana teníamos los bueyes enyugados, echaba a mi hermano pequeño Vicente, en la carreta, envuelto en una manta, y nos íbamos con mi papá a buscar talco. Llenábamos varios sacos y luego íbamos a Amargos a descargar -dice con nostalgia.

Siempre andaba con su padre. Salían a pescar la sierra o a veces iban a Huape a buscar jaiba y locos.

En tanto, el oficio de partera lo aprendió mirando y escuchando las conversaciones de su madre y de su abuela sobre el tratamiento para las “enfermas”, viendo cómo usaban las hierbas medicinales y de qué modo preparaban otras infusiones como el vino. También comprendió que las manos cumplían una función esencial.

-Yo acompañaba a mi mamá a los partos y así es que aprendí.

En 1950, cuando Carlina tenía 22 años, se casó con Alejandro Garrido Ortiz y decidieron migrar al sector de Huape, a unos 16 kilómetros de Corral.

En esa época la soledad de las tierras costeras atraía a nuevos colonos, quienes se enfrentaban a los gestos de abandono ocasionados por el aislamiento y el mal tiempo.

Si bien el entorno era generoso, a veces no se podía pescar y la lluvia devastaba las huertas. Sólo el olor del pan horneándose abrigaba la esperanza en un mundo descortés.

-No había luz, no había camino, no había nada. Entonces, cuando las señoras se enfermaban de guagüita, no podía negarme.

Cautiva en su nueva vida, Carlina no tenía otro fin más que amar. Pronto, comenzaron a llegar los hijos y el mundo se fue organizando. Pronto, el saber que tenía en sus manos y la solidaridad de su alma cambiaría la historia de su entorno.

***

-¡Están tocando la puerta! -dijo Alejandro, era una noche de invierno.

-Debe ser alguien que necesita ayuda, voy a preguntar -respondió Carlina.

-¿Te vas a levantar y con este tiempo? Póngale que te enfermes ¿y quién va a pagar? -le dijo él, enojado.

-¡Hay una enferma y yo voy nomás! Como mujer, uno no se puede negar.

Aquel día, a mediados de la década del ‘50, Carlina salió de madrugada. En el camino patinó, se dio un buen golpe, pero como había salido de “malas con el marido”, se aguantó el porrazo y siguió adelante hasta la casa de la parturienta.

Históricamente el oficio de partera es un saber y hacer de mujeres, transmitido por tradición oral. Según la catalogación de la Organización Mundial de la Salud (OMS) una partera tradicional es la persona que asiste a la madre durante el parto y que ha adquirido sus conocimientos iniciales de partería por sí misma o por aprendizaje con otras parteras tradicionales.

En Chile, la transición de partera a matrona está vinculada a la creación de la Escuela de Matronas de la Universidad de Chile el año 1833. Sin embargo, de forma paralela y hasta mediados del siglo XX, incluso más, la atención de las parteras siguió siendo socialmente aceptada en localidades rurales.

-Se enfermaban las señoras y no había a quién pedirle auxilio porque no teníamos cómo llevarla pa’ Corral -explica Carlina.

La partería en lugares como Huape y otros sectores del borde lafkenche de Corral fue una práctica habitual hasta la construcción del camino que unió los asentamientos con el pueblo y, por tanto, con los servicios del hospital a fines de la década de los ‘80.

No obstante, las embarazadas seguían optando por las parteras de la zona. El respeto y el cariño hacia ellas estaba sellado por un pacto de compañía, confianza y muchas veces enmarcado en una red de parentesco.

***

Marisa Muñoz Torres, hoy a sus 61 años, recuerda su infancia en el monte y cree que por entonces, como cualquier niña del Pastal, sabía más del campo que de la vida.

Vivía en una ruca de madera forrada de paja, con piso de tierra y un fogón en el centro. Alrededor habían cuatro camas rústicas. En cada una dormían hasta cuatro hermanos, dos por la cabecera y dos por los pies.

A sus padres Belladina Torres y Domingo Muñoz los amaba. Y les creía.

-¡Pronto llegará el avión con la guagua! -solía decir el padre cuando se acercaba el nacimiento de otro hermano.

Cada año su mamá andaba con la panza grande, tan grande que apenas podía caminar. De todas formas, se las arreglaba para cocinar y atender a los hijos. Tuvo once.

A veces se quejaba, el dolor empalidecía sus mejillas y cuando llegaba la hora irreparable del lamento, ellos iban con los vecinos. En el camino se encontraban con la tía Carlina, quien, a tranco apresurado, pasaba en dirección a su casa. Al volver, había un nuevo bebé.

-¿Por qué no escuchamos el avión? –se quejaba Marisa. Al crecer, entendió lo que realmente hacía su tía Carlina. En aquella época, para llegar a Corral la gente viajaba en caballo por una huella en la franja costera, trayecto que duraba unas cuatro horas. Otra opción era viajar en bote a remo unas seis horas.

-Nadie sabe realmente cuántas mujeres atendió, pero fueron hartas. Todas venían a Huape en búsqueda de la tía -dice ahora Marisa.

No hay información precisa de los partos que asistió Carlina. Y los registros de los recién nacidos hasta el año 1960 desaparecieron tras el terremoto que destruyó el hospital de Corral.

***

Cuando Marisa tenía 21 fue de paseo al norte y volvió extraña. Se sentía “enferma de guagua”, y como no sabía mentir ni menos tener malos pensamientos, habló con su mamá.

-¿Qué le digo a papá?

-Dios lo decidió… así es que hable con él no más -respondió Belladina.

Eso hizo. No hubo gritos ni golpes en las paredes, solo un consejo paternal.

-Los hombres son muy buenos para embolinar a las mujeres. Una vez la pueden hacer tonta, dos veces no -dijo Domingo. Ya con un vientre cercano a los nueve meses, Marisa fue al cerro a buscar chupones. Al volver a casa, se sintió decaída y con náuseas, tomó un baño y se fue a la cama.

Más tarde comenzaron los deseos de ir al baño una y otra vez hasta que un grito desgarrador despertó a uno de sus hermanos.

-Me siento mal… avísale a mi papá.

Domingo saltó de la cama y envió a su hijo Remigio a buscar a Carlina. Cuando la tía llegó, amarró unos cordeles en las vigas de la casa. La partera pidió a Marisa sujetarse de las sogas, que abriera las piernas y levemente se pusiera en cuclillas.

Gran parte de la familia estaba rodeando a Marisa y ayudando a la partera, de repente, el líquido de la vida descendió y el bebé se asomó en las manos de Carlina.

Fue el momento más bello para Marisa:
-Mi bebé era hermosa -recuerda ahora.

Una vez desraizada de la cría, Marisa se desmayó. Carlina sabía que parte de la placenta había quedado en su cuerpo y debían llevarla con urgencia al hospital. La partera pidió arroparla. Cubrieron su cuerpo completo, incluso su rostro, con ropa de lana.

-No tiene que darle ni una gota de aire, sino se va a helar y se inflamará adentro -dijo Carlina preocupada.

Cuando amaneció, su papá la llevó en camilla a Corral. En el hospital, los restos de placenta fueron extraídos por la matrona y Marisa fue dada de alta a los pocos días.

***

Belladina Torres tiene 84 años y actualmente vive en Huape. Pese a sus décadas mantiene su estatura. Es carismática, alegre y muy querida por la familia y la comunidad.

De sus diez partos nacieron once hijos e hijas. Su primer bebé llegó en el año 1959 cuando tenía veinte años y el último a los treinta y tres. Por eso en las inmediaciones del mundo tie- ne veintidós nietos, trece bisnietos y tres tataranietos. De modo que no se siente sola.

Todas las criaturas nacieron en El Pastal, a unos 17 kilómetros de Corral. Los partos de Oscar Edulio, José Raúl y las mellizas Marisa Irene y Amelia fueron atendidos por Natalia Villalonco, abuela de su esposo Domingo Muñoz. En cambio, los nacimientos de Javier Damián, Lionel Lorenzo, Remigio Ernesto, Anselmo Rubén, Blanca Patricia, Lorena y Aldo Isaac fueron asistidos por su tía Carlina.

Belladina recuerda que tras dar a luz, la partera fajaba su vientre. Doblaba un pedazo de género extenso y luego apretaba la guata con varios giros hasta dejar bien firme el abdomen. También fajaba a la guagua desde los pies hasta el cuello, y luego le ponía una “toca” en la cabecita.

Durante nueve días Carlina atendía las necesidades del bebé y la recién parida. El cuidado era integral así que además de la higiene, se preocupaba por la alimentación. Preparaba un caldo de gallina “reponedor” y mate con hierba fresca para que la madre “tenga buena leche”.

Cuando le daba “el alta”, Carlina le pedía estar unos cuarenta días en cuarentena para evitar los “asuntos íntimos”. -Pero muchas veces no cumplí -dice ahora Belladina con una sonrisa contagiosa.

***

El 21 de mayo de 1970 Eliana Baeza tenía agendada hora para su matrimonio en Corral. Nueve meses atrás había “hecho cosas indebidas” y quedó embarazada a los 19 años.

Un día antes de la boda, Eliana tuvo indigestión. Al principio pensó que era a causa del consumo excesivo de castañas, pero luego el dolor en el vientre alertó al padre, quien, preocupado, decidió llevarla a Corral.

José Baeza Matamala buscó su caballo y pidió a su hijo que lo acompañe. En el camino pasó a buscar a su mamá: Carlina. Caminaron varias horas hasta llegar a Quitaluto, a unos 3 kilómetros de Corral. Allí, en pleno cerro, la partera le dijo que debían pedir auxilio porque la enferma iba a parir.

Llovía, era medianoche y no podían seguir. Se acercaron a la primera casa que vieron, contaron lo que estaba pasando y la dueña les permitió llevarla a su habitación.

-Yo era una niña joven, no sabía lo que me esperaba.

La señora encendió varias velas y allí Carlina comenzó con el trabajo de parto. Eliana doblegada por el dolor solo quería acostarse.

-Si estás de pie será más fácil tener a tu guagua -dijo la partera.

Dio a luz a las tres de la mañana. Su papá y su hermano bajaron a Corral a buscar una camilla. Mientras tanto Carlina lavó con agua hervida y tibia a la madre y a la recién nacida.

Luego, le dio una ración de vino para calmar a la primeriza.

Al amanecer llegó el papá con una camilla, subieron a Eliana con su guagua y caminaron lentamente hasta Corral. En el pueblo se toparon con la banda que se dirigía para celebrar el 21 de mayo, día de las Glorias Navales en Chile.

-Yo me reía porque en el pueblo me recibieron con música -dice ahora Eliana.

En el hospital la matrona revisó a la recién parida, al bebé y a las pocas horas la dieron de alta. La jovencita se quedó una semana en Corral en casa de su hermano Besubio. Cuando regresó a Huape, Carlina se ocupó de ella.

Hoy Eliana tiene 72 años; la niña que nació aquel día, Sandra, tiene 53 y su nieta Monserrat, que es bisnieta de Carlina, estudia Obstetricia en la Universidad Austral de Chile.

***

La casa de Carlina es de color verde esmeralda y siempre está iluminada.

De su cara rugosa brotan unos ojos que parecen haberlo visto todo. Esta tarde de agosto usa un gorro azul y blanco y su cuerpo está cubierto por varias capas de ropa, entramados de lana que protegen los dolores, principalmente de sus caderas.

En un extremo de la habitación está la cocina a leña en la cual tiene tres teteras de aluminio de distintos tamaños y una olla que mantiene la cazuela como la delicia de la tarde.

Las paredes también son color verde esmeralda. Los muebles de cocina están repletos de utensilios, comida, y de los típicos caprichos de las abuelas. La pared no deja espacio ni siquiera para una última obsesión.

En la mesa ocurre lo mismo. Hay pan, dulce, café, azúcar, manzanas, servilletas, loza limpia y sucia, y otras cosas, las cuales permanecen esperando una conversación, porque siempre llega alguien.

Más allá hay un amplio sofá con una mesa en el centro. Las paredes son de madera barnizada, de estas cuelgan fotos y un reloj detenido a las 19.50. Es una casa impregnada de colores, objetos y olores que delatan un orgulloso pasado.

-Lo único que agradezco a Dios no más es que me dio valor, porque en una cosa de estas, uno no va a llegar no más y se va a meter con una enferma porque te puede ir a peligrar… atendí muchas señoras que sufrían mucho, mucho, mucho, pero gracias a Dios, nunca pasó nada malo.

La práctica ancestral de la partería fue desapareciendo de la zona con el envejecimiento y posteriormente la muerte de las parteras.

Asimismo, la conectividad vial, el surgimiento de especialidades como la obstetricia y ginecología, y el control del embarazo por parte del Estado chileno, restringió naturalmente la continuidad de su labor.

Es un hecho reconocido que la mortalidad infantil y maternal disminuyó con la institucionalización del parto, pero también que la partera fue un personaje clave e influyente en los sectores rurales.

-Cuando se arregló todo, había camino y vehículos, ya no quise atender a nadie más. Para eso hay hospital, además no podía tampoco por mi cadera, ya no podía estar agachada.

El modelo de atención de la partera es reconocido por la Organización Mundial de la Salud, la ONU y el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA), estableciendo cada 5 de mayo el Día Internacional de la Partería para valorar las contribuciones de las parteras para el bienestar de madres y bebés alrededor del mundo.

Hoy la partería tradicional continúa siendo una práctica regular en zonas rurales e indígenas en diversos países del mundo, por esta razón la Organización Panamericana de la Salud está promoviendo alianzas entre líderes ancestrales e instituciones de salud para intervenir en los partos con pertinencia cultural.

La última partera de Corral tuvo doce hijos y fue mamá postiza de dieciséis más. Tiene treinta nietos, treinta y cinco bisnietos y cuatro tataranietos. Quizá más.

La última partera de Corral no recuerda la cantidad de infantes que trajo al mundo y nunca pidió nada a cambio:

-Porque como mujeres teníamos que ayudarnos.

Entre la vida del bosque y la conectividad

Entre la vida del bosque y la conectividad

Por Lorenzo Palma Morales

En la sombra de un plan vial, una carretera busca abrirse paso sobre el Parque Nacional Alerce Costero. Desafía la tranqui- lidad del bosque y amenaza el tesoro natural más preciado de la región: los alerces, esos árboles milenarios de una belleza imponente y un valor ecológico incalculable. Son endémicos del sur de Chile, y han sido testigos silenciosos de siglos de historia natural.

El proyecto pretende integrar zonas rurales, mejorando principalmente la conectividad entre Corral y La Unión. A comienzos de este año, durante una visita a la región, el presidente Gabriel Boric dijo:

– He mandatado al Ministro de Obras Públicas para que avance en la concreción de la Ruta T-720 que pasará por el Parque Nacional Alerce Costero y que se haga en coordinación con el Ministerio de Agricultura, asegurando que se cumpla con los estándares de conservación del parque, que para nosotros es muy importante.

Sus palabras no dejaron indiferente a ninguna persona. El 2 de junio de 2023, un grupo de investigadores publicó una carta en las páginas de la revista Science. Rocío Urrutia, Jonathan Barichivic, Álvaro G. Gutiérrez y Alejandro Miranda expresaron que “esta obra de ingeniería se está pensando realizar en una zona de importancia mundial para la conservación de la biodiversidad y el hogar de la fitzroya cupressoide (alerce)”.

La comunidad científica global se inquietó ante la posibilidad de perder ecosistemas que albergan secretos climáticos ancestrales. Y colectivos locales surgieron en las redes sociales y se manifestaron en las plazas de La Unión y Valdivia.

Según una nota publicada por el Movimiento por la Defensa del Alerce Costero en la que busca sumar firmas para detener este proyecto, “son 10 kilómetros de una ruta dentro del parque, con un ancho de 10 metros, sumando en total 17 hectáreas de parque nacional a destruir”.

Un Estudio de Impacto Ambiental también muestra preocupación acerca de las consecuencias que podría acarrear en el delicado entorno del parque.

“Sabemos que los caminos que se establecen a través de bosques tan únicos como los de alerce no son vías hacia el progreso, sino hacia su explotación, degradación y destrucción irreversible”, dicen los expertos en la carta en Science.

En el centro de las disputas entre grupos a favor y en contra está el bosque nativo. En silencio. Emana una calma palpable, como si sus raíces profundas estuvieran conectadas con la misma esencia de la tierra.

***

El Parque Nacional Alerce Costero emerge como un santuario viviente. Creado en 2010, alguna vez fue un orgullo regional, un monumento a la riqueza natural de la Región de Los Ríos en Chile. Abarca casi 25 mil hectáreas a lo largo de la cordillera de la costa, entre las comunas de La Unión y Corral. La creación del Parque Nacional Alerce Costero representa un esfuerzo importante por preservar y proteger los valiosos recursos naturales de la Región de Los Ríos y contribuir al patrimonio natural del país.

Sus bosques nativos, hogar de los venerables alerces, se erigieron como un testimonio de la majestuosidad de la naturaleza y la importancia de conservarla.

Sus dominios resguardan árboles que han presenciado la ascensión y caída de imperios y civilizaciones. Estuvieron presentes en los albores de Valdivia y otras ciudades de Chile, incluso antes de que el propio país adoptara su nombre. Estos gigantes ya existían, anclados en la tierra, mucho antes de que se trazaran las líneas de la historia. Han resistido los estragos del tiempo y han mantenido su dignidad en medio de los vertiginosos cambios que han sacudido el mundo. Algunos alerces alcanzaron su madurez a lo largo de más de 5000 años, un testimonio profundamente conmovedor de la tenacidad de la vida y la resistencia inquebrantable de la naturaleza.

El Gran Abuelo o Alerce Milenario, que reside en el corazón del parque, fue sometido a un análisis exhaustivo en el año 2022 utilizando técnicas de dendrocronología y herramientas informáticas avanzadas. Los resultados obtenidos de esta investigación ratificaron de manera concluyente que este árbol representa el “ser vivo más antiguo en existencia en nuestro planeta”. La magnitud de este árbol es tan imponente que los científicos se vieron impedidos de alcanzar el núcleo con una perforación gradual para contar los anillos de crecimiento. Como solución, se recurrió a la implementación de modelos matemáticos con el propósito de estimar su edad, la cual se calcula en aproximadamente 5.484 años. Esta revelación provino de Jonathan Baricivic, quien desempeñó un papel primordial en esta medición.

A lo largo del tiempo, los anillos de crecimiento presentes en árboles, con especial énfasis en especies icónicas como alerces, araucarias o lengas, han sido una herramienta de inestimable valor en nuestra nación para recrear una diversidad de oscilaciones históricas. Ya desde 1994, la Revista Ambiente y Desarrollo, en un artículo del Dr. Antonio Lara Aguilar, delineaba cómo estos anillos han sido una herramienta esencial para reconstruir fluctuaciones históricas como glaciaciones pasadas, explosiones volcánicas que han marcado la tierra, alteraciones en las temperaturas y precipitaciones, y también para indagar en la oscilación del sur, descifrar el fenómeno del Niño y trazar la ubicación del Anticiclón del Pacífico.

En el año 1993, el investigador Lara realizó una meticulosa medición de los anillos de crecimiento de un alerce considerado “joven”, con una edad de 3.622 años. Los resultados obtenidos a raíz de esta investigación no solo le brindaron la oportunidad de publicar un estudio científico en la renombrada revista Science, sino que también desataron un fascinante despliegue de información. Su enfoque investigativo se centró en la minuciosa reconstrucción de las variaciones de temperatura en la región sur de Sudamérica, estableciendo así un valioso vínculo entre la historia de estos árboles y la historia climática de la región.

En una etapa posterior, en 2019, el mismo investigador, en colaboración con el Dr. Ricardo Villalba, logró un avance sobresaliente en la caracterización de las temperaturas de Chile. Este hito fue alcanzado a través de un método sorprendente: la utilización de una asombrosa colección de 388.000 anillos de alerces. Gracias a esta investigación, lograron llevar a cabo una tarea extraordinaria: la reconstrucción de la evolución de temperatura de Chile a lo largo de los últimos 5.680 años.

Estas construcciones climáticas trascienden para demostrar la vital relevancia que los alerces ostentan en la comprensión de los tiempos pasados. Sin embargo, su valor no se detiene allí, ya que también arrojan luces sobre las perspectivas que se pueden concebir en el contexto del cambio climático.

De los tres tramos trazados en el diseño de este camino, el segundo es el que penetra de manera incisiva en el corazón mismo del Parque Nacional. Las huellas del progreso humano amenazan este territorio. La construcción de una carretera, el rugir de los motores que vendrá después, el paso incansable de los vehículos, podría romper el delicado equilibrio, dejando cicatrices irreparables en la trama de la naturaleza.

***

El inminente destino de parte del Parque y su eventual destrucción se perfilan como un desenlace paradójico de una región que, en su pasado reciente, luchó tenazmente por la aprobación y conservación del mismo.

El inicio de este proyecto vial se remonta al año 2008, cuando fue lanzado como parte del programa “Integración para la nueva región: ejes para la integración y el desarrollo turístico sustentable”. En 2015, siete años después de la creación de la Región de Los Ríos, una Declaración de Impacto Ambiental fue presentada al Sistema de Evaluación, pero fue desestimada. Cuatro años después volvió a ingresar al sistema y actualmente se encuentra en estado de “calificación”. La información del proyecto se difundió en Radio Austral, dando oportunidad a consultas ciudadanas. Los vecinos se mostraron preocupados. El parque y su bosque han enfrentado desafíos de salud en el pasado, pero han demostrado su resiliencia al recuperarse. Es como si tuvieran una capacidad innata para sobreponerse. Han superado pruebas tan serias como incendios forestales y talas ilegales. Incluso situaciones extremadamente impactantes, como el incidente de noviembre de 2021, cuando se detectó que a 10 alerces les habían sido arrancadas sus cortezas, lo cual representa una clara prueba de cómo las acciones humanas afectan a esta y otras especies.

El alerce fue declarado Monumento Natural el año 1976, a través del Decreto Supremo 490, prohibiéndose la corta de individuos vivos y de árboles muertos con posterioridad a la fecha de dictación de este Decreto.

La investigadora Rocío Urrutia reflexiona sobre el origen mismo del parque. Dice que surgió como una respuesta vital para resguardar a la población de alerces costeros más septentrional y que, por lo tanto, resulta paradójico observar cómo, a pesar de los esfuerzos históricos en esta dirección, la noción de enlazar las localidades de Corral y La Unión persiste en la actualidad. Aunque habría sido más adecuado cambiar los planes tras la creación del parque.

Lo cierto es que la expansión se ha mantenido en suspensión debido a que no cumple con los requisitos técnicos de la legislación ambiental vigente. La comunidad mapuche Pumankque Lafken ha expresado su preocupación y ha solicitado una consulta de acuerdo con el convenio 169 de la OIT, artículo 6, en un esfuerzo por preservar los valores culturales y espirituales.

Antonio Lara ha señalado que este proyecto partió mal desde el principio, al no considerar adecuadamente los impac- tos y las medidas de mitigación.

“Esta carretera representa una visión de desarrollo obsoleta, que se basa en vender los recursos naturales a costa de la destrucción de la naturaleza y que quizás estuvo vigente hace una o dos décadas, pero ya no más”, dice el científico Jonathan Barichivich.

El proyecto de construcción de una carretera, implica una inversión millonaria , y gran parte del camino ya ha sido construido, quedando pendiente únicamente la parte que atravesaría el parque. Aunque siempre se dijo que esta carretera mejoraría la conectividad entre dos comunas, existe una preocupación entre algunos científicos sobre los verdaderos intereses detrás de este proyecto.

En la nota publicada en el página del Observatorio Latinoamericano de Conflictos Ambientales, el Movimiento por la Defensa del Alerce Costero dice:

“Negamos tajantemente que este proyecto sea una mejora para el vivir de nuestros pueblos, más bien responde a intereses de privados especialmente la industria forestal que busca expandir sus exportaciones por el puerto de Corral a los mercados asiáticos, aumentando y consolidando un modelo económico que solo beneficia a sus dueños, destruye la naturaleza, y aumenta la crisis climática empobreciendo a los territorios.

Creemos que este proyecto beneficia más a intereses privados que buscan obtener una ruta que conecte desde el interior de la región, a la ruta 5 Sur. Que tiene relación directa con el paso internacional hacia Argentina y la conexión hacia el “anhelado” puerto de Corral. Generando un corredor industrial que facilita la presencia de transnacionales mineras, forestales, y agroindustriales en el cono sur de la región. Que sólo buscan saquear nuestra riquezas naturales y recursos naturales a nombre de progreso y desarrollo económico”.

El peligro de extinción que enfrenta el Alerce es una cuestión alarmante, ya que su preservación es fundamental para cumplir con el Tratado de Biodiversidad firmado en la COP15. La meta número 22 de este tratado se centra en la protección de la naturaleza y los pueblos originarios. El país se comprometió el año pasado a reducir el riesgo de extinción de especies.

El científico Jonathan Barichivic agrega que la construcción de una carretera de tal magnitud tendría también impactos devastadores en la fauna acuática y en la alteración de los ecosistemas terrestres. Además, esta obra podría afectar el flujo del recurso acuífero, con posibles consecuencias futuras para el acceso al agua potable por parte de la comunidad del sector. Estas consideraciones subrayan la necesidad de analizar cuidadosamente los efectos del proyecto y buscar alternativas sostenibles que preserven tanto la naturaleza como el bienestar de las comunidades involucradas.

En julio de este año, como un giro en la lucha contra esta “metástasis vial”, el Gobierno, a través del Ministro de Agricultura, Esteban Valenzuela, descartó la idea de que este proyecto atraviese el Parque Nacional Alerce Costero. En su lugar, se explorará una opción que permita el paso de camiones al servicio del puerto de Corral por el borde costero. Sin embargo, esta alternativa plantea un dilema: el alcalde de Corral cree que esta solución es inviable debido a las dificultades que implica el territorio.

Entre las opciones surge la ruta T-400 como la conexión más cercana y rápida para llegar a la ciudad de Valdivia desde Corral. Este planteamiento, similar a buscar tratamientos alternativos, revela que existen caminos diferentes y menos destructivos para alcanzar los objetivos de desarrollo.

Aun así, los mismos autores que dieron voz a la alerta en las páginas de Science continúan cuestionando con preguntas inquietantes: ¿Cuán urgente es la necesidad de un sendero turístico a través del Parque Nacional Alerce Costero? ¿Estamos dispuestos a asumir la responsabilidad si los bosques milenarios se consumen en llamas debido a nuestras acciones?

¿Cuántos ríos?

¿Cuántos ríos?

Por Rodrigo Obreque Echeverría

A mi casa la separan 192 pasos sin prisa de la orilla del río Calle Calle, el más famoso de la Región de Los Ríos.

He recorrido este río en kayak con el viento soplando a favor y en contra. En su ribera he fotografiado hualas, sietecolores, cisnes, lobos de mar y nutrias de río (huillines). Desde su orilla he contemplado atardeceres anaranjados, remeros incansables que lo surcan desde la madrugada hasta el crepúsculo y barcos iluminados con luces fluorescentes. He visto al sol pintarlo de azul y a los nubarrones colorearlo gris. Lo he visto crecer por las lluvias del invierno y bajar su caudal en el verano. Me he maravillado en primavera con las flores blancas de la planta que adorna sus bordes y le da su nombre: calle-calle (Libertia chilensis).

He visto a la luna bañarse en sus aguas.

En los últimos quince años he atravesado el Calle Calle -su puente- al menos 14 mil veces: cuatro cada día, de lunes a viernes, para ir a mi trabajo en el centro de Valdivia.

Esta noche oscura, la última de julio, el río suena a viento de borrasca y va levantando olas que arroja con ira contra los gaviones de la orilla.

A mi casa la separan 141 pasos apurados del río Calle Calle si estoy en su ribera y se desata -¡como ahora!- un temporal.

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Los habitantes de las doce comunas de la Región de Los Ríos tenemos una relación cercana con sus ríos. Los contemplamos a diario, los navegamos, bebemos de sus aguas.

Quienes vivimos aquí nos caracterizamos por tener una sonrisa amable -hay excepciones- y una conexión especial con nuestros ríos.

Son fuentes de agua y de inspiración. Son límites geográficos y hábitat de la biodiversidad. Son vías de conexión y desconexión. Son historia viva: de los balseros que transportaban madera por sus cauces hace un siglo, de las mujeres que lavaban y siguen lavando la lana de las ovejas antes de hilarla, de los niños y niñas que aprendieron a nadar en sus aguas.

Para el pueblo mapuche, los ríos -los leufu- son sagrados. En ellos habitan los ngen-ko, los espíritus guardianes del agua, que cuidan y preservan la vida. Los mapuche les piden permiso a los ngen-ko para ingresar a los ríos y utilizar el agua, y luego les agradecen. Si las aguas de los leufu no corren libres o se contaminan, si sus riberas no mantienen el bosque nativo y la vegetación silvestre, el equilibrio natural y espiritual de todo el territorio se ve afectado, dicen.

También dicen: genule ta ko, gerkelayafuy ta mogen. Que significa: no habría vida si no tuviéramos agua.

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¿Cuántos ríos hay en la Región de Los Ríos?

Los últimos dos meses le hice esta pregunta a decenas de personas y busqué obsesivamente información para encontrar una respuesta. Sólo Wikipedia me lanzó una, que no me satisface: un listado con 58 ríos que no cita fuentes. Me convencí de que, 16 años después de la creación de esta región, ninguno de sus 380 mil habitantes sabemos cuántos ríos hay aquí.

Me pregunto quién puede responder con certeza a esta pregunta.

Me respondo que la Dirección General de Aguas, la DGA.

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Francisca Vergara Cea, la sonriente directora regional de la DGA me espera este lunes de invierno en su oficina del cuarto piso del edificio público número 2, en el centro de Valdivia.

Es la segunda vez que visito esta oficina buscando una respuesta al interrogante que me inunda.

La primera vez Francisca me explicó que la DGA es el ente rector en el área de aguas terrestres del Estado y se comprometió a buscar la información.

Ahora le pido permiso para acercarme a la ventana que está detrás de su escritorio: desde aquí puedo ver el río Valdivia, el submarino O’Brian recalado en la Costanera, los taxis fluviales amarillos que transportan a los pasajeros a distintos puntos de los ríos Valdivia y Calle Calle. Y puedo imaginar a los mapuche navegando en sus canoas cargadas de pescados y mariscos que traían desde el sector costero, antes de que los españoles llegaran en 1552 a fundar la ciudad y le cambiaran el nombre a este río originalmente llamado Ainil leufu, o Ainilebu.

Francisca interrumpe mi viaje al pasado.

– Todavía no tenemos la respuesta. El próximo lunes la tendremos.

***

El guía de rafting y kayak Guillermo Fullá Barraza ha remado por 33 ríos de la región, doce en otros lugares de Chile y trece en el extranjero. Sus recorridos fluviales suman 31.264 kilómetros, equivalentes al 78 por ciento de la circunferencia de la Tierra.

Conocí a Guillermo con el apodo de Willy en nuestra época universitaria, a mediados de los ‘90 en Valdivia. Hoy vive a orillas del río Angachilla y desde 2011 es uno de los socios de la empresa Río Vivo, especializada en excursiones turísticas por los ríos y humedales de Valdivia.

En diciembre de 2014, con mi hermano Pablo nos embarcamos en una travesía organizada por Río Vivo en la que remamos cien kilómetros durante tres días por los ríos San Pedro, Calle Calle y Valdivia, que en realidad es el mismo río que va cambiando de nombre al confluir con otros ríos en su descenso hacia el mar. Guillermo fue uno de nuestros guías en ese viaje inolvidable.

-Lo que más destaco de los ríos de esta región, y no lo digo sólo yo, sino que son observaciones de las personas extranjeras que han remado con nosotros, es que son muy poco transitados. Te puedes desconectar, tener el río para ti solo – dice Guillermo, de pie junto a un mapa gigante de la cuenca del río Valdivia, instalado en la sala donde recibe a los excursionistas.

Una vez al año, Guillermo y su pareja se internan en kayak por su río favorito de la región para acampar en la ribera. Al ingresar al agua sienten el frío de la sombra de la selva valdiviana y mientras avanzan disfrutan contemplando la fauna del lugar.

– La última vez que fuimos vimos un huillín pescando. Estuvo media hora delante nuestro sin ninguna preocupación, relajado, porque en ese río no anda nadie.

– ¿Cómo se llama el río? -le pregunto. Queda en silencio, con una sonrisa.

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¿Rianos? ¿Rienses? ¿Ribereños?

No existe un gentilicio para denominar a los habitantes de Los Ríos.

¿Risueños?

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Dice Rosa Bello Carrasco que es una contradicción que le guste tanto estar en el río, pero no saber nadar y tenerle miedo al agua.

– En el verano me meto, me mojo, me tiendo en mi hamaca a leer y me quedo dormida. Para mí es vital, me da mucha energía verlo.

Dice, y sonríe, y su rostro se ilumina.

Rosa es una agricultora orgánica que desde hace 15 años vive en una parcela junto al río Bueno en la comuna de Río Bueno, donde elabora mermeladas, pastas y otros productos orgánicos que vende bajo la marca Kutral Nalcahue en ferias gastronómicas y en la tienda de la cooperativa de consumo responsable La Manzana, en el centro de Valdivia.

Antes de cumplir su sueño de vivir junto a un río, Rosa formó una familia en el campo, en la comuna de San Pablo, a un kilómetro del río Pilmaquén. A comienzos del nuevo milenio enviudó y se mudó a Valdivia con sus tres hijos, hasta que en 2008 compró el sitio de 16 hectáreas en el que vive actualmente con su hijo menor y a corta distancia de su hija mayor, Evelyn, que construyó una cabaña de tres pisos desde cuya terraza esta mañana de mediados de julio vemos fluir el río bajo un cielo azul con retazos de nubes blancas y grises.

Los huilliche -los mapuche del sur- llaman a este río Wenuleufu, que significa el río de arriba o el río del cielo, la misma denominación que tienen para la vía láctea. En la cosmovisión mapuche, los ríos son un lugar de tránsito de las almas hacia la otra vida, hacia el Wenumapu, el Mundo de arriba.

Rosa y Evelyn recuerdan como uno de los momentos más bellos de su vida junto al río Bueno una noche oscura en la que estaban acampando en la playa y de improviso el cielo se iluminó y el río de arriba se reflejó en el río de abajo.

***

En el otoño de 2021, Rodrigo Camino Sánchez cayó al río Bueno, en la comuna de La Unión, mientras tomaba muestras a bordo de un bote que volcó.

Fui su amigo en la infancia. Además del nombre, compartimos el uniforme del Colegio San Francisco Javier y la sala de clases de primero a cuarto básico. Jugábamos fútbol en los recreos y en las tardes seguíamos pateando la pelota en los patios de nuestras casas, que estaban una frente a la otra en la calle Los Leones de la comuna de Puerto Montt.

Un día de 1984, Rodrigo y su familia partieron a vivir a Valdivia. Volvimos a juntarnos un par de veces a fines de esa década, cuando con mis papás visitamos la casa de los suyos, y en algunas otras ocasiones luego de que llegué a estudiar a Valdivia en 1994.

La última vez que conversamos fue unos ocho años antes de su muerte. Me llevó en su camioneta desde el aeródromo Pichoy hasta mi casa. En los 25 minutos del trayecto me contó de su esposa e hijos, de sus padres y hermanos, y que luego de ser director regional de Obras Hidráulicas había formado su propia empresa.

Su muerte temprana me impactó, por nuestra amistad de la infancia y por las similitudes: mi mamá murió también en un río, en 1998, en otra región, a la misma edad que él.

***

Conocí a Violeta González Navarro el 26 de julio de 2020, cuatro días después de que su hijo Víctor Manuel Gallardo cumpliera 60 años.

Violeta dio a luz a Víctor Manuel en el muelle de la localidad de Punucapa, a orillas del río Cruces, al aire libre, justo dos meses después del terremoto grado 9.5 en la escala de Richter que devastó el sur de Chile e hizo descender dos metros la tierra en esta zona. Eso causó que el río inundara la vega de la familia de Violeta y de todos los habitantes de la ribera, formando un extenso humedal que en 1981 fue declarado santuario de la naturaleza.

– Ese día, como a las 9 de la mañana, mi marido y un sobrino de él me llevaban al hospital de Valdivia remando en un bote por el río Cruces, pero nos tuvimos que devolver a la media hora porque mi hijo se adelantó. Lo tuve en el muelle, casi en el bote. Me ayudó una señora que era partera -me contó Violeta en esa oportunidad.

Actualmente tiene 90 años y vive en Valdivia añorando Punucapa y los cisnes del río Cruces.

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¡Llegó el día!

Subo corriendo las escaleras del edificio público número 2 hasta el cuarto piso. En la DGA me esperan Francisca Vergara, la directora regional, y Juan Pablo Jiménez, jefe regional de la Unidad de Hidrología, para darme la respuesta que tanto anhelo.

Trato de no mostrarme ansioso cuando me cuentan que ahora me dirán la cantidad de ríos, pero primero me explican que para obtener la cifra utilizaron el software de información geográfica ArcGIS, revisando la capa de los mapas de Hidrografía.

-En este sistema contamos que tenemos en la región un total de 550 esteros con nombre y 144 ríos con nombre…

-¡144 ríos! -interrumpo a Francisca como si fuese Arquímedes exclamando ¡eureka!

Mi sonrisa se atenúa cuando me advierten que la cifra es una estimación no oficial, porque la base cartográfica de los ríos de Chile no es de la DGA, sino del Instituto Geográfico Militar.

Es decir que tengo una respuesta, pero no necesariamente una respuesta definitiva.

Contactaré al Instituto Geográfico Militar.

***

Con Alberto Tacón Clavaín, el secretario regional ministerial del Medio Ambiente, coincidimos en 2014 en la travesía en rafting y kayak por los ríos San Pedro, Calle Calle y Valdivia que fue guiada por Guillermo Fullá. Vivimos en una región pequeña y de alguna manera sus habitantes estamos conectados, como si fuéramos ríos de una misma cuenca.

Llego hasta la oficina de Alberto al final de una tarde de principios de agosto para preguntarle por las características de los ríos de Los Ríos y su importancia.

– Esta región, por su ubicación geográfica, es un área de transición climática. Hacia el norte hay un clima mediterráneo, con veranos secos que implican un régimen hídrico distinto, y en el sur el clima es más oceánico, de inviernos más húmedos donde no existen esos meses de sequía -cuenta con un tono sereno, mientras sostiene un mate con hierba que acaba de cebar. Esta condición, explica Alberto, hace que en la región existan ríos que tienen una biodiversidad mucho mayor, como los del norte, y otros más parecidos a los ríos Patagónicos, más jóvenes y con menos especies.

– Otra característica de los ríos de la región es que tienen una influencia mareal muy fuerte y eso hace que exista una interacción importante entre el componente marino y el fluvial. Toda la riqueza que tenemos en el mar, en el borde costero, depende en gran parte del aporte que hacen los ríos.

De alguna manera, los ríos son la sangre que va drenando todos los nutrientes de la tierra y que llegan al mar a alimentar a toda la diversidad de flora y fauna marina -dice Alberto después de darle un sorbo al mate.

Me distraigo un par de segundos mirando por el ventanal al río Calle Calle, que me sonríe desde abajo para invitarme a que me acerque, y vuelvo a poner mi atención en Alberto cuando dice:

– Tenemos un mar muy rico, muy productivo, porque tenemos ríos vivos que lo están alimentando. Y desde ese punto de vista es súper importante tener conciencia de esa continuidad entre lo marino y lo fluvial que en otras regiones se ha ido perdiendo por la infraestructura hidráulica que se ha ido construyendo.

Estas palabras me recuerdan el impacto que pudo generar la represa en el río San Pedro, que no es otro que este mismo río que no deja de sonreírme por detrás del ventanal.

****

Cristian Ochoa Espinoza está parado en la ribera del San Pedro, un río de aguas blancas que en este lugar ruge como un puma al que quieren enjaular. Es sábado, mediodía. A sus espaldas está uno de los vestigios de la jaula del puma: un túnel de concreto destinado a formar parte de un proyecto que con- sideraba levantar un muro de 56 metros de altura para em- balsar las aguas del San Pedro en un tramo de 12,5 kilómetros.

Cristian vive en la comuna de Los Lagos y es vocero del movimiento Río San Pedro sin Represas, al que llegó en 2018 para sumarse a la oposición ciudadana contra el megaproyecto hidroeléctrico que la empresa Colbún pretendía instalar en este río, uno de los más biodiversos del país.

La central comenzó a construirse en 2009 y las obras fueron paralizadas en 2011 con un 15 por ciento de avance y mucha resistencia de la comunidad, luego de que los técnicos de la empresa advirtieran -recién- que no existía roca de calidad para levantar allí esa central de 170 megawatts.

Cristian explica que la oposición a la central tiene varios motivos: para el pueblo mapuche la conservación de este río, al que llaman Wazalafken, es primordial porque por él viajan las almas a la otra vida y en su ribera la comunidad obtiene hierbas para el lawen (medicina). Su construcción significaría la pérdida de hábitat para la fauna y flora nativa; afectaría la práctica de rafting y la pesca deportiva -dos actividades por las que el San Pedro es famoso internacionalmente-, e inundaría el taco 3 que se formó luego del deslizamiento de los cerros hacia el río por el terremoto de 1960. Este evento, conocido como Riñihuazo, requirió del trabajo de 500 personas para despejar los tres tacos que se formaron en el río, evitando que el agua acumulada en el lago Riñihue avanzara sin control río abajo destruyendo todos los lugares poblados, incluido Valdivia.

– Si nos cortan el río, nos cortan la historia. Los ríos deben llegar al mar; así es el ciclo de la naturaleza y hay que respetarlo. Eso no puede venderse por dinero. No tiene sentido -opina Cristian bajo una lluvia que no da tregua.

El proyecto fue desestimado definitivamente por Colbún en septiembre de 2022, al no lograr ajustarse a las exigencias del Servicio de Evaluación Ambiental y por la presión ciudadana y política para que no se construyera la represa. El día en que supo la noticia, Cristian dio entrevistas a los medios de comunicación, pero no sintió euforia ni deseos de celebrar.

– Lo que sentí fue una sensación de tranquilidad, por el río, por la comuna y por sacarme este conflicto de la cabeza.

Hoy, sus esfuerzos y los de la comunidad están centrados en que el río sea declarado santuario de la naturaleza, para que nunca más vuelva a estar bajo amenaza.

***

El 6 de septiembre de 2023, cinco meses después de iniciar la investigación para esta crónica, recibo un correo electrónico del director del Instituto Geográfico Militar (IGM), el coronel Carlos Prado, respondiendo a la pregunta que le envié un mes antes: ¿Cuántos ríos tiene la Región de Los Ríos?

Su respuesta: “Se informa a UD. que este instituto no cuenta como producto cartográfico con el listado de la cantidad total de los ríos de la Región de Los Ríos, no obstante lo anterior, se encuentra disponible la cobertura de hidrografía en distintos formatos a escala 1:50.000, además en formato digital a escala 1:25.000 de la zona mencionada”.

Y en el párrafo siguiente, el coronel hace presente que la Ley 15.284 establece que el IGM, “cobrará por los trabajos o estudios que ejecute, los precios que por ellos fije”, instándome posteriormente a acudir a su sala de ventas en Santiago “si es de su interés adquirir alguno de estos productos”.

Una invitación a comprar un mapa para después contar los ríos yo mismo -con la complicación de tener que distinguir cuáles cauces son ríos y cuáles son esteros- no es la respuesta que esperaba.

Me quedo entonces con el cálculo que con dedicación y buena disposición realizó la Dirección General de Aguas: los ríos de la Región de Los Ríos son 144.

¿Son 144?

Gracias al río

Todas somos violeta

Pasan la hebra al calor del fuego
Como lo hacía la Violeta
Adornan la tela como poeta
Pa´ las bordadoras de Miramar no es na´ juego
Hilvanan su patrimonio e identidad
Compartiendo sus penas y alegrías
Son Ketty, Nancy, Raquelita y compañía
Y también Uberlinda, Hilda y Teresita
Un corazón y un entramado se necesitan
Pa´ seguir coloreando día a día

 

 

Por la ventana de la sala de clases se ven los pozones de agua con barro. Qué ganas de ir a chapotear, piensa Teresita, pero la profesora no deja a sus estudiantes salir a jugar, porque afuera hace frío y está lloviendo. Teresita se siente aburrida. Juega con la hebra de lana que cuelga de la manga del chaleco que su mamá le tejió para ir a clases. Tiene 8 años y va a la escuela rural  La Luma en la comuna de Paillaco. Para esta clase la profesora tiene una sorpresa: les enseñará a bordar. Primero les pasa pequeños retazos de tela e  hilo para que vayan formando flores, hojas y otras figuras para adornar el paño. Más adelante les enseñará a hacer puntos más complejos, como el cadeneta, el punto cruz y el punto atrás.

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La voz y la pluma que informaron y orientaron la regionalización

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“Comencemos declarando nuestra independencia. Ella sola puede
borrar el título de rebeldes que nos da la tiranía”.

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La prensa en Chile nació como un medio para orientar y formar opinión pública, antes de vivir el proceso de reportear y entregar noticias con visión lo más objetiva posible, y así queda en evidencia con el periódico “La Aurora de Chile”, que dirigió el fraile de origen valdiviano Camilo Henríquez. Esa misma labor de orientación e información realizó la prensa valdiviana desde 1974 a 2007 en el largo proceso de construcción de la nueva Región de Los Ríos.

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Qué ha significado para el deporte local que la antigua Provincia de Valdivia se haya convertido en la Región de Los Ríos? ¿Le ha servido para progresar en los resultados de sus representantes al enfrentar a sus pares de otros puntos del país? ¿La llegada de recursos desde el Estado ha sido la esperada? ¿Las actividades han crecido de acuerdo a las expectativas de los protagonistas? ¿El añejo déficit de infraestructura, heredado del anterior esquema jurisdiccional, ha logrado ser minimizado?

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Los valdivianos tenemos una especie de chauvinismo, ese sentimiento que nos lleva a creer que nuestra ciudad es la más linda, la más hermosa, donde todos podemos ser felices. Por eso, escuchar que alguien pasó penurias en nuestra ciudad, es duro. Y eso fue lo que vivió Claudia Ancapan Quilape en Valdivia. Aunque nacida en Santiago, creció en la comuna de Los Muermos, Provincia de Llanquihue, donde comenzó a vivir su identidad femenina. Después de estudiar un año en la Universidad de Concepción descubrió su vocación por la salud, ingresando a la carrera de Obstetricia en la Universidad Austral de Chile (UACh).

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